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@Ramón, el más ilustre ancestro del tuit

Ramón Gómez de la Serna († 12.1.1963)

Ricardo Bada

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Se me ocurre empezar con un “Quod erat demonstrandum” este homenaje a Ramón, el creador de la greguería («gregues, como yo las llamo en la intimidad», según confesó en el prólogo a su propia selección en la Colección Austral), y ese euclidiano “Como había que demostrar” van a ser quince de ellas que tienen dos características en común, de las que luego les hablaré.

 

Helas aquí: «El primer Papa que trinó fue Pío I».

«De ser una mujer pequeña me decepciona el no ser portátil».

«Ser negativo se cura con papel fotosensible y una ampliadora».

«Es una novela tan mala que no dice Fin sino Por Fin».

«Las luciérnagas son insectos que se pusieron las pilas».

«Voy a contar tazas de café para combatir el insomnio».

«A los que estudian cine sin terminar la carrera les dan un subtítulo».

«Algunos hombres definitivamente descienden del monosílabo».

«Los mejores sueños eróticos se pierden en el pubis de las Bermudas».

«El género literario creado por Bryce Echenique se llama Copy Bryce».

«El frío se mide en pezones».

«Calderón de la Barca, picado por la mosca tsé-tsé, escribió La vida es sueño».

«–Éste tenía madera de héroe: ardió muy bien –dijeron los inquisidores».

«El azul se encuentra al amarillo por casualidad, y exclama: ¡Tanto tiempo sin verde!»

«Los pezones son los ojos del corazón».

 Ahora bien, las dos características que tienen en común esas quince greguerías son, 1ª, que todas podrían ser de Ramón, y 2ª, que ninguna de ellas lo es: la dedicada al plagiario BE tendría que haberles alertado. Se trata de 15 tuits extraídos de otras tantas cuentas de la red Twitter, y con ello entramos de lleno en el tema de esta nota: Ramón y/o la greguería como los más ilustres ancestros de dicha red, al menos en lo que tiene de creatividad verbal, que no es poca (véase mi nota al respecto, el 12.4.2012, en este mismo diario). Quod erat demonstrandum.

 En una de sus greguerías Ramón dejó dicho que «un centenario consiste en limpiar con un plumero el busto en yeso del centenariado». Como en este caso es tan sólo el cincuentenario de su muerte, me limitaré a soplar un poco del polvo acumulado desde 1910 sobre el mayor y más universal de sus inventos: la greguería.

 Efectivamente, ese año, y en las páginas de la revista Prometeo, es donde hicieron su aparición por primera vez. Antes, la temprana vocación literaria de Ramón se había anunciado cuando a los diecisiete años publicó la que sería su primera obra, titulada Entrando en fuego (1905), donde sólo le faltó añadir que ese fuego era de artificio. Sea como fuere, ya en esas greguerías de 1910 pueden atisbarse sus principales rasgos taxonómicos: el surrealismo, la referencia a lo cotidiano y el humor. Por ejemplo en esta de la primera hornada: «¡Qué tristes son las narices de las mulas!»

 Ramón fue uno de los tres miembros extranjeros de la Academia Francesa del Humor junto Charles Chaplin y Pitigrilli, gracias a que Valéry Larbaud introduce la greguería en Francia. Y sus greguerías se tradujeron a todas las lenguas occidentales, entre ellas el alemán, provocando el entusiasmo de un crítico tan exigente como Werner Krauss, quien llegó a afirmar que el único genio del pasado respetado por Ramón era Goya, «cuyos famosos “Caprichos” podrían ser greguerías ilustradas»; una observación con mucho mayor peso del que sugiere la sencillez con que Krauss la formula.

 El 23 de enero de 1963 llegaron a Madrid los restos mortales de Ramón, procedentes de Buenos Aires, donde había fallecido («Buenos Aires es querer ir a la Puerta del Sol y quedarse en la Gran Vía»), y en Madrid está enterrado en el Panteón de hombres ilustres de la Sacramental de San Justo, junto a la tumba de Larra. Pero su auténtico panteón es el imperecedero monumento de sus greguerías.

 Como acerca de ellas casi todo ha sido dicho, pues no hay tratadista de la literatura en lengua castellana que no le haya dedicado su atención, centremos la nuestra en alguna que devino obsoleta gracias al progreso de la técnica («Esas dos letras de la máquina de escribir que se enlazan y se montan en el aire, revelan que se aman»), y en otras que hoy jamás hubieran encontrado un redactor dispuesto a publicarlas, por políticamente incorrectas, e incluso por racistas: «Los japoneses con gafas tienen algo de ranas».

«Las madres chinas no saben si han dado a luz una muñeca o una niña».

«Los negros son negros porque sólo así logran estar a la sombra bajo el sol de África».

«Los negros tienen tanto miedo a las tormentas porque ya se carbonizaron una vez».

«Me molestan las películas de negros porque no se sabe si es el padre o la madre el que da de mamar al niño».

 [Hoy, en Twitter, de cuyos mejores cultores Ramón es el precursor indubitable, hay una cuenta signada por @GmezDeLaSerna donde suelen aparecer continuamente sus greguerías, pero el titular de la cuenta también intercala las suyas propias, y una de las últimas podría aplicarse a las que acabo de reseñar: «Si eres nuevo en Twitter, tienes que aprender a medir tus palabras»].

Entre mis predilectas, y para abrochar esta nota, se cuentan las que dedicó a la mujer:

«Desde que el manzano oyó lo que le dijo Eva a Adán, todas las manzanas están coloradas de rubor».

«Cuando una mujer pide ensalada de fruta para dos, perfecciona el pecado original».

«La mujer que baja por una escalera de caracol parece haber sido despedida del Paraíso».

«Las cintas de señal de los libros están hechas con breteles de camisas femeninas».

«El sostén es el antifaz de los senos».

«Aquella mujer me miró como a un taxi desocupado».

«Debajo de un traje de terciopelo parece que la mujer va sin ropa interior».

«Cuando la mujer se estira mucho las medias, parece que va a volar».

«Ningún pizzicato más incitante que el de la liga sobre la carne, cuando la mujer la pizca con supremo arte musical».

«Las Venus antiguas nos sonríen desde el cuarto de baño de la inmortalidad».

«La bata de baño hace frailes a las mujeres, pero en seguida cuelgan los hábitos».

«Ante las que llevan una pulsera en el tobillo, intriga cómo ha podido llegar allí desde la muñeca».

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