El Magazín

Publicado el elmagazin

Mi vecina

Leo Castillo

vecina
Foto: Robin Hutton

Querida vecina:

Desde que mi esposa y yo tuvimos la feliz ocurrencia de comprar este apartamento, nada nos ha complacido tanto como tenerla a usted encima de nosotros. Sus excelentes modales, sus costumbres refinadas, su incomparable educación y su manera tan moderada de desenvolverse cada día nos honra y damos gloria al dios suyo por haberla encaramado encima nuestro. Tenerla en nuestra sala devorando con tanto placer las cositas que mi esposa me prepara a mí, o a nuestros invitados, sin fijarse en esa bagatela de andarse en ancas de araña a la hora de zamparse la mesa íntegra, hace las delicias de nuestra vida conyugal. Nos complace verla llegar tan puntual a cada bocado que prepara mi esposa, que creemos que usted está guiada por un dulce ángel, nuestro ángel de la guardia me atrevería a jurar, que lleva hasta su poderoso olfato la noticia de cada panecillo que calentamos, cada refresco o vino que destapamos. Usted es tan discreta en este punto y tan puntual a la hora de disponer ella nuestro refectorio, que hemos estado a punto casi de rogarle no lo sea tanto, que si le parece, bien puede tomarse el trabajo de cocinar también en su apartamento para usted y su marido, pues tenemos entendido que, para honrarnos, su señor come siempre fuera, habiéndoselo sugerido usted, con que no es preciso que le prepare usted ni un sánduche o un cafecito con sus manos de santa, no necesitando él tener que comer en su propia casa, él, a quien desafortunadamente solo tenemos acá cada dos días, con una cronología tan estricta, que pues no deja de ser evidente para nosotros que se esfuerza muchísimo por venir a engullir, en competencia con usted tantas veces a la mesa, el producto de nuestro trabajo. El sueldo de mi mujer es realmente menesteroso y, gracias a la ayuda suya, se reduce en casi un 60%, lo que nos coloca en una condición próxima a la indigencia. Quiero decir, y mi esposa me secunda en ello, que no estamos a más de un 40% de probabilidades de alcanzar el cielo que su dios ha prometido a los miserables que mueran de física inanición por, como dice la suegra de mi mujer, sacarse el pan de la boca para darlo al prójimo. ¡Y vaya qué prójimo de lujo que nos gastamos acá! No crea usted que pasamos por alto cómo el día del cumpleaños de mi esposa, que lo festejamos fuera de la ciudad, de modo que no servimos la mesa que tradicionalmente colocamos casi exclusivamente para usted, no procuró incomodarnos llamándola para felicitarla en su día. En cuanto a mi cumpleaños, estoy seguro que una noche de estas (nada le hace que hayan corrido ya sesenta días) usted me traerá algún panqueque o, quién quita, una cervecita de esas que, según es fama, elabora con repollo una reconocida industria local. O un aperitivo de esos que piratean allá abajo de la calle Treinta. Ese cariñoso día despuntará, estamos seguros, antes de que los huesos de mi esposa, de mi simple mujer y los míos sean incinerados en el cementerio Municipal, o por lo menos antes que los deslía la lija del gusano y de los días. Todo esto son amores, vecina, que no razones, como suelen hacer en cambio esos duros herejes que no creen en ese cura rico que usted idolatra y cuyos sermones parecen inspirarle cada piadoso acto de su vida a usted. Porque piadosa como usted, ¿para dónde más? No se imagina los elogios con que nuestros invitados la regalan a sus espaldas. Dicen que se mueren de la envidia por la compañía que, a mi tímida mujer, el dios suyo le prodiga con la desinteresada presencia, tan constante a la hora de nuestras comidas y vinos, en nuestra casa. Entendemos que mi mujer está casi sola debido a sus costumbres espartanas, sus hábitos de vegetariana y sus prácticas de yoga implementadas en la vida cotidiana. Es así como, teniendo en cuenta que usted nos ha pedido hace sólo siete meses la clave de nuestra conexión a Internet, a fin de ahorrarse ese fastidioso cuento de tener que pagarlo; considerando además que cada que usted necesita de una llamada a celular simplemente baja a nuestro apartamento, y a veces (¡vecina, cómo nos honra con su confianza!), a veces se lo lleva para que hablen su marido y hasta su hijo de apenas cuatro tiernos añitos allá en privado; teniendo en cuenta ello, mi esposa me ha estado sugiriendo que deje usted debajo de nuestra mesa, por lo pronto, el recibo de energía, que todavía creo que nos alcanza para cubrírselo. Naturalmente, no he encontrado absolutamente nada que objetar en este sentido, antes bien, me atrevería a jurar que casi es tan grande mi estimación y poquedad ante sus excesos de bacanería, que le acabo de proponer que, si como dicen en la empresa, este año el aumento será de casi el 7%, además del recibo de energía, nos deje el del gas domiciliario. Con el del acueducto ya veremos, vecina, que hay un señor que llega por acá de vez en cuando (¿pensará usted que debemos mucho?, no, no tanto vecina), uno de estos que llaman paga diario, que no nos ha dado muestras de animosidad, así que ya veremos cómo le consignamos lo correspondiente cada que llegue su recibito y, como siempre, no se moleste usted de ninguna manera en acomplejarnos dándonos las gracias. De usted atentamente, su Gilberto Simón.

 

Comentarios