
César Ruiz (*)
Fría lluvia nocturna, gotas que caen de las nubes escapando en ritual suicida, tal vez huyendo del encierro de las carceleras nubes, tal vez deseando volar,algunas afortunadas encuentran suave y salvadora hierba que las acoge con las hojas extendidas como suaves y maternales manos y las hacen brillar al día siguiente como rocío de una nueva oportunidad, otras, muchas;… la mayoría en esta urbe, estallan en el duro pavimento, se desintegran reflejando la luz opaca y artificial, única causa de su desdicha , en su último esfuerzo se unen a otras gotas gemelas que comparten su infortunio final, formando un cauce lúgubre del que todos los seres huyen, para ir a parar a un agujero negro cuya fuerza forma un espeso cieno, y antes de perecer en las cloacas intentan compartir su lamento inundando los hogares de otras almas gemelas, espíritus igualmente desafortunados , mojados en la pobreza, empapados con el fango de nuestra indiferencia.
Ciclista en la vida láctea
Pedaleo y pedaleo a la velocidad de la luz, por debajo de mis ruedas pasan millones de pequeñas y grandes partículas de asteroides que forman mi camino, esquivo con gran pericia los agujeros negros que muchas veces encuentro en la vía y que esperan impacientes mi caída para absorber la fuerza de mi impulso. Las constelaciones son las señales que me guían a la meta final. Paso por la sombra que me dejan grandes ramas formadas por la explosión de las supernovas y a veces me aturde tanto brillo. El polvo de estrellas cae en el pavimento del cinturón de asteroides como hojas de otoño y choca con las gafas oscuras de filtro U.V. protegiéndome de la ceguera existencial. Tanto esfuerzo sería inútil si no llevara el oxígeno que hace posible mis movimientos y mis palpitaciones; la música conduce mi pedaleo a través de los cables que conectan mis oídos al cerebro y al corazón. Comienzo a sudar por el desgaste muscular y por que los rayos del sol empiezan a recalentar mi piel, cambio mi rumbo a un lugar más fresco, observo en Marte, detrás del monte Olimpo; la gran nebulosa que oscurece el entorno y lo llena de pequeñas gotas de luz que refrescan y me hacen recobrar la energía. En el ascenso observo la tranquilidad del cosmos y un hato de vacas que pacen y riegan su leche sobre toda la galaxia, me sorprendo con las estrellas fugaces que como luciérnagas brotan del la materia oscura y desaparecen instantáneamente en direcciones erráticas, a pesar de lo caótico del momento iluminan el sendero. Por fin me acerco a las lunas que me reciben con su plenitud de luz y de las cuales saltan rápidos conejos hacia mis ruedas; para esquivarlos, hago maniobrar mi cicla y los neumáticos de mis ruedas rebotan al azar sobre las rocas lunares; luego de un susto comprendo la situación, esas criaturas desestabilizaron mi rumbo a propósito para que así pudiera fluir la adrenalina por mi sangre y acelerar los latidos como un preludio de la más hermosa vista. Esa esfera majestuosa aparece como revelación de mi esfuerzo. Esa redondez era el sueño de mi tiempo que transcurría infinito, ese planeta azulverdoso era el hogar de mis anhelos, Era el lugar que me vio nacer y por el cual recorrí este largo rumbo. Comienzo a sentir un intenso campo magnético. Las estrellas de neutrones titilan como frenéticos púlsares indicando que se acerca el momento de encontrarme con los míos, de volver a ver esos paisajes que diseñaron el tejido de mis pensamientos. Regresé! Regresé! Por fin Regresé!
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(*) Colaborador.