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Silencio-Dios-Nada

Flickr, baronsquirrel
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Jonnathan A. Sánchez Barrera (*)

De seguro que por eso es que todos buscan a Dios, en él solo hay paz, serenidad y afonía. Solo con él hay paz, porque Dios es todo silencio, es todo mutismo, es todo y al mismo tiempo un absoluto nada y porque nunca dice nada.
Nos agrada estar en su ‘presencia’ porque hay descanso del barrullo del mundo, del estruendo de lo enfermo, del barco hundiéndose y gritando aterrado porque sabe que su hora esta pronta. De seguro orarle, buscarlo, es escudriñar en nosotros mismos lo inconmensurable, lo deseable, la nada misma, por eso nos aferramos a ella, mejor asirse a él que a este escandaloso mundo. El silencio de funeraria de sus templos calma, es apacible, agradable, es como un terreno alejado de la existencia vana, de lo inventado, de la mentira; ir allí es vivificante, reconfortante, estimulante, nos recuerda que ya pronto, muy pronto vendrá el día en el que no nos toque volver a esa vida afanada, estruendosa y criminal. Alzar una oración sublime al mutismo, con la esperanza de que nos lleve allá, donde él, para gozar sin gozar de lo sereno, de la tranquilidad y el silencio de Dios, de la nulidad. Nada tan hermoso como mirar sin mirar, plantarse frente a una pared vacía a escuchar el silencio, a escuchar la nada, a escuchar a Dios, frente a esa pared sin el error de la expresión, sin el error del sonido, sin la imprudencia. Al final, decir alguno de los tres es lo mismo, Silencio-Dios-Nada, lo hermoso hecho palabras. Toda una religión y una civilización cimentada en la nada, en el deseo de ya no ser, en la ansiedad de unirnos en uno con Dios, con el silencio; en uno con la nada.

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(*) Colaborador.

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