
Alexis Henríquez *
Ahí, en el encierro de su habitación, un nombre y un teléfono Gastón recordó. Miró por la ventana y a gritos llamó a Julián. La llamada angustiosa fue atendida por la enfermera.
La enfermera entró desaliñada por otro día tedioso en el hospital neurológico. Cada ocurrencia de los pacientes la desalentaba más de su profesión. Había querido de niña ayudar a las personas, y aunque la carrera que adoptó, eso pensó alguna vez, contribuía en acercarse a sus perspectivas, terminó por darse cuenta de que no tenía madera para ser tan buena con los demás, tal y como pensó en la infancia. Aquella tarde respiró profundamente antes de decirse no me gusta más esto, y sin embargo aquel pensamiento fue interrumpido por los gritos de Gastón.
Gastón no era consiente de su condición de estar enfermo y por tanto la enfermera no podía acusarlo de estar saboteando su labor de auto reflexión, aunque así lo hizo porque al entrar estaba rellena de ganas por acabar con el griterío. Le dijo alzando la voz a quién llamas, y entonces Gastón bajó la cabeza y susurró 6969394041, y luego repitió la serie numérica hasta que lo interrumpió otra vez la mujer, qué es eso, qué quieres decir. Julián, Julián, volvió a decir, Julián, Julián, gritó, 6969394041. Ella tomó nota y contabilizó los dígitos, dándose cuenta de que eso solo podía ser un número de teléfono. Julián, Julián, gritó. Quién es, le preguntó, es Julián, le dijo, Julián.
Julián es un nombre extranjero en aquellas latitudes. Extraño era que Gastón lo dijese a gritos. Con sus palabras arrastraba una tierra inconmensurable, de realismos y espejismos, que solo a caballo se entrelazan y construyen lo que podría definirse como un firmamento. El cielo es uno solo, y solo mediante el cielo se concibe el firmamento. En el agua, su reflejo, es solo el espejismo, la construcción misma que un ser humano hace de la realidad. O su deconstrucción, en ocasiones, cuando la realidad toma formas poco entendibles para aquellos que no se limitan así mismos. Y ella, la enfermera, se limitaba a buscar comprensión de todo cuanto ocurría. Se quedó muda, detestando el escándalo, y era bastante coherente en no decir nada porque, aún diciéndolo, no habría podido detener aquel lamento.
Lamento era lo que padecía Gastón. De eso ni su médico se había percatado. Julián, dijo, Julián, gritó, y el eco de su poderosa entonación repercutió en el desenfrenado grito que los pacientes del ala superior del hospital acompañaron. El médico de guardia corrió por el pasillo esperando lo peor, que la depresión de Gastón al fin lo hiciera explotar y que con ese estallido se llevara un rasguñón la enfermera. Qué ocurre, preguntó el doctor, con agitación. Vio a la enfermera, su alteración y a la vez su silencio.
Silencio fue lo que guardó el doctor cuando la enfermera le extendió el papel donde anotó el nombre de Julián y el número telefónico. Pensó por un momento cómo solventar aquel balbuceo de Gastón, que iba y venía del grito al ensimismamiento, como un bote varado se tambalea amarrado en una estaca en un puerto de pueblo. Quieres que le hablemos a Julián, le preguntó, quieres que lo busquemos, le insistió, creyendo que esto era lo que en el fondo el joven quería.
Quería mucho Gastón. Pero no era a Julián lo que quería.
Quería mirar más allá. Miró por la ventana y sintió como el cielo lo reclamaba; a brochazos de nubes grises se coloreó por la tarde y los tímidos rayos primaverales se colaban entre las formaciones de algodón. Quieres salir, lo sé, le dijo, si no gritas más por Julián te prometo que saldrás pronto, pero no sigas así.
