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Smoke

 

Una tienda, cielo e infierno por mitades…

Harvey Keitel será uno de los invitados especiales para el Festival de Cine de Cartagena, que comienza el próximo 21 de febrero. A continuación, una reseña sobre una de sus películas más aclamadas, Smoke, de 1995.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento

Brooklyn, verano de 1990. Una tienda en Windsor Terrace es el epicentro de una serie de historias sobre personajes solitarios, cuyas vidas parecen marcadas primero por el azar y luego por la necesidad: el escritor Paul Benjamin trata de recomponer su vida tras la muerte de su esposa a causa de una bala perdida en un atraco; el adolescente Rashid Cole intenta encontrar a su padre, que lo abandonó doce años atrás siendo niño; Cyrus Cole vive la pérdida de su mujer y la amputación de su brazo izquierdo como un castigo divino;  el tendero August Wren guarda en su historial secretos de los que no está nada orgulloso y se convierte en eje central del relato fílmico cuando cuenta su aventura con la abuela negra, la que podría titularse de manera quijotesco-humorística: De cómo Auggie Wren se hizo fotógrafo…

Elvira Lindo en su columna De pronto, la felicidad, cita a Harvey Keitel sobre Smoke, filme que habla de la esquina que cada persona tiene en el mundo. De lo que se infiere algo muy importante sobre la estrecha relación entre imágenes y ciudades, que Wim Wenders refiere en su bello texto El paisaje urbano:

“Por esa maravillosa red de conexiones cerebrales, la cerveza de Brooklyn me hace recordar una película que volví a ver el otro día, Smoke. Al video de Smoke le han incorporado comentarios de Harvey Keitel: ‘Esta película habla de la esquina que cada ser humano tiene en el mundo’. La voz cálida de Keitel nos cuenta cómo interpretó a Auggie, ese tendero que todos quisiéramos tener en nuestra esquina para disfrutar de ese tipo de amistad que surge del trato casual. La amistad que no buscas, pero encuentras, la felicidad del azar. Es por azar por lo que de pronto recuerdo la escena final de Smoke, esa en la que Keitel le cuenta una historia navideña al escritor interpretado por William Hurt. Están sentados en una vieja cafetería. Siempre había pensado que como la película estaba rodada en los escenarios reales, la cafetería estaría en el Brooklyn de Paul Auster. Apurando mi último bocado de felicidad, le pregunto al dueño: ¿Fue rodada aquí una escena de Smoke?, y me dice con orgullo: ‘La última, justo en ese rincón’.”

Smoke, conocida como Cigarros, aunque en realidad traduceHumo, lo que además evidencia la anécdota inicial de Sir Walter Raleigh con la Reina Isabel, la I, acerca del peso del humo del tabaco,es un filme gringo de 1995, dirigido por Wayne Wang. El escritor Paul Auster, autor del guión, aunque no figura en los créditos, fue también co-director (tuvo una segunda parte, Blue in the Face, con algunos personajes de la primera e introduciendo otros; entretanto, Auster ha dirigido, en Portugal, un filme más, La vida interior de Martin Frost, relato tomado de El libro de las ilusiones). Su guión se resume en aquella frase final de Paul Benjamin, tras escuchar cómo fue que Wren consiguió su cámara: “Para mentir hace falta talento, Auggie. Para inventar una buena historia, hay que saber manipular.” Y Auggie: “Le mentí, la robé y ¿a eso llamas una buena acción? El arte lo justifica todo, ¿eh?” Lo que contiene la esencia de Paul Auster: el azar como elemento aglutinador de lo que sucede en la vida, la ausencia de la figura paterna y la búsqueda de ella (presente en toda su obra), la amistad, incluidas las relaciones públicas (para evitar malentendidos como el que Paul desvirtúa cuando Rashid lo salva y caen en el andén) interraciales, los conflictos en las calles, las relaciones de pareja (con hijos que no se sabe de quién son), el llamado a la responsabilidad y el amor como solución a los problemas de la existencia. Los que comienzan, a veces, cuando uno cree que nada grave le puede suceder, que eso le sucede a otros: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas y, entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”, dice en Diario de Invierno Paul Auster, Príncipe de Asturias 2006 (La Trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas, La música de azar, Leviatán, El libro de las ilusiones, Brooklyn Follies, Sunset Park, La invención de la soledad, Un hombre en la oscuridad. “Mi trabajo es simplemente humano”. “Habito en mí y no en los otros”. “Al escribir pienso en alguien, pero no sé quién es”.)

Lo que en el caso de Cyrus Cole podría ser Diario del Infierno respecto a su accidente, a la muerte de su mujer, a la pérdida de su brazo, al abandono del hijo, a su pésimo reencuentro… detrás del cual Cole, a través de Auster, podría contar Infierno (no se pueden olvidar las “irresistibles coincidencias fantásticas de sus novelas” ni la “endiablada sencillez del neoyorkino”), de Virgilio Piñera, sin mayor cambio: “Cuando somos niños, el Infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y entonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos queman, ¡las llamas de la imaginación! Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la noción del Infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a describirlo. Ya en la vejez, el Infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega el día en que podríamos abandonar el Infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues, ¿quién renuncia a una querida costumbre?” Aquí tiene razón Cyrus cuando sentencia: “Vivir es más duro que morir”.

