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La muerte de Steve Jobs en tiempos de cartones y cartulinas

Steve Jobs Action Figure, Flickr, Sip Khoon Tan
Steve Jobs Action Figure, Flickr, Sip Khoon Tan

Guillermo E. Arismendy Díaz (*)

Lo que no se entiende aún:

Es probable que muy pocos en el planeta hayan leído las entrelineas que todo el fenómeno Jobs contiene para la presente y las futuras generaciones.

El asunto de la vida y la muerte de Steve Jobs no importa a muchos más que por el temita de la manzana de Apple, que, a no dudarlo, entraña un extraordinario simbolismo de tragedia y fortuna para la humanidad.

Por causa de una manzana, cuenta el antiguo testamento que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso… a partir de entonces, la historia suya es la historia de la humanidad.  Ahí la  manzana también supone el punto de encuentro y a la vez, de ruptura, entre el mito y la realidad, entre lo que carece de mácula y lo que, por esa curiosa presencia frugal, supone el camino de la temporalidad  humana.

Otro acontecimiento feliz, asociado a la manzana, referenciado en la historia de la ciencia, real o imaginario, da cuenta de que Isaac Newton comentó a su biógrafo William Stukeley, que dedujo la Ley de gravitación universal después del incidente con una manzana que le golpeó en la cabeza mientras estaba bajo el manzano de su huerto. De otro lado, las actitudes de Jobs frente a la vida y  frente a la muerte constituyen un bálsamo para los millones de vidas planas, dedicadas a crecer, engordar y morir… como repollos.

Es probable que Steve Jobs no sea recordado más que como un innovador incomparable de tecnologías que cambiaron para siempre la vida del planeta. Algo parecido a lo que el genio de Da Vinci legó a la humanidad hace cosa de cinco  siglos, con una diferencia vital. Muchas de las ideas del genio italiano tardaron siglos en poder ser puestas en práctica.

Tan visionario como el de Da Vinci, el cerebro prodigioso de Jobs no hizo más que unir los conocimientos recogidos en cada momento trágico o feliz de su existencia para condensar ideas  que hoy son herramienta imprescindible para el bienestar de la humanidad. Jobs constituye la punta de lanza de la que, desde ahora, puede denominarse la emergencia de la cibercultura. Un cambio en el rumbo de la humanidad, determinado por los ordenadores.

En el otoño de 2005, el cofundador de Apple fue invitado como orador central  a la ceremonia de graduación  de la universidad de Stanford EE UU.   Tres de sus muchas historias, contadas en esa ocasión, dan cuenta de su visceral resistencia a la imposición programática de sus mayores y su decisión de dar prioridad a sus reflexiones y búsquedas, a las que sometía su razón y sus sentimientos.

Razón e intuición. No razón o intuición

Si Jobs hubiera atendido solo a las voces de su razón, es muy probable que hoy fuera un funcionarillo a punto de jubilarse, con algunos beneficios laborales y  algunas ventajas económicas, nada más. Si, en cambio, hubiera privilegiado sus sentimientos, su simple intuición  marcadamente  haragana, a lo mejor no hubiera pasado su vida más que como un hombrecillo liviano y díscolo o como un simple justificador de existencia, arrebañado en una empresa o en una oficina pública, esperando cada día, la hora de salir; y cada fin de mes, el día de los pagos.

Sin embargo, la insuficiencia de la intuición y la precariedad flaca de la razón,  pusieron a Jobs frente al desafío existencial de unir sentimiento y razón, racionalidad e intuición. Esa y no otra fue la clave de la ruptura que en la modernidad plana y unidireccional del conocimiento enfrentó a Jobs a sus propias búsquedas.

Su desafío consistió en identificar la inadecuación  del saber, fragmentado en elementos compartimentados e insularizados, y la insuficiencia de un modelo de conocimiento lineal y descontextualizado del entorno. Las palabras reveladoras de su discurso en la Universidad de Stanford, debieran ser recogidas por todos los intelectuales del mundo. El gran Jobs, tuvo el descaro de aplicarse a aprender caligrafía en un mundo dominado ya por la tecnología. Tuvo la osadía de consagrarse al deleite de la belleza de un tipo de saber respecto del cual, como él mismo anotaba, “no tenía ni la más minima esperanza de aplicación práctica…”en su vida. Pero, como él mismo anotaba:

No obstante, diez años mas tarde, cuando estaba diseñando la primera computadora Macintosh, todo tuvo sentido para mí. Y diseñamos el Macintosh, con eso en su esencia. Fue la primera computadora con una bella tipografía. Si nunca hubiera asistido a ese único curso en la universidad, la Mac nunca habría tenido múltiples tipografías o fuentes con espacio proporcional. Y como Windows no hizo más que copiar el Mac, es probable que ninguna computadora personal los tuviera ahora.

Si nunca me hubiera retirado, no habría asistido a esa clase de caligrafía, y las computadoras personales no tendrían  la maravillosa tipografía que tienen.”

Steve Jobs le ha mostrado al mundo, con tono de denuncia, que el modelo educativo y los métodos del saber, están dedicados a formar espíritus acumuladores de información. Pero, como decía Montaigne, mejor que una cabeza bien llena, es una cabeza bien hecha. La capacidad asombrosa de Jobs para reorganizar en su cerebro la formación y la información recibida en la cotidianidad de su accidentada existencia o en la monotonía de las aulas escolares y universitarias, es lo que explica que la suya, es la dirección que debiera regir cualquier modelo educativo o pedagógico en la era actual. El mundo contemporáneo reclama a gritos, mentes capaces de religar, de unir, de tejer conocimientos.

