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La poesía de otras fronteras

Poesía

 

Juan David Torres Duarte

Dice Jaime Jaramillo Escobar, poeta, crítico literario: poeta no es quien escribe versos, sino quien tiene la revelación. De allí que la poesía no sea una mera composición en versos con ciertos espacios, determinada por una métrica precisa, que condensa su forma y le da incluso un sentido histórico. La poesía es un pensamiento, y un pensamiento puede producirse en cualquier parte. Con esa afirmación, Jaramillo pone el centro de la poesía en otro lugar: en su carne, en la idea de fondo. La forma viene dada más por una técnica, por supuesto. Pero la técnica es sólo eso: técnica. «El arte no es producto de la técnica. Esta es solo procedimiento», dice el autor. Un poema viene de cualquier parte y puede llegar a cualquier parte. Un texto, cualquiera que sea, tiene esa capacidad de sobrepasar el límite político y convertirse en un modo del universo: las palabras y las formas concentran una experiencia y la exponen. El método y el material suelen ser azarosos.

Quizá por eso el 24° Festival Internacional de Poesía de Medellín se abrió este año a la poesía de los pueblos originarios, que Occidente suele ver como sociedades «en proceso de desarrollo» y del mismo modo juzgan su arte. Bajo ese fundamento, es el arte de Occidente (su pintura, sus poetas, sus novelistas) el que marca el progreso del arte. Pero el fundamento es falaz en varios sentidos. Estanislao Zuleta, filósofo, fallecido en Cali pero nacido en Medellín, solía decir que el concepto de progreso que tan bien cabía en la industria tecnológica era imposible de extender al arte. ¿Por qué? La respuesta es simple: el arte no es un proceso lineal ni va aumentando su calidad gradualmente con respecto a la época en que se encuentre. Nadie podría decir que cualquier pintor actual es mejor que Picasso, ni que la obra del español era mucho más acertada que las máscaras africanas en que basó buena parte de sus fundamentos cubistas y le permitieron crear Las señoritas de Avignon. Cada época entrega su arte bajo sus concepciones propias. El arte occidental no es más «desarrollado»; tiene un reconocimiento mayor, atado en parte a la historia política del planeta, pero no por eso está por encima de expresiones más autóctonas.

Los temas, claro, cambian. Las intenciones permanecen. Varios escritores han dicho ya que hay que ser muy local para ser muy universal. En el detalle se encuentra la totalidad. Una prueba de esa afirmación son las novelas de Dostoievski y los aforismos de Cioran: contienen en la localidad y el fragmento el universo abismal de los hombres. La poesía de las sociedades indígenas suelen estar basadas en el mito, en el encuentro con las sociedades más «desarrolladas» y también en sus propias experiencias con la violencia y la transformación de su naturaleza. El amor y el odio, temas tan esenciales en la literatura de Occidente, suelen ser retomados aquí con otro tono, con un lenguaje por completo diferente. La poesía provee una perspectiva y a través de esa perspectiva se lanza a agarrar el mundo por donde pueda: escribir poesía es en sí mismo un acto contra el progreso.

Bajo esa perspectiva, el festival pretende darle un espacio a la poesía de pueblos y comunidades de América Latina y África. Uno de los poetas invitados, Hilario Chacín, venezolano y miembro de la nación Wayuu, escribe esto en El inmortal Colón:

¡Cristóbal Colon volvió!, ¡levántense mis hijos!

Hay fusiles y cañones en la enramada

Volvieron las pólvoras de los genocidas,

Ya no andan en embarcaciones de vela,

Ni en caballos, su periplo ya no es por el mar,

Están vestidos de verdes y con fusiles en mano,

Fal, metralletas y tiunas nos husmean,

Nos quieren despojarnos de nuestras sementeras

Sedientos e inicuos, desmesurados y opresivos

¡Levantaos mis hijos! Se acerca el trance.

