En ‘El hombre que amaba a los perros’ el escritor Leonardo Padura busca desenterrar facetas ocultas del político ruso. Desde La Habana explica cómo lo consiguió.
Angélica Gallón Salazar (*)
¿Qué lo llevó a toparse con el tema de Trotsky y cuál es ese primer filón que le hace pensar que tiene en sus manos el germen de una novela?
– A Trostky, como personaje histórico, me llevó el silencio. En la Cuba de los años 1970, cuando yo estudiaba Letras en la Universidad de La Habana (1975-80), Trostky no existía, oficialmente hablando. La política estalinista de hacerlo desaparecer también se aplicó en Cuba, en todos los sentidos, y cuando se hablaba de trostkismo era para calificar la más anticomunista de las actitudes o filosofías. Pero la verdad es más amplia que la voluntad de silenciarla. Cuando leí Rebelión en la granja, de Orwell (autor que, ni entonces ni ahora ha sido publicado en Cuba) y alguien me dijo que uno de los cerdos, el presunto traidor, estaba inspirado en Trostky, sentí curiosidad. Luego, con la lectura de Tres tristes tigres, de Cabrera Infante (tampoco publicada en Cuba) la curiosidad se convirtió en necesidad de conocer. Y esa sensación fue creciendo, de manera muy aleatoria, hasta que en 1989 fui por primera vez a México y le pedí a un amigo que me llevara a Coyoacán, pues quería visitar la casa donde Trotsky, aquel traidor y renegado, había sido ajusticiado (no asesinado) por sus crímenes contra el proletariado y su partido… Y sentí una extraña conmoción al entrar en aquel sitio, polvoriento y medio abandonado, donde se había producido una tragedia. Esto ocurrió un mes antes de que cayera el Muro de Berlín, y para entonces yo había leído ya a Deutscher y tenía mis propias opiniones, aunque todavía muy elementales… En ese conocimiento difuso, parcial, trabajado, cayó un día una noticia que me conmovió: alguien me dijo que Ramón Mercarder, el comunista español que con la identidad de Jacques Mornard había asesinado a Trostky, había vivido varios años en Cuba (1974-78), y que acá había muerto. La revelación de que aquel hombre sin rostro había estado cerca de mí, convivido conmigo, en mi ciudad, empezó a generar algo diferente a lo que había sentido hasta entonces: generó una emoción y por ahí debe haber empezado a gestarse, sin yo saberlo, el deseo que años después concretaría: escribir una novela sobre estos personajes y sus circunstancias.
¿Cómo vivió esa transformación de ver al político ruso como «el maldito, que no tenía historia” a tener otra percepción de él?
Con las complicaciones de que ya tendrás idea. Conseguir textos de o sobre Trotsky en Cuba era algo muy difícil, pues solo existían los panfletos publicados en Moscú que lo calificaban de rengado y traidor. Pero luego de leer la gran trilogía de Isaac Duetscher fueron cayendo en mis manos diversos textos, como, por ejemplo el llamamiento a los intelectuales del año 1938 que redactaron Trostky y Breton y que firmaron Breton y Diego Rivera. Sin saber que el autor de casi todas las ideas que allí se manejaban era Torstky, quedé deslumbrado con ese documento, tan iconoclasta y defensor de la libertad del creador, y saber que era obra de Trotsky significó una revelación. Pero fue, en cualquier caso, un acercamiento difícil, no meditado al principio, y, al final, muy intenso y profundo para poder conocer la verdadera vida, obra, acciones de ese personaje central de la historia del siglo XX.
¿Cuáles cree que fueron las razones primordiales para que Trotsky quedara con esa imagen durante todo el Siglo XX?
– Una sobre todo: Stalin. O, mejor dicho, la necesidad de Stalin de crear un enemigo interno para hacer sus limpiezas políticas y afianzarse en el poder. Trotsky fue para Stalin, hacia el interior de la URSS, lo que Hitler y el fascismo hacia el exterior… aunque con más virulencia en el caso de Trostky, pues con Hitler hasta colaboró e, incluso, pactó. Pero la satanización y desaparición histórica de Trotsky fue un proceso ejecutado con toda intesidad y profundidad, y luego traspasado a toda la política e ideología comunista, hasta el día de hoy.
¿En esta profunda indagación ¿qué rasgos de Trotsky encontró que lo sorprendieron por su peculiaridad?
-Lo más sorprendente fue su gigantesca egolatría, su vanidad, su autosuficiencia. Esos rasgos eran tan marcados que, incluso, superaban su inteligencia, perspicacia, capacidad de conocer y sintetizar la historia, o de entender el espíritu humano. Y la demostración es que esos primeros rasgos y no los segundos, son los que deciden en su relación con Stalin y la lucha por el poder, que le costó no solo la derrota y la maldición, el exilio y la persecusión, sino la vida suya y la de familiares, amigos, partidarios… y tal vez un destino mejor a la utopía igualitaria.
