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Mientras todo pasaba

 

Manuela Lopera

Hoy me acordé de vos Ötzi. Fue por culpa del barranquero que vi esta mañana mientras caminaba. Estaba acomodado de lado sobre un seto de arbustos junto a la acera. El viento formaba pequeños remolinos en sus plumas verdes y turquesas dando visos aterciopelados. Tenía una especie de corona azul eléctrico, una larga cola que termina con dos pequeñas plumas redondeadas como si fueran aretes, el pico negro encorvado hacia abajo y la mirada perdida. Me acerqué para mirarle las patas y vi que estaban engarrotadas. El pájaro estaba muerto, parecía colocado delicadamente sobre los pequeños árboles como si su cuerpo regordete desafiara las leyes de la gravedad. Daba la impresión de que dormía, pero la muerte le rendía un último homenaje a su belleza.

Desde que te encontraron unos turistas alemanes en una montaña fronteriza entre Italia y Austria, te convertiste en la momia humana más antigua de Europa. Tu historia me la contó Pedro en medio de la euforia que siempre le da cuando lee noticias bizarras. Así fue con la vaca que cayó del cielo sobre una casa en Brasil, matando a un hombre que dormía, o el bebé tailandés que se fumaba cuarenta cigarrillos al día.

Al principio no le puse demasiada atención, yo estaba distraída y embarazada, ya pensando en el parto, en amamantar, en la mastitis, pero cuando me contó que te habían encontrado congelado enterito me dio una curiosidad enorme. Llegamos a la casa y nos metimos a internet para seguir averiguando morbosamente por aquel cazador prehistórico que decían que eras y ahí nos enteramos de que habías muerto desangrado hacía más de cinco mil años.

Cuando vi al pájaro te me viniste a la cabeza. Recordé la posición en la que te encontraron, como si te hubieras quedado encapsulado en una siesta que empezó mucho antes de que la tierra estuviera dividida en países, qué ibas a imaginarte que dos naciones de nombres raros para vos iban a pelearse por tus restos, mucho antes de que nacieran las religiones, de que nacieran los profetas.

Mi pájaro estaba ahí, suspendido, en ese trance que todavía no se llevaba su belleza. Aún no empezaba la descomposición, quién sabe qué edad tenía, cuántas veces se había reproducido, si sus intestinos estaban limpios o si tenían restos de lombrices, frutas, insectos y batracios.

Con vos Ötzi podíamos saber que tenías los ojos castaños, por ejemplo. Que tenías caries, una infección bacteriana y que te habías atiborrado de carne de cabra antes de morir. Tus intestinos congelados lo demostraban mientras lo demás pasaba.

La escritura, el auge de la rueda, la navegación. Los egipcios, los fenicios, los chinos, los griegos, el imperio romano. Las Cruzadas, la ruta de la seda, las especias, el comercio. La Edad Media, La Iglesia, las monarquías, la cacería de brujas, el espiritismo. El descubrimiento del universo, el florecimiento de las ciencias, las artes, la colonización, el imperialismo, la esclavitud, los inventos, la industrialización, las guerras, el holocausto, las armas nucleares, la llegada del hombre a la luna, la era digital.

Todo eso pasó Ötzi, todo eso dormiste. Y yo ni sabía que existías en el limbo en el que a veces me pierdo porque me parece que se vive mejor, más tranquila, como seguro vivías vos Ötzi, sin noticias, sin tanta información que no cabe en la cabeza. A veces pienso que da igual, total Pedro aparece para contarme sobre el hombre que habla con extraterrestres, el elefante que huyó del circo, la niña india que llora sangre, el hombre que sobrevivió a la horca y van a llevarlo al cadalso nuevamente o el preso que se escapó en muletas de una cárcel argentina, y con eso, cubro la dosis de sensacionalismo necesaria para vivir.

Y ahí estaba, parada frente al barranquero que me parece el ser más hermoso que he visto en estos tiempos, tratando en vano de congelar su belleza, reteniéndola en mi memoria porque no tendrá la suerte tuya, hombre de hielo en tu eterna siesta mientras todo pasaba.      

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