Así es, él es mi marido, sí, sí, conozco a Gastón, desde hace un par de meses, por qué la pregunta, está bien, y qué tiene, le pasa algo grave, pobre, qué tiene, cómo le ha pasado semejante cosa, él había tenido varios problemas, es verdad, es difícil vivir lejos, sí, es increíble, y no recuerda nada, no, en serio, la depresión puede hacer eso, no, no, qué terrible, sí, sí, mi marido no está ahora, no, vendrá hasta la otra semana, no lo creo, yo también saldré de la ciudad un par de días y mi trabajo me impide ir a verlo esta semana, bueno, veré en qué puedo ayudarle al menos estos días, seguro puedo conseguir a alguien, sí, como no, gracias, sí, no, gracias a usted por llamar, no, a ustedes.
Ustedes conocen algún programa de acompañamiento para personas enfermas, preguntó ella al final de la reunión. Unos a otros los 18 miembros de la mesa se miraron, y solo el que pertenecía a la Cruz Roja se atrevió a decir que sí, hay un programa que tenemos nosotros que es para ancianos. Lo que sucede, explicó ella, es que conozco a un chico llamado Gastón que está en el hospital neurológico por diversos problemas, entre ellos la depresión. Me dijeron que eso lo había llevado a olvidar lo que ya no quiere recordar, y yo no sé qué será eso, y dijeron que necesita salir, a dar paseos, pero no lo dejan hacerlo solo porque se puede perder, tiene que salir con alguien, no tiene familia acá y me da mucha pena que esté así, iría, pero el trabajo me lo impide esta semana. No sé si para eso tengamos voluntarios, pero preguntaré, así que dame tu correo, yo me comunico.
Comunicó uno de los jóvenes presente su interés por visitar a Gastón en el hospital, cuando la reunión terminó y todos estaban marchándose. La historia no lo había conmovido, sino preocupado por lo que podía significar. Sin tantas explicaciones un joven había perdido su conciencia de estar. No sospechaba que en realidad el sin razón de la que padecía era estar y de encontrarse existiendo en un mundo que muchas veces se es ajeno. Yo podría ir a verlo uno de estos días, creo, cuando las clases me lo permitan. Puedes, de verdad, a él le encantaría conversar con alguien de su edad, sin duda, te estoy muy agradecida de que lo vayas a ver y me cuentes cómo está, ojalá se encuentre mejor.
Mejor no podía ser el día. No hacía calor pese a que el sol estaba en el cenit de su recorrido, y una corriente de aire helado desajustaba los abrigos, introduciéndose hasta la piel. El joven sintió el escalofrío de la jornada recorriéndole el cuerpo, al punto de erizarse. Encontró el ala con facilidad y una enfermera le indicó el despacho del doctor. Saludó, se identificó y planteó el motivo de su visita. El médico lo escuchó con atención, a quién venía a ver, y se alegró al enterarse que era Gastón el que recibía una visita.
Una visita era poco frecuente de permitir en un sanatorio. Pero dado el caso poco agudo de Gastón, aquello era gratificante. Pese a su condición, el joven era coherente en sus actividades. Despertaba temprano, a la hora que lo llamaban a desayunar, luego se bañaba, regresaba a su habitación, leía un libro, siempre el mismo, y siempre el mismo cuento, El cumpleaños de la Infanta, y comía, tomaba la siesta, volvía a leer, y cenaba, escuchaba música y se dormía, sin más. Rutinarios se volvieron sus días desde que al hospital entró.
Entró el joven y lo vio tendido en la cama, con los ojos pegados en el libro, vestido como quien está por salir a una fiesta pero con la actitud de quedarse tendido lo que queda para finalizar una vida. El doctor los presentó, y Gastón apenas se dedicó a mirarlo, pero lo que le dijo luego sí lo obligaría a dejar la lectura. Ha venido a verte, para que puedas salir a tomar el aire, le dijo el médico, y entonces se contentó con la noticia y colocó el libro en la mesa de noche. En pie se puso y saludó de mano, con un hola, qué tal todo, yo soy Gastón y me agradaría mucho salir a tomar el aire.
El aire seguía helado, desmantelando las hojas en las aceras de la ciudad. Salieron del hospital rumbo al sur, buscando el parque de los almendros, para oler la primavera.
La primavera llegó en su cama, escuchando a Krzysztof Komeda y dando besos; solo uno fue mal puesto y dejó una marca en el cuello. En el suyo. Y con tanta profundidad que todavía la cargaba en forma de aruñón. Para entonces quería a las golondrinas, las escuchó esa mañana, y antes de perder la cordura pasó a perseguirlas para lanzarles piedras.
