
Dedicada a Gabriel Escobar Gaviria, el sabio que me asiste con su columna Gazapera de El Espectador, bajo el seudónimo de Sófocles.
Socorro Ariza (*)
Aunque ni como literata ni como escritora me ha dado, así porque sí, por sentarme a filosofar sobre mi oficio; ni he hecho del arte de escribir un sujeto ni un objeto de mi escritura; de pronto, de tanto ver y leer a los escritores hacer del tema un asunto, tuve que pensar en mi propio hacer y, para abordarlo, me he remitido al año 2009, cuando ocupada en una pequeña investigación encaminada a dictar una conferencia en Rótterdam me topé con un libro interesante títulado L’adieu á la litterature o El adiós a la literatura, escrito por el literato francés William Marx, que me ayudó a comprender mejor mi oficio de escritora, y a afianzarme en lo que ya Barthes me había enseñado cuando escribió que la crítica es en esencia igual a la literatura.
Y es que desde antes de empezar en serio con mi oficio de escritora, consciente e inconscientemente, yo ya había asumido el arte de escribir adlátere del arte de criticar, que se me antoja igual a pensar más allá de… Creo que fue por eso por lo que al ver en la U. el libro de William Marx de inmediato me interesó leerlo. Marx se pregunta, casi con dolor, cómo es posible que el elevado papel que ha desempeñado la literatura a lo largo de la historia de la humanidad hoy en día se encuentre tan marginalizado, y hace un recuento histórico, no solo interesante sino absolutamente necesario, en el que deja establecido cómo escritores tales como Bertold Brecht, George Orwell o Alexander Solzhenitsyn, entre otros, no solo se involucraron abiertamente con los asuntos de interés público sino que precisamente por ello recibieron el reconocimiento de éste y, Marx concluye que, al contrario de todo lo que se piensa y se dice, no se debe buscar la causa de la marginalización de la literatura y la crítica en la cultura juvenil de la televisión y el Internet sino en el escritor mismo, Si los escritores por sí mismos no pueden ni quieren dejar claro cuál es su función, ¿por qué tendrían que ser los otros quienes se preocupen por ellos?
Pues bien, hace unos días leí una columna de un escritor que contaba sobre lo frustrante que había resultado su experiencia dictando un taller de literatura, debido a la dificultad que encontró para establecer parámetros que le permitiesen definir géneros, estructuras y demás parafernalia. Sí, me dije, fue precisamente por lo mismo que no hace mucho tuve que reírme al leer que Paulo Coelho menospreciaba a mi gran maestro James Joyce y su novela Ulysses (Ulises): toda una master-piece-class, o clase magistral, para escritores que, como yo, leyendo a Ulysses, perdimos el miedo a escribir lo que queríamos y cómo queríamos, dejando de lado los moldes, las fórmulas y las reglas preestablecidas. Así, y eso tengo que admitirlo, el escribir siguiendo un molde o una formula mágica resulte sumamente beneficioso a la hora de vender los libros, como creo es el caso de muchos, entre ellos Coelho. Nada que decir, ni para bien ni para mal; pues sería mentiroso negar que como escritora no he sentido cierta envidia al ver las ventas super millonarias de Harry Potter y todo lo que el personaje creado por J.K. Rowling ha generado. Tampoco voy a entrar a discutir si eso es o no literatura, puesto que desde niña aprendí que todo lo que sea digno de ser leído tiene un valor literario intrínseco, hasta las novelas de Corín Tellado, con las cuales muchas, como yo, nos volvimos adictas a la lectura; entonces, ¿cómo quitarle valor a la Rowling por haber logrado que millones de jóvenes leyeran? ¿No es acaso su Harry Potter algo así como lo que debió haber sido en su momento Caperucita Roja para Charles Perrault o Blanca Nieves y su G7 para los hermanos Grimm?
¿Y acaso no se escribe cuando se lee, o no estamos criticando cuando nos ocupamos en leer y escribir o… viceversa? Yo, como lo creía siguiendo a los transicionistas ese implacable abreviador de universos que fue Borges, creo que todo lector es un escritor y/o viceversa; además de que también, como Bernard Shaw, supongo que por boca de todos los autores habla un solo autor: el Espíritu. Por lo mismo me sorprendió tanto la mala crítica de Coelho, un escritor que se precia de ser ante todo espiritual.
