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Nacimiento y caída de la prensa roja (Séptima entrega)

Stanislaus Bhor emprende un viaje tras las huellas de un extraño periodista (Jaime Ramírez), y pasa revista al periodismo revolucionario de los años 70s, a las fracturas ideológicas de la izquierda, a las sombras proyectadas de Camilo Torres (cura sublevado) y de Rojas Pinilla (dictador demócrata), a García Márquez y Orlando Fals Borda enfrentados al interior de una revista, y al fracaso de aquellos que tampoco hicieron la revolución. Serie en diez entregas, especial para El Magazín on-line.

 Marxistiadas

 

Marxistíadas

Al comienzo son ideas sueltas, frases que aparecen en las márgenes del quincenario, como avisos publicitarios de un producto inexistente:

 «La represión no detendrá al pueblo en su marcha»

«La fuerza es el arma de los gobiernos débiles»

El que esté atento a las convulsiones de la vida política nacional notará que en la transición de Carlos Lleras Restrepo a las elecciones de 1970 (disputadas por ANAPO y los conservadores) las marginalias de El Trópico dejan de ser lemas morales y se convierten en consignas de sesgo beligerante, como latigazos para remover las fibras de conciencias indecisas, en las urnas:

«No habrá paz, mientras haya hambre»

Lógica trivial, ingenua, de entinema, ese silogismo abreviado que consta de dos proposiciones como antecedente y consecuente, pero sin conclusión; frase hecha que tarde o temprano, ante la esterilidad o impacto de su prédica, empezará a radicalizarse.

En el siguiente número del quincenario se declara que ese periódico de provincia (aun sin ser influyente) no se vende a ningún partido, a ningún corrupto.

Primera página, margen inferior:

«El que vende su conciencia es un traidor»

Pero, ¿traidor a qué, a quién? 

«La revolución no se hará con elecciones»

«Anapo Socialista: única alternativa»

«Anapistas: adelante, la victoria es nuestra»

Es bien conocido lo que pasó después: en las elecciones de 1970 Rojas Pinilla, ex dictador en busca de una idea política sale perdedor, y así empieza el año en que tampoco hicimos la revolución. Que se las robó Pastrana, que la radio calló cuando debieron transmitir el escrutinio. Gente ingenua. Estúpida. No saben que los tiranos nunca pierden las elecciones.

De repente, en los diarios de circulación nacional rota una publicidad sin artículo que dice: «ya viene el limpiador más efectivo: m-19», «Espérelo, próximamente: m-19», «No se lo pierda, lo mejor está por verse: m-19».

Hoy nos parece un sonsonete ingenuo.

En aquella era premediática las amas de casa se lo preguntaban con intriga: «¿Qué será, mija? ¿Un detergente? ¿Una gragea para la diarrea? Yo espero que sea un antimicótico quebrantolítico…»

Casi: en enero de 1974 se roban la espada de Bolívar y el m-19 da la cara. Nada de detergentes. Nada de ansiolíticos. Nada de grageas para la diarrea: Una guerrilla snob.

Cuatro años antes, el director de El Trópico ya buscaba opciones para ofrecer análisis político a sus lectores, a un pueblo indignado por las muestras de desprecio que da la oligarquía. A la derrota de la ANAPO el siguiente número demorará en llegar. ¿Bajo de fondos? ¿Protesta a título personal? ¿Tentativa de cierre?, ¿cambio a una postura de acción violenta? Llegará con retraso, pero revitalizado. En las márgenes, un mensaje (que para algunos puede ser en clave y para otros un dictamen o una declaración de principios):

«En una revolución se triunfa o se muere».

El editorial de ese número está destinado a la ofensiva que ordena Nixon en los puertos de Vietnam, luego de un frustrado intento de paz con el Vietcog. Al interior del periódico los contenidos se concentran en un análisis somero de la coyuntura política que se da a la subida del candidato conservador y su lema “!Objetivo el pueblo!”: «¿Cómo le van a llamar Frente Nacional a un sistema que no representa a más del 20% del pueblo colombiano?» Enseguida se disgrega en teorías sobre política internacional: «No habrá transformación en Colombia mientras el sistema tenga compromisos con el imperialismo yanqui». Luego una denuncia pública por la compra de aviones Mirage que Colombia hace al gobierno Francés: se le reprocha que sean aviones obsoletos, chatarra de la segunda guerra que se usarán para matar colombianos sublevados, y lo peor de todo: han de pagarse con la misma plata de hacer escuelas, hospitales y vacunas para que los niños no se sigan muriendo de enfermedades curables como la poliomelitis.

Objetivo: el pueblo.

