Socorro Ariza (*)
La tarde del 29 de septiembre del 2008, la contadora se hallaba en Londres justo cuando aquel fue denominado un “Lunes Negro”. Al escuchar la noticia instintivamente miró los anuncios callejeros con los indicadores económicos y vio cómo todas las flechas, cual goticas de sangre, estaban en rojo y, amenazantes, señalaban hacia el suelo cubierto de hojas muertas.
No hubo margen de sorpresa. Lo más auténtico que se le ocurrió en aquel momento fue que en septiembre todo se precipita. Desde las hojas de los árboles, hasta las lluvias, en septiembre, todo se cae. Así pues, ¿cómo evitar que también a ella el mundo se le viniera encima…? Septiembre negro, Once de septiembre o 29 de septiembre; en septiembre, los ataques y las caídas eran la constante.
Llovía a cántaros, pero los huracanes habían perdido audiencia; su fuerza les había sido arrebatada por el tsunami que acababa de registrarse en Wall Street: el epicentro del mundo financiero. Era evidente que su onda de acción, en un perfecto Efecto dominó, estaba arrasando en cuestión de segundos con todos los libres mercados búrsatiles del Globo; mas, todo no eran caídas: mientras los bancos más poderosos y las bolsas se precipitaban, la cresta de la ola alcanzaba alturas astronómicas; en solo unas horas las pérdidas en Wall Street registraron una suma antes innombrada: un trillón de millones de dólares. Era la debacle. Era septiembre y el lunes había caído en un veintinueve negro. ¡Mal presagio!
Pero, ¿quiénes serían los paganinis?, se preguntaba la contadora mientras seguía caminando por la calle principal de su amargura, en espera de que empezaran a caer gotas de sangre. Las calles londinenses; a pesar de las lluvias, las crisis y las amenazas; estaban atestadas de gente comprando, era como si todo fuera mercado libre, o sea: gratis, y hubiese que consumirlo todo en una tarde. Aquí no se registraba la debacle sino la de…cadente de…cadencia del… free man, free mind and free market. ¡Todo y todos: regalados!
¿Sería ella la única idiota útil afectada por la caída? Después de todo sólo se trataba de sus últimos cuatro mil euros, que por ser una suma tan ridícula no había sido asegurada por ninguna compañía. La contadora, achicopalada, miró al cielo y, al contar las cifras, se persignó y rezó un Paternoster en espera de que las flechas rojas se proyectaran dentro de ella en unas cuantas gotas de sangre que le ayudaran a equilibrar la balanza de sus penalidades. Pero, entre más avanzaba la tarde, y más flechas en rojo aparecían, sobre ella, y sobre el suelo de Londres, sólo caían hojas muertas y agua llovida… todo muy limpio.
Empezó a hacer cuentas de nuevo… un trillón de millones de dólares; era un de…sastre. En una caseta callejera vio los encabezados de los diarios y, traducidos, sin tomar en cuenta las fechas ni las cifras, le parecieron exactos a los que había escrito el abuelo de su ministro de defensa para el periódico El Tiempo el 29 de octubre del año 1929: Sorpresiva crisis económica mundial. Cayó la bolsa de Nueva York. Habrá cierre masivo de empresas y aumento acelerado del desempleo. Los países pobres, abastecedores de materias primas, verán caer sus exportaciones y los ingresos[…] Hasta cierto punto nada de lo que sucedía era una farsa, ahora lo veía claro: era cierto que las bolsas de valores estaban llenas de paja y aire comprimido. Todo, menos papel moneda, ni siquiera sangre: las crisis de la Bolsa eran una enfermedad dogmática. Ya en el 2002 los analistas habían presagiado el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y el desfonde de la Bolsa; una bomba macroeconómica llena de flechas rojas que al reventar no produciría ni una sola gota de sangre, pero, ¿cuáles serían las causas y las consecuencias de algo que no tenía una definición clara y cuya profundidad era superior a todo lo pronosticado? No era que ella de puro auténtica se lo estuviese preguntando, lo que estaba haciendo era emular a Joaquín Estefanía, quien ya se lo había preguntado en su columna Agenda Global del diario El País, en octubre del 2002, cuando habló también de la corrupción empresarial y las malas prácticas contables en los Estados Unidos de Norteamérica y Europa; y puso de relieve que no eran ni Brazil ni los corruptos países del Tercer Mundo los que desestabilizaban la balanza y causaban las crisis. Obvio, esa era, en realidad, la verdadera caída. Krugman lo había visto claro. Quizá también hasta Ahmadinejad, el presidente Iraní, tuviese razón cuando el día anterior le dijo a Larry King en una entrevista que tanto a los iraníes como a los árabes había dejado de preocuparle Norteamérica, y que eran los Estados Unidos los que aterrorizaban al mundo usándolos a ellos de adarga. Bien sabía Ahmadinejad que la guerra contra Irak había terminado por favorecer a Irán. En aquel momento les bastaría con cortar el chorro de la producción de petróleo para que del cielo llovieran sobre New York, London, París o Tokio suficientes flechas rojas como para aniquilar de una al Imperio: esa era su más portentosa arma. No obstante, hasta este momentum no eran precisamente los árabes los que tenían al imperio en la cuerda floja; eran las grandes corporaciones financieras las que se caían por el peso de sus operaciones fraudulentas.