Ahora bien, si algo es también claro es que a lo largo de la historia de la literatura los grandes escritores han sido aquellos que, de una u otra manera, han logrado romper con los cánones preestablecidos, llámense como se llamen, e inventar algo nuevo o, por lo menos, mejorar la tendencia o corriente ya existente. Cómo no recordar la historia de Cervantes y su Quijote; ¿no es considerado acaso Cervantes el padre de la novela moderna precisamente por haber roto el molde y haber dado un salto gigante dejando atrás el caballito de batalla de las obras de caballería?
Personalmente, más allá de la parafernalia y la normativa literaria, lo que me fascina de los talleres de literatura y las clases magistrales es que logren despertar el interés de los participantes por el arte de leer, escribir y, por ende, críticar; o sea: que pongan a pensar a la gente. Más ahora, cuando, como lo dijo el literato historiador Rónán McDonald en su obra La Muerte de la Crítica, El hecho de que tanto las reseñas como las críticas circulen diariamente en gran cantidad a través de Internet implica que todos podemos y debemos ser críticos(…). Por lo mismo, es difícil entender la desvalorización que se ha hecho de la crítica, cuando la democratización y el avance del cine, la televisión e Internet han crecido de tal manera que, aunque se quiera, no pueden ser dejados de lado(…).
Visto desde esta perspectiva, ya no me parece extraño el leer cosas por ahí tituladas, Hoy en día todo el mundo habla mierda, o algo por el estilo. A lo que me he dicho, Sí, pero depende; pues también es cierto que gracias a los blogs, twitters y demás, a los políticos, o los que buscan reconocimiento político, incluídos sus reporteros de cabecera, por ejemplo, cada vez les es más difícil hablar mierda, pues siempre hay un bloguero o, por qué no, un hacker, para desmentirlos. De ahí que países como la ‘liberal’ Holanda ya empiecen a ser señalados con el dedo por tratar de restringir la libertad de expresión y, miren ustedes, al tiempo que leía un editorial sobre el tema, hoy mismo, 24 de noviembre, me ha aparecido una advertencia en mi Hotmail diciendo que debido a que en mi cuenta he recibido material ‘delicado’ debo registrarme cada vez que quiera acceder a ella, y saben ustedes cuál pudo haber sido el material ‘delicado’: un inofensivo y muy iluminador e-mail que me envió el distinguido señor Gabriel Escobar Gaviria, más conocido como Sófocles por su columna GAZAPERA de El Espectador, en el que me regalaba con su sabiduría, dándome pistas gra-ma-ticales. De ahí que, parafraseando a McDonald, sea cada vez más evidente que la pelea entre los blogueros y el stablisment, incluídos por supuesto los reporteros al servicio del mismo stablisment, se esté llevando a cabo en términos un tanto, digamos, discriminatorios: todo lo establecido es alta literatura o alta reportería y, lo demás, es más o menos: mierda. Quizá no toda mujer bonita que se enrede en un affaire con un general o un comandante sea algo así como La espía que me amó; no obstante, más allá de James Bond, lo que yo esperaría de un buen reportero es que esclarezca los hechos y lleve hasta las últimas consecuencias sus investigaciones, en lugar de usar su micrófono, cámara y tinta para convertir en una mala copia de Mata Hari a un simple objeto del deseo; mucho más cuando la dama en cuestión, según dice la prensa de su propio país luego de ser expurgada, no solo tiene sus manos libres llenas de sangre, sino embadurnadas con el semén del cuerpo guerrillero completo, mismo que, obvio, la usa y desusa como propaganda sin que ella les RECLAME nada de nada, pues es muy típico de los unos y los otros usar las imágenes de las mujeres que, de una u otra manera, caen en sus manos de machitos y/o machotas, y exprimirlas hasta la última gota, para, una vez el objeto deja de ser de su interés, proceder a reducirlas a una mera puta hambrienta; como hicieron hace unos dos años con una dama muy conocida, quien, de ser libre pasó a ser una simple mujer liberada; o cómo lo están haciendo ahora al presentar a la dichosa terrorista, con gran despliegue de dos páginas abiertas en edición de fin de semana, como una desequilibrada ninfómana. Triste destino para esta pobrecita versión femenina del mal-versado Ché… Malversado por aquello de que los yanquis con