Si algo puede desafiar la propia muerte es hacer de ella arte, y en esto David Bowie nos dejó una clase magistral con su sombrío y último álbum Blackstar.
Por: Daniela Siara
Londres
La noticia de su muerte me dejó helada en el segundo piso de un bus en Londres. David Bowie acababa de morir a los 69 años de cáncer. Era relativamente joven, aunque la imagen que nos ha dejado en su ultimo vídeo “Lazarus” es la de un rosto con ojos vendados y esa fragilidad de piel que tienen los ancianos que a nadie engaña.
Eran las 7:00 de la mañana, la mala noticia era un bombazo en todas las emisoras de la BBC radio. Mientras escuchaba las tempranas palabras que algunos de los grandes de la música le dedicaban, el bus se abría paso por las oscuras calles de Notting Hill. Madonna estaba devastada (precioso verbo que les encanta a los ingleses). Iggy Pop decía que su amistad con Bowie había sido la luz de su vida: “Nunca conocí a una persona tan brillante”. Aunque las palabras que se quedaron danzando en mi cabeza fueron las de su productor Tony Visconti: “Su muerte no fue distinta a su vida: una obra de arte.” Más tarde, escuchando su último disco “Blackstar” y viendo sus dos videos lo pude entender.
Como si de un acto publicitario se tratara, su álbum Blackstar fue publicado el pasado viernes 8 de enero, día en que cumplía 69, un autorregalo que había decidido darse hacía meses según explicaron en el programa radial. El domingo 11 Bowie moría en New York, evitando así, por dos días, que el disco fuera póstumo.
Esta determinación del artista me recordó, por su halo místico, a las historias que a todos nos han contado en las que los desahuciados no morían hasta que el último de sus hijos volvía a casa. Lo veían entrar y por fin se dejaban ir tranquilos.
El locutor de Radio 4 explica que, según la comunicación de la familia de Bowie publicada en su página de Facebook, éste había luchado contra el cáncer durante 18 meses. Y luego, al analizar la forma de como dio sus últimos pasos, veo mucha poética: La muerte la tenía anunciada, de manera que por esos azares humanos donde cada quien tiene su propio tipo de final, tuvo tiempo para planear, rumiar y dejar salir ese último suspiro de creación y hacerlo una despedida. Un grande.
La vida, la enfermedad, la muerte y el paraíso son el hilo narrativo de Blackstar. Usó su propia experiencia vital como espejo para hacer su arte: La cama del video “Lazarus” tan parecida a las camas tristes que son hechas para morir. Esa habitación decadente y un Bowie que trata de escribir en medio del terror y la locura. Por momentos parece irse, levitar; pero vuelve, toma fuerzas dentro de ese cuerpo de piel frágil y lo hace para dar su último golpe. El video finaliza con él entrando en un closet de madera, ¿un ataúd quizás? Un closet como lugar simbólico para dejarlo guardado en un espacio que no tiene tiempo.
Un hombre se sienta a mi lado, también está conectado a su celular. ¿Estará escuchando canciones de Bowie? “I’m not a pop star,”canta Bowie una y otra vez. “I’m a blackstar, I’m a blackstar”. Esas palabras resuenan como una marea incesante por mis auriculares. Una canción con melodías que suenan religiosas, una letra escrita en clave que tiene dos registros diferentes; una historia que acaba para dar paso a otra. ¿Será que Bowie fantaseaba con el paraíso?
Poco a poco veo cómo amanece en el centro de Londres, las aceras de Regent Street están vacías pero los almacenes están completamente iluminados. Mi parada se acerca, cambio de una emisora a otra y escucho homenajes y palabras llenas de amor hacia Bowie que inundan las frecuencias radiales inglesas.
Encuentro una reemisión de una entrevista que le hicieron a Bowie en 2002. En ella reflexiona acerca de que trabajar los miedos en las canciones era algo que no siempre disfrutaba. “Hay ocasiones en las que yo realmente no quiero hacerlo, pero tengo la necesidad física de hacerlo… las palabras empiezan a aparecer, no se de dónde, y yo no tengo el control,” dice al reportero de Radio 4 John Wilson.
¿Será que su ultimo trabajo lo hizo bajo el influjo de esta sensación?
Me bajo del bus junto a la National Gallery, tengo que caminar unos cuantos minutos para llegar a mi destino. La entrevista continúa. Bowie habla de la vejez, está empezando a ser consciente de que la vida es finita. Percibo melancolía en lo que dice. Se le entrecorta la voz al asegurar que la vida misma es la única finalidad.
“La vida esta pasando frente a mí, fuera de mí… El hueco de los años que se han ido es mas fuerte que la soledad.” Luego hay un silencio en los auriculares que hace eco en mí también. Tengo que sentarme en un murito en medio de un frío indescriptible para entender el sentido de lo que acabo de escuchar. Los locutores tampoco saben reaccionar rápidamente a las verdades que el artista nos acaba de escupir en la cara. La vida es una cosa finita.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que el cielo se ha puesto rosado por el amanecer. Los locutores despiertan, dicen cualquier cosa, una de esas frases que sirven para disipar la información que necesita tiempo para ser comprendida.
Sigo mi camino con la sensación de que tengo que aprender algo nuevo de todo lo que he escuchado. Necesito ver los videos con atención y entender las letras de las últimas canciones de Bowie para desencriptar ese algo que aún no he descubierto. Apago el radio y los sonidos de la ciudad me traen de nuevo a la realidad.
Sin embargo, las últimas melodías de Bowie suenan de fondo en mí, como una epifanía dramática a la luz de que este músico desafió la muerte creando arte gracias a ella.
Todo es confuso pero poco a poco va teniendo sentido.