Su manera de tejer los más disímiles saberes, tan aparentemente diversos y  fragmentados, terminaron por facilitar a la humanidad, una herramienta incomparable de transformación y cambio. Así lo refirió en su discurso de Stanford: “Por supuesto era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro  cuando estaba en la universidad. Pero fue muy, muy claro mirar atrás…años mas tarde. Reitero (insistía): no pueden conectar los puntos mirando hacia el futuro; solamente pueden conectarlos mirando hacia el pasado.  Por lo tanto, tienen que confiar en que los puntos se conectarán de alguna manera en el futuro”.

La tragedia del conocimiento en la actualidad radica en la segmentación, en la fragmentación de los saberes. Por ejemplo, un médico no puede conocer el cuerpo humano, más que descuartizándolo, conociéndolo por partes, híper conociéndolo por órganos.  Un abogado no sabe más que un lado del derecho, un ingeniero no sabe más que una parte de su disciplina. Igual ocurre en todas las disciplinas del saber. El individuo contemporáneo es especialista en ignorancias. Adquiere conocimientos fragmentados de algo, pero desconoce el modo en que esa parte, se imbrica con el resto de saberes, con las demás disciplinas que hoy, han sido escindidas como exactas y humanistas, para reconocerle un mejor linaje a las primeras que a las segundas, como si unas y otras no participaran de parecidos ámbitos de incertidumbre y de idénticas pretensiones de certeza. Sigue vigente la máxima expresada por Pascal: Es preciso saber todo de algo, del mismo modo que se requiere saber algo de todo. Ese es el desafío de la modernidad. Tal fue el desafío de Steve Jobs.

Tan prodigiosa fue  su visión de la vida, que de cada acontecimiento cotidiano hizo un eslabón de conocimiento útil y aplicable. Todo, todo a su paso lo recogió como aprendizaje: la tragedia de su nacimiento, la banalidad de su infancia, la superficialidad de su ingreso a la universidad, seguido de su temprana deserción, el conocimiento de las tipografías serif y san serif, la fundación de Apple en un garaje, el despido de su propia compañía, la tragedia del cáncer que terminó con su vida, su relación de pareja, el abandono de la universidad, el desapego de la vida. Cada vivencia como cantera de conocimiento, como insumo de saber.

Como ninguno otro, Jobs hizo de cada uno de los acontecimientos de su vida y de su muerte, un entramado de conocimientos que permiten sin exageración afirmar que, después de Da Vinci, puede el suyo ser el cerebro más adelantado de la humanidad.

Su asombrosa capacidad de contextualización o, si se prefiere, de complejización, lo llevó, incluso, a reflexionar desde la vida en la muerte, con una belleza tal, que estruja el corazón hasta las lágrimas. La tercera de las historias contadas por el genio de Apple a los estudiantes de Stanford, guarda una relación íntima con su conciencia de la muerte y la urdimbre que hace para su creatividad feliz con una simple cita leída en plena adolescencia, relatada por él mismo de esta manera:

 “Cuando tenía 17 años leí una cita que decía algo parecido a “si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día hagas lo correcto”.”

Ese acontecimiento, en apariencia insignificante, le sirvió para advertirles a los estudiantes de Stanford y a los estudiantes de todo mundo que “nadie quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para ir allá. La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser, porque la muerte es muy probable que sea la mejor invención de la vida. Es el agente da cambio de la vida. Elimina lo viejo para  dejar paso a lo nuevo.

Ahora mismo, ustedes son lo nuevo, pero algún día, no muy lejano, gradualmente ustedes serán viejos y serán eliminados. Lamento ser tan trágico pero es muy cierto. Su tiempo tiene límite, así que no lo pierdan viviendo la vida de otra persona. No se dejen atrapar por dogmas, -es decir, vivir con los resultados del pensamiento de otras personas. No permitan que el ruido de las opiniones ajenas silencie su propia voz interior. Y más importante todavía: tengan el valor de seguir su corazón y su intuición, de que alguna manera ya saben lo que realmente quieren llegar a ser. Todo lo demás es secundario.”

Esta reflexión de inmensa hondura, hace pensar en las palabras de Edgar Morin para quien la vida y la muerte se imbrican en una suerte de bucle recursivo de tal manera que la muerte contiene la vida del mismo modo que la vida contiene la muerte. Se muere de vida y se vive de muerte.

 Ironías del destino

Steve Jobs  no fue a la universidad más que a aprender algo de caligrafía y algunas nociones acerca del oficio tipográfico. Sin sus conocimientos y aplicaciones, el mundo no sería lo que es hoy, sin embargo, en un país como Colombia, Jobs no podría aspirar  a ser ni oficinista porque no tuvo el cuidado de hacerse a un cartón.

La mentalidad cartonera, la intelectualidad de tugurio, no resiste a los Steve Jobs que abundan por el planeta, invisibilizados por las mediocracias occidentales que detestan a los que no pueden igualar. Que se esfuerzan cada día por igualarlos o estandarizarlos con requisitos de ingresos, condiciones de acceso a tantos empleos públicos y privados, en la gran logia mediocrática de la nación. Todo este estado de cosas es lo que ha hecho que la mediocridad, se haya vuelto más contagiosa que el talento.

El modelo de intelectualidad cartonera que hoy sufre Occidente ha terminado por sentenciar que solo son capaces  quienes se han atiborrado la cabeza de cartones. Apestan los ejércitos de presumidos doctores ignorantes. Por eso el mundo está plagado de doctores ignorantes que a menudo uno se encuentra en las oficinas, recibiendo clases de escribientes, mensajeros o recepcionistas.

Es la lección que deja la vida y la muerte de Steve Jobs.

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(*) Colaborador. Docente Universitario.

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