¿Hablemos en particular del amor de Trotsky por los perros, característica que de hecho bautiza el libro?
-Ese es un rasgo de humanidad que no podía dejar de utilizar. Porque un hombre tan absolutamente político, tan fanatizadamente político, rara vez muestra esas cualidades vulgares y humanas. La relación con los perros, el affaire con Frida Kahlo, y sus vanidades son todos elementos que escapan de lo político y entran en lo humano, y, por lo tanto, son esenciales para un novelista aunque puedan ser despreciables para un historiador.
Ante la publicación del libro en Cuba usted supuso que se iba a abrir una gran polémica ¿fue así? ¿Qué reacciones ha generado el libro en la isla? Y ¿por qué este tema es tan espinoso en la isla?
-Ya te podrás imaginar por qué es espinoso el tema. Suma a eso que la historia del fracaso de la utopía comunista del siglo XX es también parte de nuestra historia, y que el personaje cubano, Iván, es una metáfora de cómo los cubanos vivieron en carne propia todo ese proceso terrible y doloroso. Pero afortunadamente el libro se publicó, sin que se le cambiara una palabra. Y, si te voy a ser sincero, lo que más he recibido el libro son elogios: por parte de mucha gente diversa, historiadores, filósofos, médicos, políticos incluso. Y unas cuantas críticas, ¿sabes de quién? Pues de otros escritores cubanos (de dentro y fuera de la isla), pero a esas mezquindades y envidias estamos acostumbrados pues nos persiguen desde los tiempos de José María Heredía, allá por los años 1830. La reacción más común, en cambio, ha sido la de que los lectores me agradezcan que yo haya escrito el libro, que les haya revelado esa historia, que haya puesto en blanco y negro lo que ellos no conocían y, a la vez, lo que ellos han vivido. Desde que la novela salió en España, a fines del 2009, los lectores cubanos más disímiles se dieron a la persecusión del libro, se lo pedían a familiares y amigos, y luego lo hacían circular. Te imaginarás que cuando se editó en Cuba la gente se lanzó de cabeza para conseguirlo… y casi siempre fracasó, pues la edición fue pequeña (4 mil ejemplares), no circuló completa y jamás llegó a librerías. Lo notable es que en la presentación en la Feria del Libro de La Habana la sala se desbordó, afuera la gente hacía cola desde por la mañana… y apenas sin promoción. Incluso, en el noticiero que pasaba por la TV dedicado a la feria, ni se mencionó que se iba a presentar ni que se había presentado, y eso no fue idea de los que hacían el noticiero, estoy seguro de que no…
¿Cómo se realizó la indagación para esta novela, a qué fuentes documentales tuvo que recurrir y qué tan difícil fue acceder a documentos sobre estos sucesos?
– La indagación fue brutal. Ya puesto a trabajar en la novela, estuve dos años solo investigando y, mientras la escribía (otros tres años), no dejé de leer, entrevistar gentes, cruzar informaciones, visitar lugares (Moscú, Barizon, Copenhagen, sitios de París, Barcelona) que estaban relacionados con la historia. Cada vez que pasaba por España regresaba cargado de libros, nuevos y viejos. Busque y vi películas, documentales. Leí informes y manuscritos que por distintas vías obtuve. Mi gran limitación es que no sé leer en ruso, pero en español hoy existe una gran bibliografía sobre esos temas, alguna muy novedosa (como la que existe ahora sobre el macabro papel soviético en la Guerra Civil), y lo que aparecía en francés, inglés, italiano también lo leía. Fue una dedicación total al tema, tanto, que al terminar la novela hice algo tan loco como ponerme a trabajar de argumentista y guionista de una película (Siete días en La Habana, de próximo estreno), pues sabía que necesitaba distancia y tiempo para intentarlo con otra novela.
¿Cómo estructuró la novela y cómo fue creando el tono?
-Quizás lo más difícil resultó montar la historia, darle a la estructura una función dramática muy importante, pues el clímax de los acontecimientos que contaba era conocido por todos (el asesinato de Trotsky) y, sin embargo, yo necesitaba que el lector, con independencia de ese conocimiento previo, leyera el libro arrastrado por los acontecimientos. Ahí el montaje era un elemento esencial, así como el tempo narrativo, el juego con las velocidades de la narración, que debía contribuir a generar o sostener el interés del lector. Fue un trabajo de mucha paciencia, de pruebas y más pruebas, de experiemento con lectores-amigos con capacidad de crítica, un largo proceso de escritura y reescritura. En todo ese trabajo fue decisiva, por supuesto, la opinión de gentes muy cercarnas, especialmente de mis traductores al francés y el alemán, y de mis editores en Barcelona, que son unos profesionales muy, muy capaces y… despiadados. Para ellos solo importa la calidad de la literatura y eso los hace ser terriblemente exigentes con el trabajo del escritor.
