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Navidades peligrosas: cronología de un acecho

En la trinchera,  de Lo mejor de Simplicissimus
En la trinchera, de Lo mejor de Simplicissimus

Las mitologías nórdicas y germanas -tan profusas como la oriental y la americana-tuvieron la responsabilidad de lograr un sincretismo para pervivir en paz con el advenimiwnto de la fe cristiana. Este es un arbitrario recorrido a través de los años para conocer las criaturas más horrorosas y amenzantes de la navidad.  

Patricia Stillger *

1914. Víspera de Navidad. Frente Occidental. Primera Guerra Mundial: El absurdo y el hartazgo de las trincheras cedieron a la necesidad humana de una tregua no acordada. Soldados enemigos comenzaron a cantar villancicos a coro. La melodía era la misma. Un pasado compartido, reunido en forma de Navidad, en regalos: cigarrillos, algo de ginebra y las fotos de las familias lejanas. Mis abuelos habían emigrado en 1896 a la Argentina, pero muchos hermanos por ambas partes quedaron allá.

1915. Víspera de Navidad. Frente Occidental. Primera Guerra Mundial: Los altos comandos no permitirían que se repitiera el absurdo y el hartazgo y ordenaron fuego de artillería pesada de ambos bandos durante toda la semana. Seguramente hay una tumba al soldado desconocido que da cuenta de la parte de mi familia paterna que quedó allá.

1941.  Navidad. Berlín. Foto de Hitler mirando un árbol de Navidad. Goebbels lo asiste con palabras: “En esta tarde vamos a pensar en el Führer, que también está presente en todas partes esta noche (…). Él nos conduce. Lo seguimos. Sin sombras de duda (…)”. No hay en el mensaje un solo concepto acerca de la Navidad, excepto la palabra. Mi abuelo no encontró la forma de convencer a los que quedaron en Alemania de emigrar a tiempo. Para cuando terminó la Segunda Guerra, solamente sobrevivieron las mujeres de las dos familias. Mi abuelo se negó a volver siquiera de visita. No llegué a conocerlo.

Pueblo austral, diciembre de 1968: el Mayo francés me sorprendió a los 4 años. Me faltaban 10 años para intuir apenas su significado. Lo que no era sorpresa, pero sí alegría era ver a toda mi familia, especialmente a mi padre con un cascanueces y las uñas negras ante la vista vigilante de mi madre para que nadie se comiera ni las almendras, ni las pasas de uvas antes de que fueran a parar a su Stollen, un pan dulce cuyo nombre lo hacía reír por un juego de palabras: “gestollen” significa ‘robado’. Sí, un chiste alemán. Yo tampoco lo entendía. Cuando se cansaba de la fruta abrillantada, papá buscaba su acordeón y tocaba y cantaba melodías que yo podía seguir por fonética, por partes, pero que constituían parte esencial de los rituales navideños.

Había una en especial,  que terminaba con una pregunta: “Sind’s gute Kind’, sind’s böse Kind?” “¿‘Son niños buenos o son niños malos’?”. Y no era chiste. Nos contó entonces el principio de una historia que me ha llevado 40 años reconstruir.

Al parecer, antes, mucho antes del advenimiento del cristianismo existía un sujeto de mal aspecto y de intenciones ambiguas respecto de los niños que aparecía durante el solsticio de invierno. En ese tiempo, tanto germanos como escandinavos celebraban el 26 de diciembre el nacimiento de Frey, dios nórdico del sol naciente, la lluvia y la fertilidad. En esas fiestas adornaban un árbol perenne, que representaba al Yggdrasil, algo así como el árbol del Universo, más tarde el tradicional abeto de Navidad. Sí, claro, el sujeto, el hombre se llamaba Der Pelzemärtel. Simplifiquemos. Para mí pasó a ser El Peludo, (conservando algo de su significado original). Era un ermitaño de larga barba que habitaba los bosques desde tiempos inmemoriales. Golpeaba en las casas de los aldeanos y formulaba su terrorífica pregunta. Si los niños se habían portado bien, les regalaba unas nueces que extraía de un saco que llevaba al hombro; pero si el comportamiento era dudoso, no vacilaba en llevárselos en la misma bolsa de donde antes había extraído el premio.

Este personaje legendario y anterior al cristianismo fue parte del “armamento psicológico” que la Contrarreforma usaría más adelante como estrategia para volver a las ovejas perdidas al rebaño.  En uno de esos casos de asimilación asombrosa de la cual es capaz el catolicismo, El Peludo fue incorporado como un ayudante de Papá Noel. Este hecho no pareció incomodar al último: el siniestro del bosque formula primero la nefasta pregunta —que ya se supone retórica— y en el mismo acto, San Nicolás desembolsa un regalo, por cierto, algo más que nueces. Era muy pequeña entonces. Algún sentido de lo ominoso, de lo amenazante, demoró algunos años todavía. Las velas y las manzanas en el abeto y la campana anunciando la llegada de papá Noel me desvanecían cualquier oscuridad temprana.