Piedras sobraban en el parque, pero ninguna cogió. Las golondrinas cantaban y se apareaban, solo que él ya no las escuchaba. Gastón sonreía y miraba los árboles retoñar y alimentarse del sol. Exhaló fuerte, hasta por la boca, y el joven que lo acompañaba lo miró con curiosidad. Aquel aire solo podría significar sufrimiento y nada más, reflexionó para sí. Y gastó exhaló otra vez, fuerte, muy fuerte. Qué tienes, te sientes bien, preguntó, y sin respuesta se quedó. Se sentó Gastón en la banca y respiró un nuevo aire, un aire helado, un aire primaveral. Sí, me siento bien, confesó sin mucho ánimo de satisfacer la interrogante momentos antes formulada. Quieres algo, le preguntó. Sí, sí lo quiero, le dijo, quisiera que no fuera primavera, que no fuera primavera, que no fuera, y el joven no agregó nada al comentario porque Gastón exhaló fuerte y agregó que era su primera primavera, es la primera primavera de mi vida, de mi vida, de mí, y yo tenía una flor, una flor bonita, una flor bonita, una flor que quería retoñar, pero un gusano, un maldito gusano, un enfermizo gusano, un gusano pequeñito, un gusano vino y se la comió.
Comió temprano y poco, previendo cualquier retraso. No quería llegar apurado a la visita, que se permite de tres a ocho de la tarde para los pacientes con enfermedades de menor importancia. Le dio hambre al estar frente al hospital, le reclamó el estómago, le dijo cro cro cro, pero ahora que estaba frente a Gastón sus necesidades eran otras. Quería saber qué le sucedía a ese joven del que apenas tres días atrás se había enterado de que existía y que le despertó lástima al verle, quería saber qué flor era aquella que fue devorada por un gusano; y, sin embargo, no quería saber mucho porque se enredaría en todo aquello y ya bastante tenía con lo suyo y con estar ahí para hacer compañía. Gastón se le adelantó en los pensamientos y continuó hablando como si el joven no estuviera presente.
Presente estaba el sol y la luna, junto a esas miles de estrellas, cuando el mundo y yo coincidimos, todos ellos presentes, muy presentes, y ajenos, sí, sí, ajenos y ajenas, solo así, solo, sí, solo así podía estar el universo formándose, solo así, bendito, bendito ese momento en el que el mundo y yo coincidimos en ese instante y en esos tiempos, porque yo vine, vine, vine de lejos, y el mundo venía de lejos también, caminando con toda la galaxia, con toda ella, para juntarnos, para vernos, juntos, juntos al fin, y eso no podía pasar de largo, no, no, no podía, porque estábamos ahí, y aún así el mundo no me reconoció, no lo vio, lo desvió, se desvió, desvió todo, los ojos, las caricias, el mundo cruel y despiadado se volvió, volvió todo, volvió a ser solo mundo y no más el mundo que coincidió conmigo, tu me manques, le dije, tu me manques, pero no me respondió. De qué me hablas, le consultó el joven, a qué te refieres. Al cielo, hablo del cielo, ese cielo que vez, ese cielo que es el mar mismo como bóveda de iglesia, que se nos pinta, que me pinta, distinto cada día, todos los días, del cielo hablo, del cielo y solo del cielo quiero hablarte, porque está ahí, ahí, ahí arriba, lo miras, es el mismo mar por donde navego, por donde voy, yo ahí voy, yo ahí surfeo, cómo extraño surfear, como extraño el mar, ese mar, el cielo es un mar que se me ha vetado y que me ha conducido al sanatorio, a una habitación reducida, a suspirar, eso, suspirar fuerte, exhalando todo, todo, todo.
Todo lo que decía era un mar de ideas entrelazadas por el lenguaje y solo separadas por los suspiros. Sus ojos se le empañaron y ya ni voz le quedaba para seguir extendiéndose por toda la cordillera de su propio sufrimiento. Había comenzado con la potencia de un caballo en carrera y terminó blando del espanto que le provocaba el solo hecho de recordar.
