
Juan David Torres Duarte
Poeta y novelista, García Montero (España, 1958) ha publicado numerosos poemarios desde los años ochenta y desde entonces conformó el grupo de La Nueva Sentimentalidad. Participó en el Hay Festival y propone una poesía social y, al mismo tiempo, concentrada en la experiencia del poeta. El autor estará hoy en un conversatorio en el Gimnasio Moderno.
“La verdad es que el mundo no marcha muy bien”, dijo Luis García Montero en una entrevista. Su rostro, sin embargo, era el justo antónimo de sus palabras: lo decía y entonces sonreía, y tenía en los ojos cierta luz de bondad. Es posible que sus palabras sean enemigas del verbo que lanzan sus ojos. Tal vez ese engaño no sea más que una pirotecnia poética tan sencilla pero diciente, como sus poemas. “Un poeta lo que no puede es hacer el ridículo —dijo en otra ocasión—. Y hay mucho poeta que va de iluminado, de profeta, dictando a la gente con el dedo qué debe hacer. Y vivimos en un mundo que, si no quieres ser tonto, tienes que comprenderlo”.
Luis García Montero, dicen, es uno de los poetas más destacados de su generación. Nació en 1958 en Granada. El grupo al que perteneció, y al que tal vez sigue perteneciendo aunque han pasado más de 30 años, fue La Nueva Sentimentalidad. El postulado del conjunto era sencillo: basada en la experiencia, esta poesía apuntaba a reconocer al poeta como un creador de ficciones, con su propio mundo y su propia realidad, pero también consciente de que el mundo que lo rodea tiene unos fundamentos que lo influyen y alimentan. “Las ciudades nos hacen como somos —dice García Montero—. Y con las personas pasa mucho más. Hay personas que te hacen y desaparecen, y uno se acostumbra a pensar y a mirar al futuro pero mirando al pasado”. La Nueva Sentimentalidad pregonaba, de algún modo, lo que la poeta Wislawa Szymborska le pedía en alguna ocasión a un escritor novel: “Quitémonos las alas y tratemos de escribir con los pies sobre la tierra, ¿sí?”.
Por eso, los temas son múltiples y las experiencias, certeras. Pueden salir de una mera observación de la realidad cotidiana o del recorrido propio del tiempo. “Yo, bebedor de whisky, /en tu beso conozco la ginebra”, escribe en La tolerancia no sirve para comprender el beso del extranjero. Y en La cólera del tiempo se aplaca con las manos escribe: “Es necesario trabajar la vida. / La cólera del tiempo se calma con las manos”. Su lenguaje carece de adornos, se aparta —tal vez por mera necesidad— del barroquismo de la tradición española. En sus poemarios —entre ellos El jardín extranjero (1983) y Habitaciones separadas (1994)— se ve justo la influencia de la generación de vanguardia de España: poetas como Rafael Alberti (sobre quien realizó su tesis universitaria en Filosofía y Letras) y Vicente Aleixandre.
La poesía de aquella generación del 27 le entregó los insumos esenciales para su trabajo inicial. En Bajo la luz quemada, por ejemplo, se escucha algo de la voz de Aleixandre: “Bajo la luz quemada, / tienen frío los ojos con que buscas / estas horas de octubre / y su jardín manchado de ginebra”. Cierto aire de protesta social también lo encontró en Blas de Otero, otro poeta que tuvo como amigo y maestro. Desde siempre, gracias a esos dos caminos poéticos, sus trabajos han tenido tanto de oralidad y cotidianidad, como de épica y búsqueda de lo sublime. Puede hablar sobre aviones (“Amo la lentitud de los aviones / cuando todo parece más quieto y más lejano”), su casa (“Cuando cierro la puerta de mi casa / suelen los escalones llenárseme de dudas”) y de temas tan abrumadores como el dolor (“No conozco un dolor / que no merezca ser compadecido”).
“Mi poesía es un país humilde de la Europa mediterránea —dice García—, con ciudadanos educados, pero muy vitalistas y enamoradizos, que limita al norte con la vanguardia juvenil, al este con la poesía social, al oeste con la retórica clásica y al sur con el mar de las letras de tango o de bolero y con las canciones de Joaquín Sabina”. Con esa poesía de fronteras inasibles, García Montero ha ganado premios como el Adonais (1982), Loewe (1993) y el Nacional de Literatura (1994). García Montero es también profesor de literatura en la Universidad de Granada y ha publicado novelas como Mañana no será lo que Dios quiera y Alguien dice tu nombre. Sus influencias vienen, también, de su pareja, la escritora Almudena Grandes. García Montero tiene unas maneras suaves, tranquilas, y en cada entrevista que da habla con lentitud, tranquilidad. Parece reflexivo y alegre. Y dice palabras duras. “(La poesía) es la consecuencia de un proceso de reflexión moral, no una mera expresión de sentimientos. Nada hay más falso que la sinceridad espontánea. Bajo la supuesta espontaneidad suelen esconderse acríticamente valores que uno cree propios, pero que son los de una sociedad homologada”.
La poesía, en ese sentido, podría ser un nuevo aliento para la individualidad, dice García. Una sociedad que desea homologar a sus individuos, convertirlos a todos en el mismo objeto con los mismos intereses, tendría una perspectiva más abierta a través de la poesía. Podría objetarse que la gente —esa entidad general que todos dicen conocer— no lee poesía, y que entonces la tarea resulta de antemano inútil. Sin embargo, el argumento que refuta esa idea, en boca de García Montero, es comprensible: “La gente no lee poesía porque los poetas no hablan de aquello que la gente vive”. Por eso, lo más simple es, como dice la poeta polaca, escribir con los pies sobre la tierra. No una poesía política —está comprobada que la ideología degolla a la poesía, en sentido literal y figurado—, sino una poesía que acuda a los elementos del mundo cotidiano. Una épica de la vida común. “Hay que reivindicar la individualidad —dice García Montero— porque la ideología neoliberal lo está homologando todo y liquidando los espacios públicos a costa de liquidar las conciencias. La poesía es esa reivindicación de la individualidad, pero de una individualidad dialogante, ni egoísta, ni identitaria, ni esencialista”.
Hoy, 3 de febrero, a las 7 p.m., Luis García Montero charlará con el escritor español Juan Bonilla (‘Prohibido entrar sin pantalones’ es su más reciente novela) en la Biblioteca Fundadores del Gimnasio Moderno (carrera 9 no. 74-99). Entrada libre.