mucha facilidad trastocan las G por las H y… ¡Oeps! ¿Verdad o mentira? ¿Mierda o elixir de los dioses? ¿Realismo o magia? ¿Objetividad o subjetividad? Hechos, señores, lo que esperamos los blogueros hablamierda, como yo, de los reporteros/as pertenecientes al stablisment internacional, como los que entrevistan casi a diario a la dama en cuestión, son hechos; pues si es cierto que de la que ustedes tanto se usufructan es una terrorista perteneciente a una narcoguerrilla, sería bastante interesante que los reporteros/as que le hacen los publi-reportajes, y chupan cámara de aquí para allá junto con ella en los diferentes platós, o escenarios guerrilleros, también dejarán establecido los modos y maneras como se financia la dichosa narcoguerrilla y cómo es que funciona el narcotráfico; algo así como lo que hizo hace algunos días el hacker que osó, no Oslo, publicar la lista de los evasores de impuestos griegos que tienen cuentas secretas en Suiza o, por qué no, la de los dos famosos reporteros que pusieron de paticas en la calle a Nixon con el sonado caso de Watergate… Hechos… ( tomados del trigrama del I-Ching # 63: Lo hecho, hecho está y … Pilatos se lavó sus manos limpias en ella y con ella). Porque si las víctimas valen Guevo, tanto para las unas como para los otros, el tráfico de los héroes con su heroína bien enacaletada debería ser lo realmente relevante a la hora de los despliegues periodísticos y/o publicitarios.
Y, por enseñarme a hacer este tipo de imbricaciones y juegos es que nunca tendré palabras para agradecerle a Gabriel García Márquez su insistencia en que todo escritor debería leer a Joyce; el mismo que en su novela Ulysses pone en boca de Bloom una de mis frases favoritas, cuando éste se encontraba sentado en la taza del baño con el periódico en su mano, y dice algo así como, Uich, es tan cochino que ni pa’ limpiarme el culo me sirve; además de su fantástica manera de trastocar las letras, las palabras y las imágenes. Pues aunque sea verdad que desde una aproximación superficial la novela sea casi imposible de leer y de entender; también es cierto que todo depende de la perspectiva con que se le meta muela y de la manera como la abordemos. Yo personalmente empecé a leerla porque quería aprender más sobre mi oficio y, bajo está perspectiva, recibí una masterclass que ha sido mi compás a la hora de sentarme a escribir. Fue por eso también por lo que, cuando terminé el borrador de mi primera novela, la cual escribí tratando conscientemente de olvidarme por completo de mi profesión de licenciada en lenguas modernas, de tal manera que me desentendí hasta de la ortografía, no me importó mucho enviársela a una editorial. Claro, fue un impulso de nueva escritora, pues la verdad es que aunque me tomó casi tres años escribir el borrador, luego necesité dos años más para corregirla y, como decía Cela, limpiar a la niña; cosa que una vez realizada me enseñó que allá en lo profundo (eso que supongo los catedráticos llaman estructura profunda) la novela se quedó tal cual yo quise escribirla, puesto que una de las cosas claras que tuve en el momento de empezarla era que yo no quería ni en lo más remoto parecerme a mi maestro amado Gabriel García Márquez; comprendí además que de verdad el Realismo Mágico era Gabo, y que aunque la magia de Gabo me encantaba, yo estaba harta de tanta magos imitadores. Recuerdo que luego de terminar de leer la biografía que le hizo Dasso Saldívar me dije, en voz alta y frente al espejo, que lo que yo quería hacer con mi escritura era, primero: encontrar mi propio lenguaje y, luego: contar la realidad tal cuál era y me había tocado vivirla; contar la realidad que en mi país nadie quería ni podía contar; no solo por miedo, sino también porque eran demasiados los untados; llamar al pan: pan, y al vino: vino, sin toda esa palabrería de encantadores de culebras que tanto los politiqueros, los académicos e intelectuales y demás celebridades mediáticas usaban a diario. Y así lo hice, y lo he seguido haciendo; sin ocuparme ya nunca más de encontrar un crítico que me aplauda o me condene; pues lo que yo soy es escritora y, por ende, mi más descarnada crítica; tanto, que en cada una de mis piezas voy dejando mis autocríticas en forma de goticas de sangre…
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(*) Colaboradora.