Recordar, qué es eso, eso es o puede ser peligroso, y a mí me pasa seguido, yo por eso me fui del mundo, y el mundo se fue de mí, y aunque acá haya gorriones y almendros floreciendo, y los tulipanes digan que son los más bellos, mirá, están cantando, cantan los tulipanes, eso parece, yo no los escucho, pero mueven la boca, y cantan, canta, aunque esté retoñando el pasto, nace pasto, está naciendo, yo no los veo, yo no los siento, yo no los escucho, yo no los huelo, yo, todo yo, siempre yo, pero ahora ya no, no, no, esto es así, será primavera para ti, pero yo, yo vivo en el otoño, donde todo está muriendo de apoco. Sinceramente, no te entiendo, le dijo el joven. Sí, sí, el mundo, vez, el mundo no me entiende. No hace falta, replicó el joven. No, no, no, o sí, o no, quizás, pero no sé, ni el mundo sabe si hace falta, o si falta, o si falto, o si estoy o si no lo estoy, o si sí o si no, no lo sabe, porque no sabe que lo dejé, sí, por un instante dejé todo, todo, y me quedé sin nada, sin nada de nada, por darlo, al darlo, cuando se lo di, y él no dio, no lo hizo, el mundo no dio.
Dio unas palmaditas en la espalda de Gastón, que se había gastado físicamente al expresar todo aquello. Se miraba cansado, aturdido, delirante, y pensó el joven que era hora de llevarlo de regreso al sanatorio. De pie se puso, pero Gastón se quedó ahí, quieto, como una estatua que observa la eternidad pasar frente a sus ojos.
Ojos grandes, ojos de hierro, ojos rojos y ojos de invierno, eran sus ojos en los míos, reflejándose, distinguiéndose, mirándose, eran sus ojos de luz y eran sus ojos de oscuridad, el mundo de sus ojos me llenó y el precio era vaciarme, dejarme así, vacío. Pero si estás bien, le señaló el joven. Tú me vez, pero yo, frente al espejo, el más grande de los mentirosos, el mentiroso espejo, frente a él yo no me distingo, o quizás, quizás, quizás sean mis ojos los que me fallan, los que se me nublan. Le has dado demasiada importancia a todo lo que te ha sucedido, acotó el joven, sin saber más. No digas eso, no lo digas, no digas, porque le di, se lo di, le di la importancia que se merecía, digámoslo así, le di, se lo di, la importancia que necesitaba, se la di, lo di, y seguí su juego, el juego que jugaba el mundo, el mundo, el mundo entero, pero el mundo no estaba conmigo, el mundo estaba escapando, escapaba de sí, me buscaba para escapar, y cuando me encontró de verdad, cuando de verdad nos encontró como nos encontramos, el mundo tuvo miedo, miedo de que el mundo se hiciera de la forma como no había sido, él no había sido de verdad un mundo para él sino el mundo para quienes lo habitaban de vez en cuando, por momentos, a ratos, por días o por semanas o por meses o por años, pero que de todos modos se iban, existía para ellos como mundo, pero no era ese el mundo que yo vi, no lo era, y el mundo se asustó, se asustó, y el mundo solo conocía esa forma de vivir, vivir escapando de sí, escapando de todo, y escapó, logró hacerlo otra vez, escapó de la oportunidad de ser el mundo en sí mismo, se marchó, se fue.
Fue en ese instante que un ejército de mariposas se posó en el abeto, junto a la banca donde Gastó permanecía respirando pausadamente. El joven, aún de pie, contempló la danza de los patos en el río y su… Si los perros ladran y los pollitos pillan, qué hacen los patos, preguntó el joven. Los patos hacen cua cua. Se echó a reír mucho, pero Gastón ni gracia encontró. Es más, se quedó ahí, todavía, mirando el infinito que solo se reflejaba en nada.