Están la guerra, la colonización y la opresión en estos poemas. Está también, en otros, la naturaleza, siempre puesta como la madre, la esencia primera de la vida y tema eludido en la poesía más común: la naturaleza suele ser un fondo, o un medio para la metáfora, se la ve cada tanto en un terceto, pero no es el tema central. La adoración a la tierra y a sus componentes hace parte de la poesía más arraigada a su comunidad, a su círculo. Aunque existen excepciones. Horacio Benavides, caucano, ganador del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura e invitado al festival, también ha dedicado parte de su trabajo a una observación poética de la naturaleza. Así en El cerdo:

El cerdo entra en el poema

como una ofensa

pero nadie sabe

que el cerdo también reza

Al final del verano

cuando las golondrinas

arrastran el paracaídas

de la lluvia

el cerdo sale de sí:

da vueltas salta grita

aplaude el universo

Esta poesía tiene su centro en las imágenes más cotidianas, las más cercanas y obvias, que son siempre las más difíciles de comprender. Y si están la naturaleza y los animales, también están los hombres y sus obsesiones, dolores y pérdidas. La poesía que sobrepasa las fronteras de lo clásico (del occidentalismo más recio) es más que una mera expresión de la mitología o de cierta épica. El poeta Víctor Apüshana, nacido en La Guajira, recuerda en su trabajo a los palabreros que suelen resolver los problemas de su comunidad y son jueces de los hombres. Esto escribe en Walatshi:

Mi tío Walatshi ha llegado de donde estaba.

Trajo, en silencio, un antiguo problema de hombres.

Le oímos resollar la ofensa… y nos observa la vida.

Su bastón de mando le ordena dibujar en la tierra.

No habrá pleito:

sus años han encontrado el oculto reposo del dolor.

Y en Pastores apunta de nuevo al modo en que la naturaleza ha definido a los hombres. ¿Un pensamiento primitivo? No, un pensamiento real, actual y verídico: el hombre no ha podido despegarse de la tierra y todavía en ella se encuentran las metáforas más acertadas para definir su propia condición.

Somos pastores

Somos los hombres que viven en el mundo de las sendas.

Nosotros, también, apacentamos,

También regresamos a un redil… y nos amamantan.

Y somos leche del sueño, carne de la fiesta… sangre del adiós.

Aquí, en nuestro entorno,

la vida nos pastorea.

Fredy Chikangana, también invitado al festival, nacido en 1964 y miembro de la comunidad Yanacona del Cauca, versa sobre temas muy similares en un tono que no deja de tener cierta elevación:

Es como si estuviéramos solos…

en la hierba está la sangre que tantas veces le canto a la vida

está el respiro profundo de la flor silenciada

está la piedra inmóvil y un llanto bajo la luna

están los largos caminos y las predicciones de la hormiga roja

están los cantos del grillo tras la miseria humana y

el mismo pájaro con su triste tonada del anochecer

Es decir… a fin de cuentas, no estamos solos…

está la flor que retorna a la tierra, los cantos del amanecer,

la memoria de la piedra, la semilla, el ejemplo de la hormiga y los colores de la madre tierra

están tus ojos, mis ojos, nuestros ojos

nuestras manos trenzadas contra la muerte y la oscuridad.

Hay también un grado de encono en esta poesía: aquí sí parece cumplirse el mandato de que la poesía es rebeldía. El arte es utilizado como una herramienta de golpe y contragolpe, contra la historia y contra el dolor, contra el daño a los ancestros y contra la muerte. La poesía es un aquí un rito, como era en principio. Al parecer, y por fortuna, la poesía no se ha movido un ápice de su esencia.

Encuentre toda la programación del 24° Festival Internacional de Poesía en  www.festivaldepoesiademedellin.org y conozca los perfiles y la obra de los poetas invitados en poesiamedellin.tumblr.com.

Foto: «El poeta eres tú, quien lee». Flickr / mariarita.g

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