El Magazín

Publicado el elmagazin

La rosa y el poema

...Not so dark now..., Flickr, Gabriel Rocha
...Not so dark now..., Flickr, Gabriel Rocha

Andrés Felipe Sanabria*

El poeta prendió un fósforo, y vio la poca luz que sus manos guardaban. Sintió que estaba en una novena, cuando la poca luz que se ve es la que tienen las velas, y las estrellas. Puso el fósforo en la vela y empezó a escribir en la pared. A los diez años en el Jardín Botánico, al pasar frente a unas rosas, sintió un pálpito en el corazón. Quería describirlas, como las reinas que eran de ese lugar. Pero no tenía un papel ni un esfero. Entonces esperó hasta llegar a su casa. Se tiró en su cama y escribió unos versos. Tuvo la sensación de estar al lado de las rosas que vio y que ese momento era eterno mientras lo sentía. Desde ese día no dejaría de escribir. Malas notas en el colegio, y muchas niñas fue lo que vio pasar su Mamá delante de su casa desde entonces, y después en la universidad, alcohol, más mujeres, y días en que su hijo se la pasaba encerrado leyendo y escribiendo. “Mi mamá fue una gran mujer” pensó el poeta. Tenía un gorro de lana, un buso negro, una chaqueta verde, y un pantalón negro. No se había afeitado en cuatro meses. Ya estaba debajo de la muerte. Recordaba el primer verso que escribió esa tarde del Jardín Botánico “La rosa es el suelo del Jardín. Ella es un cielo y un infierno. Nadie se salva de ambos”. Cuando dejó la universidad, su Mamá estuvo una semana encerrada en su cuarto, y su Papá tampoco habló en ocho días. Ese día el  poeta se encerró en su cuarto, y recordó la primera vez que había hecho el amor, y se dio cuenta que fue como la tarde en el Jardín. Pamela tenía el cabello castaño hasta el cuello, la piel blanca, y los ojos cafés claros.

Ella vio como el poeta se acercaba y le daba un beso en la mejilla, después en la pantorrilla, y sintió como si fuera la pista de aterrizaje de un avión 747 que iba a aterrizar en ella, y después parar, dejando la sensación de que ella había sido la bola disparada por un futbolista e instantáneamente agarrada por el arquero. Para él fue como si las estrellas hubieran caído en la tierra sin tocar el suelo.

“Pamela” pensó el poeta. Y seguía escribiendo sobre la pared. Hacía unos años que había perdido el empleo. Había publicado dos libros que pasaron como un ventarrón sin que nadie los notara. Desde ahí se propuso solo escribir en la pared, porque no tenía como comprar un esfero y un papel. Dormía en el día. Las velas y los fósforos, y el único esfero que tenía se los llevaba un niño que lo admiraba, y decía que él también iba a ser poeta. Era el único que leía los versos de la pared, y se quedaba horas leyéndolos. Pero el poeta moría por la misma vida que la poesía le había dado, y era la única que llevaba en su corazón. Cuando terminó su segundo libro, pensó que terminaba el primero que había empezado cuando escribió su primer verso, y que habría un cuarto. Pero cuando la crítica lo empezó a atacar por lo innovador de sus versos, de que sus versos no atrapaban las rosas, sino la ropa colgada, dejó de escribir y se volvió mensajero. Terminó con Pamela, y no volvió a estar con una mujer hasta un día antes de su muerte.

Esa noche no iba a escribir, iría a recordar el palpito que tuvo en la infancia en el Jardín, pero no escribiéndole a una rosa, sino yendo donde una puta. La encontró con sus medias largas y su pelo teñido de mono, y toda vestida de blanco. La llevó a una residencia, y al escalar la montaña no sintió el pálpito en el corazón, sino las últimas palabras que quería escribir. Salió de la residencia, dejando el poco dinero que tenía al lado de la mujer. Llegó a su cuarto, escribió los versos que tenía casi en las puntas de los dedos en la última parte de la pared sin escribir.

Al otro día el niño golpeó en el cuarto, pero nadie abría. Sentía un silencio, que él, siendo más grande, experimentaría también, y empujó la puerta, y encontró al poeta acostado de lado, con una rosa en la mano. Sintió un pálpito, y corrió a escribir un verso. 

——————————————————————————————–
(*) Colaborador.

Comentarios