Nada pude detener, nada de nada, nada de mí que se fue ni nada de lo que prefirió, porque el mundo lo prefirió así, ese mundo, el mundo, el mundo prefiere sus guerras internas, su paz explosiva, su hambre, su hambre, su injusticia propia, su propia crueldad, sus flores marchitas, sus flores, sus gusanos, así lo prefiere, sus políticas sucias y corrompidas por la fantasía, sus fantasías, y es malo en sí, es malo para sí, lo es, es muy malo, y aún así, aún malo para sí y para mí, para mí, a mí, aún así, a mí me sigue pareciendo hermoso, lindo, muy lindo, y lo mejor de todo, lo mejor, un mundo por el que luchar, un mundo, el mundo, mundo, mundito, mundo, un mundo que ya no existe para mí, no más, no más. No creo que el mundo sea malo, le dijo. No, no lo es, en sí no lo es, no lo es en sí, no lo es, malo no es en sí, yo soy, soy yo, todo yo, yo, yo, yo soy el malo, soy el malo, he sido malo con él, malo, porque formo parte del mundo, ahora, ahora sí, ahora sí formo parte de él. Y qué haz hecho entonces, cuestionó. Lo hice todo, y cuando todo no fue suficiente, me fui, me fui, del mundo me fui y aunque me mirés en él, aunque me mires en él, y aunque me mirés en él, en el mundo yo no estoy, me fui. A dónde, se adelantó a preguntar. Me fui al universo, al universo, pero eso no lo entenderás, no lo puedes hacer, porque solo me compete a mí estar afuera, lejos, lejos de aquí, muy lejos, del tiempo, sí, sí, del tiempo, el tiempo ya no me reprochará, el tiempo no, pero al mundo sí, al mundo el tiempo le hará ver, lo hará, lo ha hecho siempre, reconocer, eso, reconocer, el tiempo hará que el mundo reconozca el error de no cambiar, eso el tiempo lo hará, solo el tiempo es y era el responsable de todo, si es que existe, el tiempo era.
Era tiempo de volver al hospital. La tarde se enfriaba con su primaveral ventisca, que desajustaba los abrigos. Al pie del hospital estaba el doctor fumando un cigarrillo, cuando el joven se le acercó junto con Gastón. El joven no sabía si decirle todo cuanto le había dicho Gastón en el parque, esas palabras incomprensibles, esa relación de ideas vagas, ese andar deprimido. Le tenía pena, mucha pena, más ahora que lo había conocido y que con soltura le terminó contando todo aquello. Pero era eso relevante, eso se preguntaba, para contribuir en la elaboración de un diagnostico médico que llevara a la cura de Gastón.
Gastón entró al hospital arrastrando los pies, y solo cuando lo vio lejos el joven le dijo al médico él está muy ensimismado. El médico tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó con su zapato derecho. Miró al joven y le dijo ha perdido más que una flor y más que un mundo, se ha perdido así mismo. Pidió pasar a despedirse, y le dio un cálido abrazo.
Abrazó cálidamente Gastón al joven.
Joven, es hora de que se retire, dijo la enfermera. Sí, ahorita, Gastón, mañana regresaré a visitarte. No, no, no, no te molestes, no, no, no hace falta, gracias, gracias, ya me basta con el ahora, ya me basta, no hace falta, no. No le haga tanto caso, le dijo la enfermera, para mañana se le habrá olvidado todo esto o será solo otra linda historia que contará, no ve que todos los días se lee ese mismo libro de cuentos, todos los días, porque no se acuerda que ayer lo leyó. Y mientras decía eso, Gastón seguía también hablando, marchándose a su cama, no hace falta, no la hace, no te preocupes, no quiero salir, ya no, porque allá todavía es primavera, todavía lo es, y es que no quiero encontrarme por ahí al mundo en primavera, porque en primavera hay gusanos y los gusanos se comen a las flores, no, no, no, allá afuera es primavera, lo es, mejor me pongo, eso haré, me pondré a pensar, me sentaré acá, acá me sentaré, me siento, ahorita, me siento, ya me senté, y acá estaré hasta que esto termine, mi dicha, la dicha, lo dicho, todo eso que fue dicho, todo eso, todo lo dicho. Dicho esto, terminó por abrazarse a sí mismo, en la esquina del universo donde decidió habitar, en el encierro de su habitación, y se quedó ahí.
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(*) Colaborador.