Ficción o farsa, ella debía actuar rápido: las crisis eran para sacarles ventaja y… tanto ella como su economía necesitaban de estímulos. Siete años atrás, cuando decidió dejar de lado su carrera y dedicarse a su nueva profesión de contadora free-lance, de su profesor de economía -no Freddie Mae, pero sí Tío Rico McPato- aprendió bien los trucos de los corredores de bolsa; los tenía claros en su mente: todo lo que sube baja, o viceversa; a la hora de abrir un portafolio no se pueden poner todos los huevos en la misma canasta, hay que diversificar; como en el juego de ruleta rusa: a más riesgo mayor ganancia y, pase lo que pase, hay que ser positivos así una se esté desangrando de a poco… ¡No pain… no game!
Había ido a Londres con dos propósitos: uno, buscar temas de actualidad económica que le sirvieran de alimento a su profesión de contadora, y otro: cambiar de ambiente, darle tiempo al tiempo mientras había flujo. Pensando en cómo sacarle provecho a todo este rollo económico y financiero, continuó caminando por la calle principal de su amargura y, bajo la lluvia, arribó a la casa de la amiga colombiana que la alojaba.
Cuando llegó era tarde. No había nadie en casa; para variar, su amiga había ido a consultar su situación financiera con su ex marido: un consejero de Paternoster Square, quien precisamente era el candidato número uno para convertirse en el protagonista de su nueva historia socioeconómica. Se duchó y tomó una sopa de tomate caliente que su amiga le había dejado en el microondas… A falta de sangre: ketchup… what else? Algo satisfecha se metió en la cama. Pasó una noche toledana, a eso de las tres de la mañana prendió la tele y, en el Show de Larry King, Suze Orman, la gurú de las finanzas y las inversiones, quien le había enseñado los nueve pasos para lanzarse en busca de su emancipación económica, estaba peor que ella: su boca estaba tan abierta con lo sucedido que le fue imposible no contemplar su perfecta dentadura, y no precisamente porque se estuviese riendo. Suze, escandalizada, repetía sin descanso la suma: ¡un trillón de dólares! ¡un trillón de dólares! y, por primera vez, no hubo ni un dejo de optimismo en sus avisos; aconsejaba quedarse quieto en primera, no era un buen momento para invertir, ni nada; casi que se atrevió a aconsejar sacar el dinero de los bancos y, a falta de efectivo para pagar una caja de seguridad en uno de ellos, meter el billete debajo del colchón. Por el contrario, Donald, el sobrino del Tío McPato, aconsejaba arriesgarse, decía que este era el mejor momento para ir al banco a adquirir un crédito y comprar casitas; también aprovechó para adherirse a la candidatura del tío rico McCain, quien se encargaría de incrementar el dinero de los tíos ricos sin grabárselo con impuestos, pues después de todo había que preservar la democracia y el capitalismo; lo contrario: buscar equilibrar en algo la balanza, y que los ricos pagaran un poquito más que los trabajadores estilo John el plomero, sería puro socialismo y eso, ¡qué peligro!, era peor que el terrorismo, advertía la ultraconservadora candidata republicana a la vicepresidencia, bonitamente camuflada dentro de los costosos vestidos sastre, comprados con la platica de los contribuyentes, que dejaban bien asentada su condición de mujer emancipada y bien parada sobre sus propios zapatos.
La contadora se rio sibilina, dijeran lo que dijeran, para ella no había alternativas: lo había perdido todo, no había más que precipitarse a hacer lo único que sabía y quería: ganarse la vida como contadora indepedendiente. Después de todo, quizá la suya fuese la situación ideal: nada que perder y todo que ganar; había que reírse de sí misma y mantenerse positiva hasta la muerte… ¡No pain… no game!
