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Locura climática

Walruses, Flickr, flickkerphotos
Walruses, Flickr, flickkerphotos

Enoïn Huamenz Blanquicett (*)

Ante las cámaras de la televisión francesa de radio Canadá, una pareja rolliza de cincuentones rubios de las Islas de la Madeleine muestran los estragos causados a su chalet por la furia de la mar embravecida. El reportero, en un corto paseo que va dejando a la vista las imágenes de los daños, nos informa que las playas de este archipiélago bucólico podrían recular cinco metros este invierno, por causa de la erosión. Para el alcalde de una municipalidad afectada y los meteorólogos los inviernos suaves, particularmente éste que ha sido bastante cálido, son los principales responsables del problema.

Cuando llega el invierno, las bajas temperaturas hacen que el mar se embravezca. Furioso, éste arremete contra la costa. Siempre ha sido así. Lo novedoso es que últimamente en la costa norte canadiense, por causa del calentamiento global, los niveles de frío durante el invierno han disminuido y las aguas dulces del estuario del río San Lorenzo a veces no alcanzan a congelarse. La ausencia de hielo en el estuario deja a las islas expuestas a la furia de las olas. En ausencia del hielo –su escudo durante milenios-, el archipiélago recibe el castigo inclemente del rebenque de Poseidón, la deidad mitológica que gobierna los caprichos del mar. Desguarnecidas de su armadura natural, las islas quedan expuestas durante cinco meses al azote incesante de su látigo. Cada golpe sobre la playa y las paredes de los cantiles, le roba a estas islas un grano de arena fundamental para su existencia.

De seguir las cosas como han sido en este invierno, la erosión arrasará en cinco o diez años la superficie, que se había proyectado que devastaría durante los próximos 25 o 50 años. Lo peor es que no hay solución a la vista. Las autoridades y los científicos dicen que ante la furia del mar y los cambios climáticos que se proyectan, no habrá presupuesto que alcance para detener el progreso de la erosión. Afirman que resulta imposible cubrir con rocas más de 200 kilómetros de costas. Entre los comentaristas de noticias de medios electrónicos hay pesimistas, que profetizan la indiscutible desaparición del archipiélago. Por su parte los optimistas confían en que la ciencia y la tenacidad de sus habitantes le harán frente a la fuerza de la naturaleza y terminaran por salvarlo.

Los inviernos suaves, que alteran la dinámica del estuario del San Lorenzo, no sólo afectan los intereses de la especie humana en este paraje. También amenazan el futuro de las focas. Si dejan de formarse allí los habituales bancos de hielo que siempre se han formado, estos mamíferos marinos dejarán de tener un lugar seguro y confortable para tener sus crías. En consecuencia, la supervivencia de dicha especie comienza a estar en peligro en dicho estuario.

De lo que podría pasar con las focas, este invierno dio el primer campanazo. En las primeras semanas de enero de 2011, habitantes de la costa del Labrador encontraron más de 200 focas muertas entre los caseríos de Hopedale St. Anthony. Algunos científicos atribuyen el hecho a la ausencia de bancos de hielo sobre la costa, lo cual expone a las focas a la cólera de las olas.

Por causa del calentamiento global, ya se avizora otro problema social en la región. Mucha gente en la costa de Québec y Labrador vive de la presencia de las focas en la boca del San Lorenzo. La economía local, que en gran parte depende durante el invierno de la temporada de caza de focas, se verá fuertemente afectada. Si desaparecen las focas no llegarán los turistas cazadores de focas, ni los ambientalistas que se oponen a su caza. Tampoco habrá trabajo para los obreros cazadores de focas, ni para los comerciantes de pieles y carne, ni para los industriales y comerciantes de países lejanos, que se ocupan de procesar y expender en el mercado mundial los productos derivados de la foca.

La furia marina, desatada por los cambios climáticos globales, no solo causa estragos en las Islas de la Madeleine. En Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano, los fuertes mares de leva, cuya frecuencia ha aumentado en los últimos tiempos por causa de las corrientes frías, que visitan el Caribe con mayor asiduidad, destruyen decenas de kilómetros de playa cada año. La furia marina está poniendo en riesgo la infraestructura vial y residencial de sectores tradicionales de la ciudad, como el Barrio de Crespo, la isla de Tierra Bomba y el sector de Los Alcatraces. En los últimos 15 años, en la isla de Tierra Bomba, las olas se han comido alrededor de 200 metros cuadrados de suelo, han echado por tierra 20 casas, amenazan con tragarse 80 más y han destruido uno de los depósitos de agua potable del caserío.

Al tiempo que da cuenta de los caseríos de pescadores de las islas vecinas y de las playas de la ciudad, la erosión marina se constituye en la principal amenaza para la industria que le ha dado lustre a Cartagena en los últimos 60 años: el turismo. Si se acaban las playas, por muchas ruinas coloniales que se encuentren allí, el interés de los turistas por Cartagena disminuirá.

En Colombia las corrientes frías del Atlántico no sólo impactan con fragor a Cartagena. Un reportaje del diario El Heraldo de Barranquilla, intitulado “La Costa Caribe está siendo borrada por el mar”, nos abre una ventana sobre los embates de Poseidón a lo largo de este litoral nacional. Su furia está poniendo en ascuas no sólo un amplio número de pueblos y ciudades costeras. También amenaza las tierras cultivables, la infraestructura vial y la industria turística, desde la península de la Guajira hasta el golfo de Urabá.

