Por: Marilyn Forero Olaya
Yo quería ser como Jon Lee Anderson, David Foster e incluso, soñaba con tener la habilidad de John Hersey. Muchas noches me pregunté: qué tienen, cómo lo hacen, por qué yo no, por qué no puedo. Imaginaba ser ellos y me transportaba al lugar de los hechos; recreaba las escenas de Hiroshima y me veía en 3D: girando a la izquierda, sentado en un promontorio de arena, encontraba a Kiyoshi Tanimoto, pastor de una iglesia metodista que había salido ileso y quien rescató a cientos de japoneses con un bote que encontró en el camino; yo le entrevistaba para The New Yorker; después me vi recorriendo los hospitales/los puertos/las iglesias/los ríos/las calles, intentando todo para ser como Hersey: pero nada funcionaba y aún no sé si deba ponerlo en pasado, tal vez no funciona. Luego me atrapó el miedo – aunque Nina Simone me aconsejo “no fear”- y me abrazó una nube negra de desasosiego porque quise ser Jon Lee cuando fue a Cuba a desenterrar al Che o cuando recorrió el tercer continente más grande en busca de historias, de su historia. Yo quería ser Lee pero tampoco resultó.
Intenté ponerme en el lugar de Nahuel Maciel- solo nebulosa, nunca en la práctica- para comprender el porqué de sus mentiras. El periodista argentino, famoso por su libro Elogio de la utopía y por el prólogo escrito por Eduardo Galeano y que el uruguayo nunca escribió, fue en síntesis el inicio del fin, aunque a decir verdad el prontuario de Maciel le ameritaba ser descubierto mucho antes.
Sentí lastima, sentí compasión después de conocer su relato ¿pero quién era yo para juzgarlo? Si nunca había escrito nada ni siquiera mentiras. Estaba por volverme chalada. A veces hacía de redentora y lo perdonaba o mejor, lo justificaba: si tan solo hubiese usado toda esa imaginación mapuche-decía ser mapuche – para escribir algo propio. Tal vez no sería como aquel famoso escritor al que dijo haber entrevistado pero sí un periodista intentando ser escritor. Como quisiéramos otros.
La verdad es que Maciel nunca será un referente para mí. Pero yo soñaba con tener el don de la escritura en mis manos. Alguna vez, por modestia supongo, Mario Vargas Llosa dijo que si uno no nace genio puede con la perseverancia suplir la inspiración, uno de sus grandes maestros fue Gustave Flaubert. Creo que Llosa pudo sentir lo que yo ahora. No sé, supongo.
Yo quería ser como Jon Lee Anderson, David Foster e incluso John Hersey pero no pude, y quizás, ese sea mi mayor problema: el querer ser lo que no soy pero seguiré el consejo de Llosa o uno más simple y más cercano, el de mi mamá: “la constancia vence lo que la dicha no alcanza”. Intento correr para que no se esfumen las ideas y el reloj no me alcance. Me alcanzó. Ya no recuerdo nada. Terminé.