Respecto al tono tendría que hablar mucho, pero solo te diré algo. Toda la línea de Trostky fue escrita, al principio, en primera persona. Pero, cuando me di cuenta de que jamás iba a poder pasearme con soltura y verosimilitud por el pensamiento de un hombre con sus características, cultura, origen, pues deseché esas 200 páginas y lo reescribí todo en el tono más distante, objetivo, que tiene en la versión definitiva. Con Mercader y su historia no fue más fácil: tuve que escribir en un español más neutro, a la vez más cercano al modo peninsular, y por momentos pensar que escribía algo traducido del francés, por ejemplo, cuando Ramón u otros personajes se comunicaban en esa lengua. Ya con Iván me sentí más cómodo: todo ese bloque está narrado en “cubano” y, como te imaginarás, nadé en mi propia salsa.
La novela se centra en el exilio de Trotsky en México, sino que también se aventura sobre la vida de Ramón Mercader, ¿cuéntenos un poco sobre este español y cómo fue la construcción del personaje para la novela?
-Ramón es, todavía hoy, un gran misterio, un hombre sin biografía, lleno de huecos y oscuridades… y por tanto, muy atractivo para hacer literatura sobre él, pues deja grandes espacios para la fabulación, la especulación, la imaginación, que son armas importantes para el novelista. En esencia Ramón fue un comuinista típico de su momento (los años 1930), consciente, obediente, seguro de que trabajaba por el futuro mejor. Y en esa perspectiva ideológica, en medio de un período tan convulso, actuó en consecuencia. Ramón asesinó a Trostky porque debía hacerlo, porque el partido y la historia se lo exigían. Y si después tuvo dudas (las tuvo) ya su acción era irreversible. Si Ramón es conocido por la historia se debe únicamente al hecho de que le tocó ser el asesino de Trotsky. De haber sido otro el ejecutor, Ramón se hubiese esfumado para la historia, como tanta gente. Solo se podría decir de él que fue un comunista típico de su momento… que no mató a Trostky porque no fue el escogido.
Para construirlo como personaje de la novela trabajé mucho en el conocimiento de su contexto y de su ideología. En ese ambiente y forma de pensar fui engarzando los pocos datos comprobados o probables que se conocen de su vida, y para darle forma, pues usé como cemento la imaginación, la novela.
¿Podría señalar algunos de esos hechos políticos e históricos vinculados al stalinismo que lo conmovieron tanto al escribir la novela?
-Son muchos, demasiados. El más terrible fue el modo en que exportó su noción del partido y la ideología, y obligó a adoptarlas a los demás partidos comunistas, cerrándoles la posibilidad de un pensamiento verdaderamente revolucionario, pues la obra y el ideario de Stalin no lo son. Están los detalles de esos procesos de Moscú, con gentes autoacusándose aun cuando sabían que los iban a matar, y con millones de gentes vencidas por el terror, dedicadas a delatarse unas a otras, sin piedad, con miedo. Están los gulags y lo que significaron para milones de personas. Está la colectivización de la tierra, sus barbaries, el hambre que generó y que le costó a Ucrania la vida de 10 millones de personas. Está la mentira como sistema, filosofía, práctica, política… Nada, que mientras más conocía más me conmovía y me preguntaba, una y otra vez, cómo pudo haber gente que admiró a Stalin. (Y no te habló de los que lo obedecieron, pues ahí pueden haber razones epocales como las que vivió Mercader… y menos de los que adoptaron sus métodos y los aplicaron).
¿Por qué asegura que este es un libro tan profundamente cubano?
-Ante todo porque está escrito desde una experiencia, una perspectiva, un sentimiento cubanos. La historia que narro es universal, hay escenarios de medio mundo, desde Alma-Atá a México, pero todo el peso conceptual de los acontecmientos y procesos llega a Cuba, a la vida de un cubano, al destino de una generación, que es la mía. Además, el libro está escrito para los lectores cubanos, en primerísmo término. Solo que no se puede confundir lo cubano con lo local, sino ver lo propio y singular desde una perspectiva universal, y eso fue lo que traté de hacer, es lo que siempre me propongo hacer cuando escribo.
¿Qué significa para usted haber ganado el Premio de la Crítica Literaria 2011 en Cuba?
– Una compensación, por parte de mis colegas, al silencio oficial que ha acompañado al libro. Es cierto que se publicó, se presentó públicamente, en La Habana y otras provincias, pero siempre con reservas, silencios, omisiones en los espacios oficiales. Yo soy un escritor cubano que vive y trabaja en Cuba, que pertenezco como ciudadano a la sociedad cubana y como artista a la cultura cubana. Y soy también un hombre que, aunque no me interesa para nada participar en política, tengo una pensamiento sobre mi sociedad y mi tiempo, y necesito expresarlo, con la mayor honestidad posible. Pero hay algunos a los que no les gusta esa postura, mi honestidad que puede ser (y de hecho es) crítica, y tratan de marginarme, de apartarme. Y eso solo me da más fuerzas para seguir con mi trabajo, pues como ciudadano, artista, creo que tengo el deber y, más aún, el derecho a esa expresión.
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(*) Periodista de El Espectador.