
Juan Villamil *
Es hora ya de dormir
esta pesadez que tu cuerpo dejó en el mío
pero no puedo no puedo.
Si estuviera lo suficientemente loco
daría tu forma a las sábanas
y dormiría en ella
aferrado a una idea de tus senos
tal vez susurrándote al oído
si no es molestia cuánto te deseo
pero no puedo no puedo.
Es la noche un trecho muy largo y el día
una hipótesis sin grandes argumentos:
quiero esperar despierto
tu próxima llegada
y la fantasía que le siga a los ligueros
pero no puedo no puedo.
Cedo mansamente al ensueño
al tiempo que escribo
sobre el recuerdo extenso de una tez blanca
y ojos café.
Es tiempo de abandonar la hoja y con ella
la imagen vívida de tu cuerpo:
¡debo dormir!
pues ya no estás y no estarás
más que al cabo de los días
pero no puedo no puedo.
Es tan pequeña la cama si está vacía…
No quedan más que dos caminos: caer
no inopinadamente en tu docilidad
en tu pasión de sueño ligero
sino a un costado
hacia el abismo final de la realidad
en que habito
anhelando crearte de la nada blanca.
Dormir nada más en el mismo lugar
en que antes bebimos del placer
una y otra vez
una y otra vez
como un agónico animal sediento
es un corto destino de normalidad
que intento aceptar esta noche
pero no puedo no puedo.
Tendré que abandonar la habitación
y deambular por las aceras
interrogando a desconocidos
por el perfume que persiste en mi pelo
o si acaso han visto a una mujer
de mirada café y ligueros
a quien prometí olvidar por unos días
pero no puedo no puedo.

LUNES A LA TARDE EN EL MUSEO
Ardo
y son las llamas de tus mejillas
después del beso
que rompió barrotes de pudor
enfrente del pequeño lago
de Renoir.
Ardo
y es un puente de manos tendido
entre dos cuerpos
que abdican del arte contemporáneo
absortos en un tríptico
de Luis Caballero.
Ardo
y al final de la súbita caricia
reniegas
como si nada más importara
“¡Arrojaría ya mismo el paraguas…!
pero mira: un Dalí”.
Ardo
y es tu humedad roja
y mi síndrome de Stendhal:
Suena la alarma
acuden los vigilantes
se disculpan en inglés los guías
maldices jadeante:
¡Esto es arte, señores!

LA OTRA POESÍA
Si estuvieras aquí
¡qué distinta sería la noche!
No habría comido
esa fea
sopa recalentada
ni fumado uno tras otro
los últimos veinte
cigarrillos.
Estaría tranquilizando
a los vecinos
y jurándoles mayor recato
la próxima vez
en lugar de acudir a la ventana
a confirmarles
que aún no he muerto
sólo no estás aquí
y así
mi poesía es tímida, callada.
AL FINAL, ELLA
Si pudiera hacer la habitación a un lado
y quedarme en el centro
del cubo blanco
me arrancaría la piel
y escribiría con la tinta de mis manos.
Dejaría correr hilos de sangre
en endecasílabos
o libremente
pero correr por las paredes
e ir a juntarse en el suelo
en un último montoncito de ideas
y de sueños y de imágenes:
la silueta de una mujer
es todo lo que anhelo.

SOBRE UNA ESQUINA
Estoy enfermo
y mi enfermedad se llama ausencia.
¿Hay en verdad un gato
en el tejado
que como tú ronronea?
¿O es sólo la locura?
Puños aguardan
en mis bolsillos
y ni a un imbécil se le ocurre
sacarme de quicio.
¡¿Dónde se ocultan los hambrientos
cuando uno, encolerizado,
los necesita?!
A nadie le importa
el corazón
de un cuerpo que palpita.
Estoy enfermo
y mi enfermedad se llama ausencia.
¿Qué es la inesperada esquina
de una avenida
sin tu bragueta?
¿Qué es así la vida?
Los sujetos más tristes
se pasean frente a mí
a punto de caer.
Los envidio.
Quiero poder tumbarme en una acera
sin otra ocupación
que fallecer.
Una botella de vino tinto
una helada escalera
un gato que ronronee
y el aire ácido de tu piel.
¡Quiero ser un mendigo y morir
con la mano extendida!
(¿Existe otra manera?)
————————————————————————————————–
(*) Colaborador.