El Magazín

Publicado el elmagazin

Los peces no lloran

Writer desk, Flickr, runran
Writer desk, Flickr, runran

Juan Villamil *

Es posible que Gary Garmot haya sido el mejor escritor europeo del siglo XX. En su columna del 23 de octubre de 1961, Frederick Montcastle, redactor de planta de The New York Times y amigo de Garmot, escribió el que, sin proponérselo, se convertiría en epitafio anticipado del escritor vienés: “El mundo ha conseguido olvidarlo, pero él tiene muy presente al mundo”. La cita hace referencia al aislamiento del escritor durante los dos años anteriores, en compañía sólo de su esposa, la bailarina profesional Briyit Cott, y que se extendería hasta mayo del 68, cuando por orden judicial fue registrado el piso que la pareja ocupaba en un edificio del barrio Latino en París. En adelante la historia es bien conocida: ella había sido estrangulada y yacía desnuda en el pasillo; él permanecía sentado al escritorio, muerto por una sobredosis de heroína.

Las causas por las que Garmot asesinó a Briyit Cott y luego se suicidó (desde un principio se descartó la sobredosis accidental ya que fue consumidor habitual la mayor parte de su vida), permanecieron ocultas durante más de tres décadas. Las dos muertes pasaron inadvertidas para los medios franceses de la época, y es probable que no hayan generado el pronunciamiento de ningún círculo literario. Al otro lado del atlántico, Montcastle tardaría seis meses en conocer la noticia; dedicó al escritor su columna del 29 de noviembre, de la extraigo la siguiente cita: “Lo único más inesperado que la muerte de Gary Garmot, hombre melancólico pero comprometido, es que antes no haya dejado terminada su ópera prima, novela en la que trabajó por cerca de 10 años y en la que seguramente estuvo pensando hasta el momento de su muerte”.

En adelante Garmot no sería vuelto a recordar hasta que en 1991 Nicole Leopardi, maestra auxiliar de Literatura Inglesa de la Sorbona, encontrara un texto apócrifo de Madame Rogue[1] en que hacía mención al escritor. El texto original ya no está en poder de Leopardi, pero lo sé de memoria, al pie de la letra, desde que lo leí: “El señor Garmot, si bien poco elegante como todo europeo no francés, ha sabido hasta ahora y con notable éxito ganarse un lugar a mi mesa. Como C…[2], se trata de un escritor sin duda alguna prodigioso, aunque echado a perder por sus afectos comunistas”. Sin otra pista que este fragmento rescatado, Leopardi inició una exhaustiva investigación que la condujo hasta Agatha Montcastle, viuda de Frederick, y a las hermanas Saint-Bouile, hijas del primer matrimonio del esposo de Madame Rogue, únicas personas vivas que habían tenido contacto con Garmot. Ninguna de ellas lo había leído jamás, pero aseguraron que se trataba de un escritor extraordinario, basadas únicamente en lo que le habían oído decir acerca de su novela.

Esa consideración infundada hizo que Leopardi perdiera todo interés en Gary Garmot. Sólo lo volvería a mencionar en 2002, en una conferencia dada en la Universidad Nacional en Bogotá, cuando afirmó, en lo que en una carta llamaría “un feliz descuido imperdonable”, que “hay escritores que no llegan a escribir nada, como Gary Garmot o Stephen King”. Esa misma noche empecé a indagar sobre él, de quien no tenía conocimiento a esa fecha. Me tomó sólo un par de días convencerme de que Garmot no existía o, en verdad, era un escritor que no escribió nada. Mucho más tardé en conseguir comunicarme con la ya reconocida escritora Nicole Leopardi, de quien obtuve respuesta al otro día. En esa primera carta Leopardi me envió algunos pormenores de su investigación. En el último párrafo incluyó una frase aforística, que sospecho fue la razón por la que abandonó las pesquisas sin tener nada concreto: “Ergo es a zum lo que escribir a existir”. Aunque de tono amable, la carta pretendía anular de antemano cualquier posibilidad de réplica. Sin embargo, no me habían quedado claras las razones por las que Leopardi no acudió a la policía en búsqueda del archivo del caso. La respuesta llegó a los dos meses: “Eso es porque no fui a la Prefectura de Policía. (…) A su curiosidad y sentido común debo esta oportunidad. La obra íntegra permaneció hasta ayer en una bóveda; en este momento reposa a mi lado sobre el escritorio”.

Fue mi primer viaje a París. Aún mis tangenciales súplicas de extranjero recién llegado, Nicole Leopardi me condujo del aeropuerto directamente a su villa. La obra de Garmot seguía encerrada en el mismo sobre café en que fue guardada por 35 años. Me sorprendí al comprobar que todavía seguía sellada, que Leopardi en realidad no la había visto. Al destaparla lo primero que vimos fue una hoja pequeña, recortada a mano y unida por una grapa a la primera hoja de la novela, en blanco. Era un documento de lo que pueden ser los últimos momentos de la vida de Gary Garmot, escrito de su puño y letra: Sigo sentado al escritorio pero sé que en este lugar no está la respuesta. Está allá afuera, bailando desnuda en la cocina, paseándose por el pasillo, inyectándose en el balcón. Ella es todo lo que necesito para concluir, terminar de una vez con esto, pero también es lo mínimo. A ese párrafo sigue un espacio que divide la hoja en dos. La siguiente anotación tiene la misma caligrafía, pero las líneas están menos organizadas, más bien dispersas, y las últimas dos son casi ilegibles debido a la falta de tinta. Las moscas no dejaban de pasarme por la cara. Una, otra, miles. Y yo me preguntaba, ¿qué es lo que significan estas moscas? ¡Yo me lo preguntaba como si no conociera la respuesta! Ese era el final, el único posible. Pero tenía que verlo para escribirlo, y ya que lo he visto y sé que otros lo verán, ¿para qué escribirlo? Que un día uno diga: la muerte de Gary es el último capítulo de su novela.

En seguida Leopardi y yo empezamos a revisar las hojas. Eliminando cinco totalmente en blanco, al manuscrito, hecho a máquina, lo componen 940 páginas de una serie incongruente de caracteres. Durante la exhaustiva revisión que hicimos Leopardi y yo, y que nos consumió cinco días con sus noches, no encontramos ni una sola palabra en inglés, francés, español o italiano. Al término del quinto día regresé a Colombia.

El año pasado, a finales de agosto, recibí una comunicación de Leopardi en la que me informaba los resultados de un estudio hecho en la Universidad de París. En el estudio se evaluaron todas las combinaciones de letras que contiene la obra de Garmot por filas, hileras y diagonales, comparándolas con diccionarios de nueve idiomas, descubriendo que tiene un total de 7.466 palabras no monosilábicas. Se encontraron también 503 frases. De las 503 sólo una tiene sentido: FISH DO NOT CRY.

—————————————————————————————————-
[1] Seudónimo de Annette Johanson. Es de conocimiento general que la escritora londinense escribió su obra en francés, pero todos sus personajes y escenarios son ingleses.

[2] En el original, escrito con tinta por Madame Rogue, el nombre fue tachado y es ilegible, excepto por la primera letra. Leopardi y otros expertos en la vida y obra de Rogue creen que podría tratarse de Albert Camus.

(*) Colaborador.

Comentarios