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La insoportable levedad de la política

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Este artículo fue publicado en la edición impresa de El Magazín del 21 de Marzo de 2011

EN EL LIBRO ‘ALGO VA MAL’, el historiador Tony Judt echa una mirada al estilo egoísta de la vida contemporánea. “¿Por qué nos resulta tan difícil siquiera imaginar otro tipo de sociedad?”, se pregunta.

Angélica Gallón Salazar (*)

“Hay muchas cosas de qué indignarse”, dice tajante en su libro Algo va mal el historiador Tony Judt, fallecido el año pasado a sus 63 años. Un libro que este asistente infaltable de las páginas de The New York Time Books Review no alcanzó a ver publicado.

Judt reclama indignación. La suya, hecha libro, es contenida pero efectiva. Doscientas veinte páginas bastan para lanzar un grito que tras dejarse libre, tras dejarse penetrar por las quietas estructuras de la cabeza no deja de retumbar por días. Su libro es como un disparo. Como una sacudida que cuestiona a una sociedad que pasmosa y dormida es incapaz de pilotar el barco que va a estrellarse inminentemente contra un iceberg, cuya inmensidad viene viendo por más de tres décadas. “¿Por qué nos resulta tan difícil siquiera imaginar otro tipo de sociedad? ¿Qué nos impide concebir una forma distinta de organizarnos que nos beneficie mutuamente? ¿Cómo podemos enmendar el haber educado a una generación obsesionada con la búsqueda de riqueza e indiferente a tantas otras cosas?”, son algunas de las preguntas que lanza este inglés que se desempeñó como profesor de Cambrige, Oxford, Berkeley y Nueva York.

“Las cosas no siempre fueron así”, dice desgarrador Judt. Desgarrador porque su simple afirmación pone en evidencia que quizás eso hace mucho tiempo que no lo oíamos. Hace algunas generaciones que nadie lo cuenta. En su libro, el inglés, el judío que militó en la Guerra de los Seis Días en Israel y que luego dejó de creer en el movimiento sionista, se aventura a demostrar cómo gran parte de lo que hoy nos parece natural data de la década de 1980.

No siempre hubo obsesión por acumular riqueza, no siempre la riqueza fue una celebridad que minaba la moral y legitimaba la corrupción. No siempre hubo un culto a la privatización y las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Judt quiere ofrecer al menos una conciencia histórica de las razones que nos han llevado a vivir como vivimos. “Quizá podríamos empezar recordándonos a nosotros mismos y a nuestros hijos que no siempre fue así. Pensar economísticamente, como llevamos haciendo treinta años, no es algo intrínseco a los seres humanos”.

Con las trampas propias de mirar atrás y ver el pasado como “ese mundo ideal que se ha perdido”, Judt se devuelve en el tiempo para darle una mirada al período entre 1945 y 1975, la época de la posguerra y sus años siguientes, en donde los “conservadores inteligentes”, como muchos “democratacristianos”, presentaron poca objeción al control de los puestos de mando de la economía por parte del Estado y a la tributación fuertemente progresiva.

“Este período se considera en general como una suerte de milagro que dio lugar al modo de vida americano. Dos generaciones de estadounidenses experimentaron seguridad en el empleo, movilidad social ascendente a una escala sin precedentes”, recuerda Judt. “El mercado seguía ocupando su lugar, el Estado desempeñaba un papel central en la vida de los ciudadanos y los servicios sociales tenían la prioridad sobre los demás gastos gubernamentales”. Trae luego a colación la cita del politólogo Ralf Dahrendorf: “El consenso socialdemócrata significa el mayor progreso que la historia ha visto hasta el momento. Nunca habían tenido tantas personas tantas oportunidades vitales”.

En Algo va mal queda de manifiesto que la generación de los sesenta, pese a sus grandes ideales, destruyó el liberalismo con sus excesos. El interés de todos fue cambiado y pregonado por las necesidades y los derechos de cada uno. Se debilitó para siempre el sentido de propósito común y el gobierno dejó de ser la solución para convertirse en el problema.

De ese mercado desregulado, de ese olvido de la política, del reemplazo de los discursos filosóficos y políticos por los económicos, aparece un mundo que parece insostenible. “Necesitamos personas que hagan una virtud de oponerse a la opinión mayoritaria. Una democracia de consenso permanente no será una democracia durante mucho tiempo”, dice Judt, para luego lanzar otra bofetada: “Hasta los intelectuales han doblado las rodillas. La guerra de Irak vio cómo todos abandonaban toda apariencia de pensamiento independiente y se alineaban con el gobierno”.

Finalmente, el maestro que habitó siempre el espíritu de Tony Judt lo desborda y lo hace hablar, como si saliera a la plaza pública para renegar contra la apatía y hacer un llamado de atención a sus jóvenes alumnos. A sus lectores. “La vertiginosa pérdida de apoyo de Obama… ha contribuido más a la desafección de la nueva generación. Será fácil retirarse en un hastío escéptico ante la incompetencia de aquellos que actualmente tienen encomendado gobernarnos. Pero las repúblicas y las democracias sólo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos. Si los ciudadanos activos o preocupados renuncian a la política están abandonando su sociedad a funcionarios más mediocres y banales”.

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(*) Periodista de El Espectador.

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