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La no real, la mujer sin representación

cuerpo
 
 
Laura Catalina Sanabria Rangel
@lsanabriar
 
Desde siempre la mujer ha estado ahí, o al menos eso dicen. Y alrededor de ella existen representaciones, o imágenes mentales, que la hacen parecer una. Una única, estándar y básica mujer a la que todas las que van llegando han tenido que acogerse. Hecha de discursos y poder.
 
Me explico. Hace no mucho, escuchaba hablar a mi tía y a mi abuela sobre las famosas‘mujeres de ahora’; “ésas que perdieron todo tipo de valores morales y no piensan en nada más sino en cosas mundanas”. Supuse que hablaban de sexo. La charla se remontó a la mujer ‘correcta’ y mi tía recalcó la importancia de llegar pura al matrimonio, virgen, y no como ahora “manoseadas por todos”. Yo, como supongo que muchos de ustedes, he vivido en una familia católica, y ya no se me hacen extrañas este tipo de conversaciones, pero a diferencia de otras ocasiones esta vez intervine.
Me cuestionaba acerca de si el Dios del cielo, algunas veces de nadie, no debería medirnos a todos por igual. Ahí fue cuando les pregunté si sus maridos habían llegado, al igual que ellas, castos al matrimonio. Abrieron los ojos y mi abuela respondió: “Muy boba uno pensar que eso va a pasar. Antes es mejor que lleguen experimentaditos”. Por un tiempo no supe qué pensar.
Yo no soy feminista, ni pretendo serlo, pero es en este punto en el que creo firmemente que al Dios que hicieron lo hicieron machista, igual que todos los hombres y mujeres de esos tiempos. Así se pasó del hábito a la tradición y toda mujer, a diferencia del hombre que es más ‘varón’ mientras más mujeres estén con él, es catalogada como ‘puta’por hacer uso libre de su sexualidad.
‘La puta’, a la que ven pasar mi abuela y mi tía y se persignan. A la que muchas de nosotras – mujeres – hemos criticado. Hecha de nuevos símbolos, es cuestión de solo escuchar un reggaetón o ver las miles de vallas o comerciales que se nos presentan todos los días a través de los medios de comunicación para entender que está ahí, que nada se puede hacer.
Pero las sociedades aún parecen no entender que deben existir unos mínimos, y a‘la cualquiera’ se le ataca por medio de una conciencia global omnipresente y símbolos físicos ya establecidos. Como la Virgen María pura y santa que ascendió a los cielos y envía a ‘la puta’ al infierno, mientras el verdadero demonio es el discurso intolerante que omite dos artículos fundamentales de la Constitución del 91:

Artículo 16.Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad
sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico.
Artículo 18.Se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de
sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su
conciencia.
 
Yo entiendo a mi tía y a mi abuela, pero no a la mujer de ahora intolerante que no es capaz de compartir con su compañera que, siendo o no responsable (otro aspecto que no voy a tocar), se viste o hace uso de su sexualidad de una manera libre y autónoma.
Quizá es tiempo de empezar a creer en esa mujer sin representación, que está en la ficción, la que no tiene discurso, la que quiere ser lesbiana y madre; independiente sin ser tildada de solterona; promiscua y respetada; casada y feminista.
Intentar que cada mujer se pierda para que se encuentre como lo que quiere ser, teniendo a la tolerancia de base, hará tangible la libertad individual que desde el 91 se supone que tenemos. De pronto muchas, después de tanto tiempo, solo quieran ser ‘la puta’ que esta sociedad, que sí es bien ‘puta’, no las ha dejado ser.

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