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La escuela de fútbol

 

El Caminante
El Caminante

 

Fernando Araújo Vélez *

Su primera vez en el fútbol fue un desastre, pero él no se atrevió a decirle nada a su madre, que lo había matriculado en la escuela de un glorioso ex jugador porque las amigas le habían dicho que el niño debía hacer deporte. «Socializar, jugar, tomar el sol, sudar, Gloria, que sude y salga de las sombras», le dijeron. Ella invetigó, evaluó y decidió. «Felipe te gustaría entrar a un equipo de fítbol?», le preguntó una tarde. Él, casi indiferente, le respondió que sí, que lo que ella decidiera estaba bien.

A la mañana siguiente se vistió de futbolista. Miró por encima la imagen de un jugador de la sección de deportes del periódico, se miró en un espejo y dio unos pequeños saltos por su habitación antes de que el bus de la escuela llegar a recogerlo. Estaba nervioso. Cargaba con una ansiedad que hasta entonces no había conocido. Saludó. Hola. Se sentó en el primer puesto desocupado. Observó a sus nuevos compañeros de vida. Con algunos años de menos, se parecían al de la foto del diario. Media hora más tarde saltó a la cancha. Obedeció cad auna de las órdenes del señor que con un pito en la mano organizaba el partido, y el partido se inició, su debut.

La pelota le llegó de repente en un espacio neutro. Él se lanzó como un gato encima de ella y la tomó con las manos. Un árbitro sancionó falta. Fue tiro libre en contra y fue gol. Dos minutos depués lo sacaron de la cancha, nunca más jugó. Su tiempo lo dedicó a imaginar historias fantásticas de fútbol para contarle a su madre.

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online. Tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos del periódico El Espectador.

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