Navidad

Hanoi y Haiphong. 1972. Diciembre. Nixon ordena un especial bombardeo sobre las dos poblaciones vietnamitas. El operativo: “Bombardeo de Navidad”. Una flotilla de B-52 fue la encargada de mostrar al enemigo que no los detendría ninguna debilidad humanística-navideña. Ocho años y leía con más interés las noticias internacionales que las de mi propio país. De haber sido posible le hubiera pedido a Papá Noel que me transformara en Mafalda, que como a mí le gustaba estar enterada de todas las cosas. Me trajo, en cambio, una “vuelta al mundo” que funcionaba a cuerda de latón pintado.

Alemania. Baja Sajonia, 1978: Plenitud de la última Dictadura Militar en Argentina. Entonces el horror tomó la forma efímera del fútbol. Todo el año para mí fue la niebla, excepto por mi primera Navidad con nieve. Una tía abuela, una de las sobrevivientes, vino a rescatarme y me contó cómo habían amedrentado a mi padre, apenas quince años menor que ella, con las historias de los seres que visitaban las casas, especialmente en esa época del año. Los Nörglein eran parientes de los Orculli (parientes pequeños des los Orcos de los que habla Tolkien) que odiaban la luz y el sonido de las campanas. Por eso, un yule —un tronco de cualquier árbol lo suficientemente grueso— debía arder toda la noche para espantarlos. Otros nefastos, como Klaubauf, algo así como El viejo pinchudo, acechaba a los incautos por los caminos nevados.

Berlín 1993: La caída del Muro ya era historia. Tanto, que ya había causado nuevos cismas. Los Wessis (occidentales) se quejaban de tener que sustentar a los hermanos pobres de Este (Ossis). Estos vendían sus anacrónicas posesiones para conseguir un pasaje al paraíso. Víctima y victimaria de esta situación, me hice de algunos ejemplares de poemas que atesoré durante mucho tiempo, sin dedicarles más que una mirada inicial. En uno de ellos, una antología cuya única razón de ser era la mayor o menor pertenencia de esos elegidos al Romanticismo, encontré, juntos, dos poemas que me volvieron a la infancia: Christgeschenke, de Adelbert von Chamisso (1781-1838), y la mayor sorpresa: el poema completo del cual mi padre cantaba sólo un fragmento: Der Pelzemärtel, que pertenecía a un total desconocido para mí: Franz von Pocci (1807-1876). Ambos autores aconsejan cautela y buen comportamiento frente a este personaje.

Valparaíso, Chile. Febrero de 1995: Faltaba un mes para el traspaso de la presidencia de Aylwin a Frei, quien ganara con el 58% de los votos y consolidara definitivamente la democracia en el país hermano. A dos cuadras del imponente Parlamento chileno, en una plaza donde los domingos por la mañana hay una feria de pulgas, un hombre al que conocía de pocas horas me regaló el III volumen de la Obra Completa de Friedrich Schiller (1759-1805), en una edición de tapas de cuero, hojas papel biblia y canto dorado, editado en Leipzig en 1883. Meses más tarde, descubríamos un poema: Das Lied von der Glocke (La canción de la campana). Conservo el libro y el hombre me conserva a mí. Las letras góticas no ayudaban mucho a la lectura fluida, pero detecté en el poema una descripción exhaustiva, casi romántica de la razón de ser de la campana. Entre cientos de funciones, encontré una que traduciré de manera extremadamente libre: “Lo que hay en lo profundo / lejos del sol de la tierra / Para lo que trae el pasado umbrío / Para ello el tañido del metal / espanta (las cosas) de la sombra”. Esos seres innombrados pudieron ser nada menos que los temibles Klaubauf, Hans Muff, Pelzprecht y Rasenbock. Algunos de ellos conocidos por las referencias de mi tía, durante mi larga estancia en el país de la niebla.

Navidad

2009 Irak. 24 de diciembre. Navidad bajo amenazas. El gobierno de Irak dijo que el ejército se encuentra en estado de alerta durante el período navideño debido a amenazas contra la minoría cristiana de ese país. Informe de la BBC. Mafalda ya nunca me dejó y sigo espantada del destino ajeno, porque también es el mío.

Sin lugar a dudas, de los monstruos navideños, a los que más temo es a los hombres. Por eso, casi como en una confesión, elijo a los otros. Alguno se habrá colado en el mismo barco que vinieron mis abuelos. En sus valijas. Quizás haya pasado demasiado tiempo prestándole atención a estos asuntos; casi un culto. No sé qué harán ustedes, pero yo pienso cumplir cada paso del ritual para que no se lleven a mis niños, para que la cosecha del año próximo sea próspera y para que los humanos decidamos entender el valor de una vida, de cada vida.

Guía tentativa de bolsillo de seres navideños

La traducción tiene su origen y casi único argumento en las charlas entre una niña de siete años y su hermana de nueve.

Knecht Rupperich, alias Hans Muff, alias Krampus, personaje que luego incluirían en sus narraciones los hermanos Grimm.

Klaubauf: “Viejo del Pincho”.

Pelzmärtel  o Belzmärtel : “El viejo peludo” o “Viejo de la bolsa”.

Rassenbock: “Viejo borracho”.

Todos estos seres antropomórficos tienen en común el hecho de una existencia previa a la de Papá Noel. Los une también, la ambivalencia y la simultaneidad en el cumplimiento de sus tareas; tanto premian a “los niños buenos”, como se llevan con destino y fin desconocido a los “malos”.

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(*) Escritora argentina.

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