Seis meses después, las marginalias incorporan un toque de ironía al fraseo:

«Como el “objetivo es el pueblo” el régimen rebaja los sueldos de los maestros»

En la siguiente página, una declaración de amor:

«Amar a una revolución es amar al pueblo»

En la última, un consejo para pueblos insumisos:

«Los hombres que ceden no son los que hacen a los pueblos sino los que se rebelan.»

Pasan muchas cosas en esa Colombia que sin ser la de hoy se le asemeja tanto: estamos en los años años 70s que hierven como una salmuera. Cualquiera de esos diez años es el año en que tampoco hicimos la revolución. Es la década en que las mujeres se echaron a la calle a quemar los brasieres. La década de las doce guerrillas. La década de la Federación Universitaria Nacional. La década del Ejército de Liberación Nacional repartiendo armas a los universitarios. De las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia colonizando el sur del país. Del M-19 lanzando morterazos al palacio de Nariño. Las tomas de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos. La década de la revista Alternativa. De Alternativa del Pueblo. La década del MOEC del de la JUCO de la FUN de la FUAR. La década del Estado de Sitio. La edad de oro de los rebeldes fracasados, de todos los jóvenes que se reclutaron en una guerrilla, todos los que creyeron en una revolución, maoísta, leninista, guevarista, sexualista, todos los premios Nobel, todos los sociólogos, todos los que impugnaron a una oligarquía opípara, omnívora, execrable, todos los que fueron torturados en las cárceles, macaneados, mutilados, lanzados desde helicópteros, fusilados por sus propios compañeros, desaparecidos, desterrados, amordazados, todos los campesinos que convirtieron la guerra en su economía menor, todos: víctimas del mal ejemplo. La izquierda fragmentada. La derecha sigilosa, paciente, vigilante. Desde entonces se generalizó esa idea: que la sociedad colombiana no podría revolucionarse. El Ejército de Liberación Nacional insiste, que sí, que puede revolucionarse y fusila a todo su Estado mayor, porque tres de sus miembros no están de acuerdo. El ala militar, triunfando sobre el ala política.  El mismo puño de hierro gobierna a Colombia, gobierna la revolución.

¿Liberación o muerte?

¿No hay salida?

Las notas marginales del siguiente quincenario vendrán con consignas destacadas en negrilla, y aludirán a la sin salida de la época:

«Patria o imperialismo»

Y en las internas:

«Decídete: pueblo u oligarquía.»

La disyuntiva para Jaime Ramírez será de ese tipo: todo o nada. Y ese es el comienzo del fin: cuando un hombre se plantea una elección entre dos posibilidades que conducen ambas al abismo, llega a límite de sus posibilidades. Se autocensura, o cae. No hay salida. Deja de elegir, o elige; y al elegir, muere. La autocensura, toda censura, sólo pretende la dubitación, la vacilación interna, la disuasión. ¿Estás conmigo o en contra de mí? Ramírez pretende con sus frases una actitud ejemplarizante, una sublevación motivada en sus consignas. Pero al advertir la impavidez de un pueblo que calla frente a la atrocidad cotidiana la disyuntiva se vuelve en contra de sí. Marx, en el 18 de Brumario de Luis Bonaparte tenía una advertencia para las prédicas que se vuelven doctrinas: “¿No sabes que toda historia vuelve por lo menos dos veces? Primero en serio, luego en broma.” Pocas personas tienen la fuerza de voluntad y la paciencia de esperar que vuelva en broma. La que vino en serio fue la versión que se quedó, el espejo que puso a Jaime Ramírez frente a la mayor de las solemnidades: la imagen de sí mismo que arrostra: ¿Qué eliges tú, minúsculo almacigo de hombre?

El 18 de octubre de 1975 (18 de Brumario, ¿coincidencias?, ¿marxistíadas?), el epítome marginal traerá la respuesta en un cliché, gastado:

«Es mejor morir de pie que vivir de rodillas»

Y a fin de cuentas, ¿de quién es la frase?

¿De Camilo Cienfuegos?

¿Del Ché?,

¿De Gaulle?

¿Churchil?

¿Eduardo Galeano?

¿Jaime Ramírez?

Un genio se esconde en el lugar común (Camus).

Las ideas no pertenecen a nadie; en el mercado de la propiedad intelectual, según propuso Ribeyro, sólo cuentan las formas:

«Ser revolucionario es un honor»

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*Stanislaus Bhor. Blogger. Acaba de recibir en México el premio Latinoamericano de novela Sergio Galindo. Escribe cada semana una crítica ácida en www.unahogueraparaqueardagoya.blogspot.com

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