Infierno similar, sea fingido o no, al que vive Ruby, la mujer pirata (Ojo de Halcón, le dice Felicity) que llega a la tienda, para sorpresa de Wren, a reclamarle dinero por su hija, viciosa del crack y embarazada. Su exigencia, que bordea la cordura y la demencia, al comienzo fastidia a Auggie; luego, ante la terquedad de su aventura con cuerpo de mujer, da giros hasta terminar, una vez más por el azar (Rashid trabaja en su tienda; comete un error; saca partido de otro), no sólo cediendo sino siendo solidario (lo que es fácil con plata ajena y aun así…) con esa suerte de extraña-conocida a quien también el azar premia. Ella se va con su dinero sin saberse en qué lo gastará y sin que importe; él queda con su conciencia tranquila al contribuir con una causa que no sabe si es propia: lo que tampoco importa…

Infierno como el que vive el mentiroso compulsivo, usurpador de nombres e inventa-vidas Rashid, quien aparte de haber hurtado dinero al par de asaltantes, es un condenado de momento por la vida, así aparezca como salvador de Paul, y un extraviado metafísico al desconocer la esencia de su origen: la del padre (“El origen de algo es la fuente de su esencia”, M. Heidegger). Padre al que ya ha matado pero al que, curiosamente, tendrá que rematar. Y aquí rematar no es vender. Rashid, Paul Benjamin, Thomas… Jefferson Cole, finalmente, encuentra la calma en el almuerzo colectivo, tras largo plano, cuando acaricia la cabeza de su nuevo hermanito… Entre el encuentro interracial y el desencuentro filial, Wang-Auster nos han dado cicuta: no por velada intencionalidad sino como resultado del azar vital y artístico.

Infierno que de otra manera, ya sin culpa, vive Paul Benjamin (los mismos nombres de Auster), quien de pronto, revisando las fotos de Auggie Wren, descubre la razón de su colosal e involuntario dolor y se estremece al cogerse la cara de una forma que nadie envidiaría y, aun así, al poner Wren la mano en su hombro, nadie tampoco podría dejar de sentir compasión por el Otro… que podría ser él, uno mismo. En el ínterin, se ha mostrado a un Paul desorientado, inseguro, incapaz de continuar su tarea de escritor por la falta de apoyo emocional, el de Ellen, la mujer de la foto. Paul, a la postre, verá compensado su dolor por la fidelidad a su recuerdo con el Cuento de Navidad que Auggie le relata (y que el buen Paul no le roba): uno, desnudo, honesto, sin adornos, autocrítico, lacerante. Como la vida… como era la suya.

August Auggie Wren, por último, aunque parezca feliz es otro desgraciado por el error (= culpa) que carga, representado por su tienda, su lugar de encierro, su celda cotidiana, fuera de la esquina en la que ha tomado fotos por 14 años, 5 minutos al día, 4.000 en total. Tienda en la que, no obstante, también hay cabida para la disputa filosófica, el chiste (negro), la literatura, el deporte. En suma, para vivir. Cada cual, al cabo, escoge su cruz y esa cruz es para cargarla. Wren sublima su dolor a través del arte: el de contar historias: “Mierda, si no compartes los secretos con tus amigos, ¿de qué vale un amigo?”, dice. “Exacto. No valdría la pena vivir la vida, ¿verdad?”, responde Paul. Lo que no se expresa, el cuerpo lo expresa como enfermedad, parece entender Wren. Como, pese a todo, es un hombre sano decide contarle a Paul, en un divertido y conmovedor plano-secuencia, su infierno, del que dice: “Y nunca me lo he perdonado”. Paul, por último, nos hace volver al cielo del arte. A ningún otro. Porque el Infierno de la vida sigue y de él no hay escape alguno: así, en este caso, se trate de una tienda, cielo e infierno por mitades…

FICHA TÉCNICA: Título original: Smoke. País: EE.UU (1995), Color, 112 min.  Director: Wayne Wang. Guión & Co-dirección: Paul Auster. Premios: 1995: Festival de Berlín: Oso de Plata, Wayne Wang;  Premio Especial del Jurado. 1995: Críticos del Cine Danés, Premio al Mejor Filme Americano. 1995: Premio Alemán del Cine al Mejor Filme Extranjero. Premio Espíritu Independiente para Mejor Primer Guión (Paul Auster). Premios David di Donatello: Mejor actor extranjero, Harvey Keitel. Luis Carlos Muñoz Sarmiento – Director Cine-Club Libertadores (Año II. Reseña No 1. 4.II.13)

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