El panorama desolador que han ido construyendo los mares de leva de los meses de enero, febrero y marzo, así como los fuertes oleajes que acompañan el paso de los huracanes entre junio y septiembre, se puede ver con lujo de detalles en el “Diagnóstico de la erosión en la zona costera del caribe colombiano”, elaborado por Blanca Olivia Posada y William Henao Pineda. Un informe del departamento de Antioquia, sobre el estado de las costas en el Urabá, sostiene que el “Mar Caribe destruye cada año 14 metros de las playas […] en jurisdicción de los municipios de Arboletes, Necoclí y Turbo”.

Los frentes fríos, que llegan durante los inviernos en el norte, y los frentes calidos, que dan origen a los huracanes de mitad de año, han ido cambiando secretamente toda nuestra geografía costera. Tanto las noticias aparecidas en los medios, como los informes científicos consultados y las visitas realizadas a varios balnearios del Caribe colombiano, en diferentes departamentos, nos muestran que en Colombia la erosión marina está destruyendo, de manera acelerada, la plataforma continental.

Paradójicamente, mientras los científicos del servicio meteorológico y los responsables del servicio portuario y de guarda costa de la marina nacional, coinciden en atribuir el fenómeno “al aumento de las mareas”, por causa de los frentes fríos generados por el “cambio climático”, los ciudadanos afectados y los medios de prensa costeños coinciden en afirmar que “el Gobierno Nacional” y los gobiernos locales “no responden ante tal emergencia”.

Los problemas generados por el clima no sólo se originan en el mar. También nos caen del cielo. En 2010 y en lo que va de 2011, los aguaceros han sacado de cauce a decenas de ríos en Francia, Pakistán, Colombia, Brasil, Venezuela, Ecuador y Australia. En esos países, las inundaciones han dejado varios  millones de damnificados y centenas de muertos.

En Colombia el Canal del Dique, que une al río Magdalena con la bahía de Cartagena, se salió de madre e inundó medio departamento del Atlántico. Las aguas cubrieron varias ciudades y en algunos de esos lugares sólo quedó visible la torre de la iglesia.

En Brasil, el gobierno tuvo que declarar la emergencia en más de 60 ciudades de cuatro Estados. En Río de Janeiro, donde las lluvias, provocaron masivos aludes de tierras, cerca de 18.000 casas en 117 favelas fueron declaradas en estado de alerta.

En Francia, en las regiones de Provence-Alpes-Côte d’Azur y Córcega, así como en el departamento del Var, durante el 14 y el 15 de junio de 2010, se desgajaron unos aguaceros, que no se habían visto durante los últimos 60 años. Según el servicio meteorológico francés, los aguaceros de esa fecha arrojaron entre 150 y 300 litros de agua por metro cuadrado. En Pakistán, la temporada de monzones de 2010 causó unos aguaceros sin parangón histórico, generando inundaciones que dejaron tres millones de damnificados.  

A finales de 2010, mientras en Colombia, Brasil y Australia se registraba una temporada de lluvias atípicas, en Europa y Norte America caían fuertes nevadas en regiones caracterizadas por inviernos secos y de escasa precipitación. Al contrario, en las regiones caracterizadas por fuertes nevadas, como Québec y las provincias marítimas de Canadá, se han venido registrando inviernos con escasa precipitación de nieve en los últimos seis años. El clima está tan descontrolado, que en la última década hemos tenido semanas con temperaturas inferiores a cero en la Florida y nevadas espectaculares en el norte de México, mientra en Montreal el termómetro marca tres grados y la nieve escasea.

En este invierno las fuertes nevadas han impedido que millares de viajeros lleguen a sus destinos dentro del tiempo previsto. El 12 de enero, cuando regresaba de Colombia, los vuelos Bogotá-Boston habían sido cancelados porque el aeropuerto de Boston estaba cerrado por causas de fuertes nevadas. Los vuelos Bogotá-Nueva York estaban en suspenso. Exasperados, los pasajeros oraban para que el Todo Poderoso permitiera la partida de sus aviones.

El vuelo Bogota-Atlanta, en el que yo viajaba, estuvo en vilo porque las condiciones meteorológicas en esa ciudad estadounidense no habían sido las mejores en los días anteriores. Cuando llegué allí pude constatar que había llovido literalmente hielo sobre la ciudad. Varios centímetros de cristal espeso cubrían los corredores de algunas de las avenidas vecinas al aeropuerto. En Bogotá, mientras esperaba, no sólo hacia votos para que mi vuelo saliera a tiempo. También oraba para que bajara la creciente del río Sinú, que amenazaba con inundar la casa de mis padres en Montería.

Cuando llegué a Montreal encontré un email de mi hermana. Me informaba que en Montería el riesgo de inundación se había disipado. El barrio donde viven mis padres estaba a salvo. En la noche las noticias sobre las Islas de la Madeleine me hicieron caer en cuenta de que los problemas originados por los cambios climáticos en todas partes están tocando a nuestra puerta.

Montreal 26 de enero de 2011.

Nota: un fragmento de esta crónica fue publicado en la revista electrónica multilingüe Urbana-Legio, que se edita en Montreal.

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(*) Colaborador.

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