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Resurgir

Paula Prins Pardo

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Las gotas de sudor bajaban por la comisura de sus labios hasta llegar a la curvatura de sus pechos, sería un domingo como muchos, caluroso y solitario, pero ella no quería un día igual a los demás, pretendía uno diferente. Al incorporarse frente al espejo observó cómo sus ojos yacían hundidos de tanto llorar, a decir verdad, no sabe en qué momento se quedó dormida la noche anterior, solo vio su cama colmada de fotografías, de pequeñas notas de bolsillo, y en una esquina las sabanas todas arrumadas.

Fue un desayuno inusual, no hubo beso de buenos días, tan solo una silla vacía que parecía cobrar vida y burlarse de la soledad que abrazaba el comedor, uno donde antes comían dos. Todo en esa casa estaba mal, no solo la dueña. Las cortinas sin abrir por días, cientos de mensajes en la contestadora sin escuchar, inclusive aún permanecían en el suelo los desastres que dejó esa fecha, aunque el lugar para nada lucía tan triste como ella.

Miraba a su alrededor pensando en qué punto todo había pasado, cuando hace una semana estaban allí, juntos como siempre, en esa morada que, si bien ahora parecía sin vida, antes fue su lugar favorito porque él lo habitaba. Ahora debía despertar sabiendo que tendría que extrañarlo toda su vida, olvidar no era una opción.

De repente recordó que al despertar deseó que ese fuese un día distinto. Ya su cara extrañaba ver la luz del día más allá del cristal de los ventanales. No sabía cómo empezar sola, desde hace diez años dormía acompañada, y así mismo despertaba, atrapada entre los brazos de la persona que no la dejaba marcharse sin antes besarle la frente y consentir sus cabellos despeinados.

Debía arreglarse un poco para no dar de qué hablar a sus vecindades, que de por sí ya varios la habían visto en un estado bastante lamentable cuando se acercaron a su puerta unas dos o tres veces para darle las condolencias. Pues no fue así, no se cambió, y mucho menos, maquilló. Si de algo no tenía ganas era de esconder el dolor que sentía. Todo sería paso a paso, lo de verse atractiva algún día volvería a suceder, solo que no estarían ese par de ojos color miel para observarle.

Afuera el viento le recordó que seguía viva, pero también que él no lo estaba. Cada lugar tenía una referencia en su cabeza, como aquella noche cuando celebraban su primer aniversario y regresaron tan borrachos que tropezaban una y otra vez con las piedras del sendero que dirigía hacia el jardín.

De repente empieza a sonreír, y no entiende por qué. Durante toda una semana evitó salir por miedo a enfrentar la realidad, a encontrarse a sí misma, sola, en medio de sitios que lo único que harían sería traerle recuerdos de él. Pero el sentimiento fue otro, la mujer que por días se mantuvo distante y a medio morir parecía reponerse.

Hincando sus rodillas sobre el césped, derramó unas cuentas lágrimas, pero esta vez de regocijo. Sintió que había aún mucho camino por recorrer para ella, y que siempre tendría una luz acompañándola, una con nombre propio y que seguiría acariciándole en el rostro cada amanecer.

Así se mantuvo por unos minutos. Cuando recobró la compostura volvió su cara hacia el frente con las partes de su corazón aun desechas, pero armada con la paciencia que se requiere para juntarlas de nuevo.

Ese domingo, al retornar a casa después de no haber salido de ella por días, comprendió que el recinto sí seguía siendo su favorito, pues, aunque fuese solo ella, aun había quien habitara la casa, y ya esa era razón suficiente para cuidarle y quererle eternamente.

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