Abrió su laptop y vio qué tenía tres mensajes en su buzón; no sintió ninguna gana de abrirlos. Transnochada se miró al espejo y empezó a contar de nuevo y, como quien hace un inventario de las pérdidas, fue pasándose revista… los cachetes: caídos; los párpados: caídos; las tetas: caídas; el culo: caído. A ver cómo le hago para estimularme. Ya que no hay con que pagar el botox ni el lifting, será mejor darme un masaje, se dijo con cinismo.
Incentivada con el masaje labial, volvió a su laptop. Vio de nuevo los mensajes: uno era de una casa editorial exclusivamente para mujeres; de seguro querían venderle un libro; el otro: de su médico; y el tercero: de su hermana. Primero las buenas noticias y luego las malas, se dijo, observando a través de la ventana qué, a pesar de las precipitaciones, aún, ni sobre la calle principal de Londres, ni sobre ella, había llovido sangre, todo limpio. ¿Cuál de los tres mensajes abrir primero…? El neutro, el que estaba segura no era ni bueno ni malo: el de su hermana. Lo abrió de una… su hermana estaba preocupada pues acababa de enterarse de que su pensión había ido a parar a manos de uno de los bancos noreuropeos que más quebrado se encontraba en ese momento. Al parecer el gobierno de turno le había entregado casi que en secreto el fondo de pensiones a dicho banco internacional y, si este se quebraba, lo más seguro sería que la platica de las pensiones correría por entre las alcantarillas de las calles principales, pues… en su subdesarrollado país el gobierno no salía con medidas de rescate como en Europa o Norteamérica. La gente corriente simplemente perdía el dinero sin que Derechos Humanos, FAOs ni Bancos Mundiales vinieran a rescatarlos de las sucias corrientes. ¿Qué responder…? Lo que primero se le vino a la cabeza… Hermanita mía: por lo menos por esta vez tú y yo sabremos de dónde salió el billete para pagar este desfonde y saldar los daños y perjuicios de los damnificados del Primer Mundo. Eso es lo que por aquí llaman Solidaridad Internacional. Confiando en el Paternoster, si se diera el caso de que se desapareciera la platica de nuestras pensiones por entre las alcantarillas de las calles principales, quizá logremos, al menos, ganar indulgencias que, en un incierto futuro, nos ayuden a aminorar la deuda externa. Reza un Padre Nuestro en nuestro nombre.
Todavía le quedaban dos mensajes, ¿cuál podía ser el bueno y cuál el malo? A lo mejor los dos eran buenos; o, lo más seguro, uno no era ni bueno ni malo: solo mercado libre y, el otro, si no había sangre, de seguro era malo. Volvió a hacer cuentas… pin uno; pin dos; pin tres; pin cuatro… piiii…nooo…chiiii…toooo… ¡zas!, abrió el mensaje de la casa editorial. Al verlo se sintió aliviada, esta vez no querían venderle nada, eran las convocatorias a sus concursos anuales. Tal vez esta fuera la oportunidad que estaba buscando, se dijo emocionada. La contadora había participado en dicho concurso los últimos años, sin éxito. A decir verdad, desde que empezó con el siglo su carrera de contadora independiente, no había ganado ni un duro: seguía inédita como la Virgen María. Siguió leyendo y, sorprendida, vio que algo había cambiado: este año el concurso no era de cuento sino de relato, y el valor del premio había caído de 1500 euros a 500. Volvió a contar de nuevo, calculó el tamaño de la devaluación y puso en su desestabilizada balanza las pérdidas. Esto no era un declive sino un abismo, debía precipitarse a narrar los hechos de primeras: con una primicia siempre se daba un golpe de gracia.
Tratando de ser positiva y levantar su disminuido ánimo le dio la razón a los de la casa editorial: aunque era cierto que las definiciones de cuento, narración o relato, de acuerdo al diccionario o libro de estudio consultado variaban más que el clima o los índices económicos, básicamente se decía que un cuento era pura fantasía, o, mejor dicho, como los mercados libres y búrsatiles, los bancos y las bolsas de valores: pura paja; mientras que un relato, la mayoría de las veces, estaba basado en una historia verídica y, la realidad, obvio, lo estaba comprobando en su propio pellejo: sólo producía depresiones. Entre ganarse un duro, o morirse de hambre, los expertos aconsejaban optar por el milagro; de este tipo eran más o menos todas las decisiones que debían hacerse dentro del capitalismo para poder sacarle provecho a la liberalización del mercado. ¿Si medio dólar por día se ganan los que hacen los zapatos de la candida-ta, por qué una contadora va a querer ganársela toda de una contada?
