Fernando Araújo Vélez (*)
«Hoy quiero que me atraquen», solía decir don José los viernes sobre las seis de la tarde ante la mirada lánguida de su esposa. Antes de salir de su casa, iba al patio y le daba un par de trompadas a un saco de arena que permanecía colgado allí desde los tiempos en los que Luis Ángel Firpo perdió la oportunidad de ser campeón del mundo de los pesos pesados porque las reglas no contemplaban que voltear a un rival y sacarlo del ring fuera nocaut.
Don José se inclinó por ese rival, Jack Dempsey, tal vez porque en sus épocas de boxeador trataba de imitarlo, aunque luego, muy luego, bautizó Firpo a un perro que amaba. Llevó en su billetera hasta los últimos días de su vida una foto de periódico de Dempsey, y cada vez que la veía posaba como él, con los guantes en posición de combate. “Ven que te voy a romper la mandíbula, acércate que te voy a destrozar”. Entonces salía a la calle y miraba con ojos y gestos de provocación a los jóvenes que se cruzaba. Caminaba despacio, como si contara los pasos. Cerraba y habría los dedos de sus manos y soltaba los brazos, como si estuviera sobre una lona, y respiraba profundo. Iba por La Soledad, pasaba por Teusaquillo y subía a Chapinero. Solo, siempre solo. No quería testigos de sus decenas de peleas callejeras. Nadie que gritara o llorara si algún día le pegaban. Nadie que lo admirara por la fuerza de sus golpes y la facilidad para esquivarlos. Prefería dejarlo todo en el espacio de la imaginación.
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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online y de la sección de cultura del periódico El Espectador. Además, tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos.