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El Caminante
El Caminante

Fernando Araújo Vélez (*)

La doña que leía el chocolate le auguró muchos viajes, vivencias extraordinarias, triunfos, amores y demás, como a todos, supuso él, pero al final, mientras le extendía su mano nerviosa, le dijo que cuidara a su gato, “porque uno nunca sabe, hay gente por ahí que los busca para sus cositas”, y entonces él recapacitó y la miró con otra visión, como si aquella señora de años y años y de voz de penumbra, más actriz que realidad, más lugar común que verdaderos poderes de adivinación, fuera una diosa. ¿Cómo supo que él vivía con un gato? “Las brujas siempre encuentran  un detalle para descrestar a los incautos, incluso tienen investigadores secretos para que les cuenten cosas  de sus clientes”, le dijo un amigo, pero él lo oyó sin oírlo y se fue en busca de su gato. No lo encontró.

 Asustado por el gato, por la bruja que había acertado, porque si había quien pudiera adivinar el futuro, el mundo y la vida tenían un sentido totalmente distinto al que él creía, que era ninguno; atemorizado e inseguro, casi alucinando, se subió en su viejo Simca, y recorrió calles y cruzó avenidas, hasta que vio a un mulato que se le fue encima. Él frenó. El mulato siguió, tropezó o simuló que tropezaba con su Simca y se botó en la calle, fulminado y gritón, y exigió que le pagaran el hospital, una incapacidad, una indemnización y mil asuntos más. Su victimario intentó levantarlo. Imposible. “ Tengo el tobillo roto”, dijo la víctima. Apareció un salvador de vidas con una luz azul en el techo de su camioneta. Se puso un chaleco negro con letras amarillas y llamó de un radioteléfono. “Yo me encargo de todo”, dijo con gesto, acento y tono de salvamundos.

Entonces aparecieron los policías y los enfermeros. Unos se llevaron al conductor del Simca. Los otros, al herido. El primero fue a dar a una comisaría. El segundo, a una clínica.  Ante uno y otro y otro escribiente, don Pedro Lugo Albornoz relató los hechos, segundo a segundo, desde la huida de su gato hasta el accidente, en siete ocasiones. Ante un médico que era aprendiz de médico, Juan Martínez pidió que lo incapacitaran por más de 28 días. En un lado y en el otro, los dos firmaron sendos informes. Dos días más tarde un juez de la República , algo lisiado por un auto que lo arrolló siendo niño, determinó que Lugo Albornoz era culpable y lo sentenció a prisión por seis meses. “Los gatos son Lucifer”, le dijo luego.

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online y de la sección de cultura del periódico El Espectador. Además, tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos

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