Juan Carlos Gómez Becerra (*)
La niña de cabello rojo que pasa despeinada y sin zapatos todos los días a las cinco de la tarde por el puente de Provenza se puede convertir en la protagonista de una buena narración de no ficción. Lo mismo hay que decir de la anciana que vende minutos a celular en Cabecera; de la bruja de la Cumbre que le dio a un reciclador el número del chance con el que éste se hizo millonario o del adolescente del Norte que se volvió loco después de soportar un mal viaje con LSD.
Creo que todo el tiempo estamos rodeados de historias increíbles. La ciudad ofrece un escenario brutal en el que se desenvuelven los episodios más extraños y más trágicos y a veces incluso es complicado distinguir entre ficción y realidad. Una cosa interesante es escuchar a una persona que acaba de presenciar un accidente. Pocas veces esa persona se siente limitada al hablar, por el contrario, fluye en ellos una fuerza narrativa increible, de hecho algunos usan metáforas para describir el escenario. Mucho más interesante es cuando hay varios testigos del incidente, porque cada uno tiene una versión diferente de los hechos.
Muchas veces está uno esperando el bus cuando pasa lo inesperado. Pocas veces pasa primero el bus, casi siempre pasa algo antes: una pareja de novios se agarra a golpes o llega la Policía y se lleva preso al tipo que estuvo a nuestro lado con cara de yonofui. ¿Quién era ese tipo? ¿Quiénes sus amigos? ¿A quién mató? Al interactuar con la realidad encontramos que la vida es como una colcha de retazos o una red de historias que se entrelazan entre ellas y que construyen, en conjunto, la realidad.
En medio de la realidad, uno tiene su propia versión de los hechos. En esas palabras, cada quien tiene una versión de la realidad. Ese es uno de los aspectos interesantes en la narración de historias de no ficción: el narrador tiene el poder de contar la historia como él quiera. Él no pretende una mirada global de la vida y del mundo, él no quiere lograr la paz; al narrador de no ficción no le interesa descifrar un crimen, él solo quiere contarlo.
Basta interactuar con la realidad para sentir que somos parte de una historia que aún no se ha contado. Algunas veces nos movemos con ese mundo narrrativo donde parece no haber casualidades; otras, solo somos un espectador y es cuando se nos ofrece la oportunidad de transformar un episodio habitual en una gran historia. Tanto en las grades ciudades como en los pueblos más pequeños hay siempre una señora que ha sido testigo de lo que nadie ha visto nunca. Siempre hay rastros de un crímen en la cotidianidad. Hay recuerdos sepultados y silenciados a la fuerza. Hay abuelitos que predicen el futuro, niños con hambre o familias completas víctimas de la violencia y del abandono de este país. Hay pobreza, indigencia, narcotráfico y guerrillas; hay abuso de poder, analfabetismo, control, desempleo y corrupción.
Ante todas estas historias ya no es la forma de la ficción ni el ensayo el mejor medio para contarlas. Aparece la crónica como una fusión de muchas tecnicas narrativas. La ciudad y sus habitantes crean un impacto directo que reclama ser llevado a la narración, ya sea para informar o para entretener.
La crónica es basicamente el género de la literatura por medio del cual el autor construye una mirada personal de la realidad. Dijo el méxicano Villoro, uno de los grandes cronistas de este tiempo, que la crónica es el ornitorrinco de la literatura. Así como el ornitorrinco parece ser una combiación de diversos animales, la crónica tiene un poco de la novela, un poco del cuento, un poco del drama, un poco de poesía y un poco de ensayo. García Marquez dijo que la crónica es como un cuento que es verdad.
Así es como cada uno de nosotros, por el hecho de estar vivos y de vivir en este país donde pasan tantas cosas raras, hemos desarrollado un cronista interno que tiene archivado un montón de historias estraordinarias. Unas tristes, otra no, pero todas han hecho parte de la realidad. Hay unas que hemos contado muchas veces, la de la cicatriz en el brazo, la historia de cuando nos robaron la bicicleta, la historia de la vez que evitamos el incendio en la plaza o la del tiroteo en la cancha, por ejemplo.
Cada una de estas historias carga consigo una misión. Este mensaje llega al destinatario que, aburrido, abre un libro y se pierde en las tramas de la realidad, que, en nuestro contexto, tiende a confundirse con la ficción. Eso es la crónica, el primer borrador de la historia, las muletas de un cojo, la vida de una persona hecha aventura a través del arte de contar.
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(*) Colaborador.