
Manuel Dueñas Peluffo (*)
En principio, es posible leer en Los ojos de Julia dos grandes gestos: un homenaje extenso, acaso demasiado literal, al género de horror (y a esa estimulante hibridez que lo conforma), y una llamativa reflexión sobre la ceguera y los miedos y los vacíos que la definen. A partir de eso, el director catalán Guilem Morales construye una película genérica que intenta, en la medida de sus límites, romper ciertos códigos.
Producida por Guillermo del Toro, Los ojos de Julia comienza con una imagen sombría en el pueblo de Bellevue: guiada por sus malos pálpitos, Julia descubre el cuerpo de su hermana Sara colgando de una soga. Todos los indicios (y la lógica) apuntan a un suicidio, la intuición de Julia, tras algunas pistas desconcertantes pero no menos tenebrosas, a otra cosa: a otros mundos, a otras lógicas.
Guiada por esa rara percepción, Julia descubrirá que un psicópata mató a su hermana y pretende hacer lo mismo con ella. En medio de eso, Morales echa andar una máquina de guiños (a El silencio de los inocentes, a Peepin Tom y en algún sentido, al menos en cuanto a cúmulo de impotencias, a Irreversible) y una historia de amor: la de Julia y su marido, que a la postre terminará sacrificándose por ella (que padece la misma ceguera degenerativa de su hermana), y que en algún lugar del pasado le dedicó una frase absoluta: “no me hace falta ver el universo; lo puedo ver en tus ojos”.
Con una fotografía pertinente en relación a la fuerza de la trama (y tal vez más: precisa, sólida), Los ojos de Julia representa una facción del cine español que se aleja de las formas americanas. Y que busca, más allá de ciertos clichés y de ciertos giros predecibles en el guión, contar una historia desde los detalles angulares, desde el pequeño terror de cada día. Desde luego, el miedo no habría sido tan sostenible sin una soberbia Belén Rueda, que interpreta a Julia, y sin un revelador Pablo Derquí, que perfila con oficio al psicópata que intenta matar, entre las luces de los flashes disparados, a una mujer cada vez más ciega, cada vez más sola.
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(*) Periodista de El Espectador.