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María Claudia, por supuesto

Golden autumn morning in Dublin, Flickr, Steve-h
Golden autumn morning in Dublin, Flickr, Steve-h

Juan Villamil (*)

Hicimos el daño. Deliberadamente. La noche entera.

Nos hicimos todo el daño que dos pueden hacerse.

Y un poquito

-ese fue el ingrediente secreto-

un poquito de más.

Todo el daño que dos pueden hacerse, nos hicimos.

Atados por las manos transitamos

en sentidos contrarios

y por el azar

una que otra tarde fuimos, dando tumbos, hacia el mismo lugar

y por la costumbre

de seguir así tranquilamente hablando

una que otra noche nos tropezamos de golpe con una puerta

y otra vez

por el azar

esa puerta fue con frecuencia nuestra puerta.

Una que otra mañana mi aire, desde arriba

insufló tu alma

allá abajo

a la distancia irremediable de mi pecho y tu sueño endeble.

El daño que dos pueden hacerse todo nos lo hicimos.

Yo escribí ese ridículo poema a unos ligueros

¿pero quién entró en mi cama sucia un día con ellos?

¿Y quién si no tú, por siempre maldita, los vistió de nuevo,

y fue con sus ligueros calle abajo

dobló a la izquierda

dobló a la izquierda

y por si fuera poco otra vez dobló a la izquierda

hasta la misma cama algo más sucia?

Todo el daño nos hicimos, que dos pueden hacerse.

Cuán normal fue para mí la fascinación

en la contemplación

de la escultura de Miller.

¡Y cuán torpemente fue la tuya

esa fascinación

de chiquilla ¿lo lamento es muy corta mi falda?

al verme así activando alarmas

y acumulando miradas de vigilantes

se agradece al señor no tocar…!

Nunca fue lo suficientemente corta.

Todo ese daño nos hicimos. Deliberadamente.

La noche entera que es muchas

muchas

en realidad y aunque no lo comprendas muchas

vidas de mosca.

Y todavía un poquito más.

Reportan los periódicos más suicidios

de los que publican.

Es así: si los peones mataran de lado

adiós a todos los peones

menos uno

y entonces carajo

ahí queda la reina alzada en su trono

mirándolo fijamente

desde todos los cuadros.

Infeliz peón atribulado y débil y caído.

Se habrán hecho al final de la partida

eso quiero decirte

todo el daño que dos pueden hacerse.

Y pienso

que es la manera menos práctica de arrojarse por la ventana:

dos no pueden hacerse

todo el daño que nos hicimos.

¿Y SI QUEBRÁRAMOS EL CRISTAL?

Hiere la mirada

el niño del pijama a rayas

¿está mal visto que lo diga?

o ese niño en ese puente con esa mujer

caquéctico

agotado por el cáncer del hambre

está un poco más muerto que nosotros

solo su mano se mantiene en pie

y no hay cerro de monedas

de 50 pesos

que la doblegue.

Hieren así la mirada

las putitas agolpadas en las esquinas

no han cumplido 15

y no cumplirán 20, ninguna

pero ¡a quién le importa!

¿no es verdad?

¡a quién le importa la edad del sexo!

A quién le importa nada realmente.

Y eso también hiere la mirada.

La indiferencia es el retrovirus, señores,

que no matará

pero abrirá la puerta a intrusos mortales.

Nosotros herimos las miradas.

Aferramos uñas invisibles a las córneas…

¡Y raspamos!

El mundo, así, se emborrona

es visto desde atrás de un cristal empañado

y renegrido de mugre y violento

y blindado.

No puedo nada contra ese vidrio

que me separa del mundo.

No puedo nada contra la mano del niño

ni puedo suprimir el placer

en el sexo infantil de la putita.

Soy un cuerpo purulento

y por lo demás estúpidamente vacío.

Y he dicho que no puedo nada contra ese vidrio

que nos separa a los enfermos

de los miserables.

Nada más puedo asomar el billete que negué al niño

por una hendidura

y asomar, ahora, el miembro sanguíneo

para que una lo engulla.

Cómo negar que yo

y tú, claro, también tú

damos asco.

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(*) Colaborador.

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