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A las ocho de la noche

 

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Puntos Suspensivos

A las ocho de la noche apareciste. A las ocho de la mañana despertamos. Y la noche te dio fuerza, a mí coraje, la mañana te devolvió el orgullo pero a mí ya me había devuelto la conciencia. A las ocho de la noche mi corazón dormía. A las ocho de la mañana se despertó. A las ocho de la noche a ti el alcohol te adormecía. A las ocho de la mañana a mí el café me iluminaba.
La noche parecía cómplice, la noche y sus ataduras. Sin embargo, los amaneceres siempre son más claros y es justo ahí cuando el sol parece tener una única función: quemar. Esa noche fue más cómplice que cualquier otra. La mañana fue egoísta. Esa noche parecía que el mundo se hubiera quedado quieto como esperando moverse a nuestro ritmo, esa noche nosotros éramos el mundo y el mundo nos esperaba a nosotros.
Pero esa mañana no amanecía como las demás. Esa mañana quemaba. El café sabía delicioso, a las ocho de la mañana. A las nueve se había convertido en un café frío, amargo. El amanecer, lento, ansioso, recuperaba fuerzas. Fue una carrera contra el tiempo. La noche era olvidada por aquel sol. El sol egoísta, el sol orgulloso, el sol temerario. Y fueron las nueve, y las diez y las once de la mañana. Y el sol ya había tomado fuerzas, las suficientes para quemarte y quemarme.
Pero como siempre, la noche se había convertido en mi cómplice. Esa noche fue una quimera, las demás pesadilla. Esa noche conocí y reconocí, las demás me conocí, me reconocí. Esa noche no quería la mañana y yo tampoco. Esa noche me atrapó y te atrapó, y todas las noches quisieron imitar aquella. Y luego ni las noches, ni las mañanas fueron iguales.
Pero mis noches y tus noches ya no fueron nuestras noches. Y mis amaneceres y tus amaneceres ya no fueron nuestros.  Y mi café y tu café se preparaban a destiempo. Yo empecé a ver el amanecer por una ventana que no era la tuya, tú amanecías en una cama que no era la mía.
Y no volví a saber de aquella noche, no volví a saber de ti pero sí de mí. No volví a saber de todo lo que fue cada palabra y cada silencio y no volviste a saber nada de mi mirada. De las ocho de la noche, de esa hora de la que hasta el viento estuvo celoso, no supe más. Y luego desperté, hacía mucho no soñaba de esa manera.
Desde las ocho de la noche vuelvo a esperar para ver si el sueño puede ser real. A las ocho de la mañana recuerdo que soné y empiezo a vivir, y así todos los días.

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