Con la nota baja prendió otra vez la tele, y, para remate, el pronóstico del tiempo advertía que a causa de las fuertes depresiones atmósfericas habría fuertes precipitaciones durante todo el día. Con ganas de morirse se dijo que ese era el mejor momento para recibir las malas noticias. Total: ¡se necesita coraje para ser rica! Abrió entonces el correo del médico y, claro, como en ese instante lo que deseaba era morirse, el mensaje decía que la biopsia había resultado negativa. La deflación en su flujo sanguíneo se debía a una entrada temprana en la menopausia. ¡Qué tal! Ella en busca de incentivos y sólo encontraba depreciaciones. Creía que el proceso seguía unos pasos más o menos previstos; pero, como la economía global, se había saltado casi todos los pasos. Del superávit o menorragía había pasado a la inflación, luego a una pequeña deflación y, sin una recesión declarada que le permitiera sentirse, al menos, deprimida, ¡zas!, sufría una vertiginosa caída… una pérdida total de su flujo de caja. Se sintió de pronto como un bebé recién nacido: arrugadita. No era cierto que su período hubiese disminuido, simplemente se había extinguido, evaporado como sus cuatro mil euros y, quizá, como su pensión en Macaranga. Ni siquiera podía darse el lujo de llamar al ciclo: entrada triunfal a la madurez ni, menos, para crear una metáfora perfecta, podía compararlo con El Declive. No, no era un declive: era un abismo y… era septiembre. Lo único que de similar tenía todo este rollo con el de la Matute era que los verdaderos culpables de los robos, los desfalcos y los fraudes seguirían pavoneándose campantes cual vampiros… pero, en su caso, ya sin ningún control sobre su propio destino: ¿quién pagaría el pato?
La contadora… de cuentos, tratando de levantar sus deprimidos ánimos, sacó pecho y decidió poner en práctica las lecciones de la Orman precipitándose solita antes de que los ataques acabaran por diezmarla: las crisis son para aprovecharlas; hay que arriesgarse y confiar en el Paternoster, se dijo, antes de persignarse y lanzarse a hacer un relato exhaustivo de los hechos. Pero, ¿cuál relato? Era obvio que la historia solo sería un refrito, pues ya había sido contada casi un siglo atrás y, luego, tan recontada y explotada que había dejado de ser tragedia para convertirse en circo, como -palabras más, palabras menos- lo había pronosticado el visionario Carlitos Marx y, para remate, no había flujo sanguíneo y, sin sangre, no habría audiencia, ni rating, ni best-seller, ni premio, ni nada. Sí, la realidad era deprimente y, era un hecho: era septiembre. No, no era un declive, era un desangre; mas… como no había sangre, no había crimen.
Utrecht, Octubre del 2008
Postdata: hoy, 1 de diciembre del 2011, ella ha releído este cuento y ¡oh sorpresa..! La debacle sigue su curso. En Macaranga los banqueros ya empiezan a hablar de una reforma urgente del sistema de pensiones, y se discute si el país debe o no asumir la deuda de la empresa de telecomunicaciones, que no es macaranguesa sino española. Al otro lado, en el Medio Oriente, a un algo o alguien desconocido le dio por meterle candela a los pueblos Árabes, y con un algo llamado “Primavera Árabe” algunos países del Primer Mundo han logrado limpiar su patio trasero y hacerse al petróleo libio, así que… ya no necesitan del crudo iraní. El pueblo azusado le ha abierto las puertas a la ONU, UE, EU para que entren con toda su artillería, ¡AUCH! ¿Habrá desangre…? ¡No que va, todo limpio! Sin sangre, no hay crimen… ha vuelto a repetirse la contadora inédita cuando, según dicen los tecnócratas, solo quedan o ¿faltan? diez días para la quiebra total del euro y, por ende, de Europa… Los ministros de finanzas europeos, sin saber qué hacer, empiezan a exigir, oíganlo bien, a exigir, no a rogar, al resto del mundo, empezando por los países emergentes, que los ayuden… y, como fondo, la contadora incapaz de relatar la lluvia de soluciones dadas por la tecnocracia, escucha el último hit de Ry Cooder…. No banker left behind… no banker no banker… y escribe por fin algo acorde con tanto recorte: un minicuento…
La piñata
Era una burbuja inmobiliaria riquísima. Al estallar, ¡ploff! dejó a los invitados atrapados bajo sus escombros. La Casa Christie será la encargada de rematarlos.
(*) Escritora, colaboradora de El Magazín
Firmado en Utrecht, el 1 de diciembre del 2011