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Javier Cercas en frases

Javier Cercas. Crédito: entretenimento.uol.com.br

Luis García (*)

Cuando vi aparecer a Javier Cercas por el pasillo, en compañía de Victoriano Roncero -el experto medievalista del departamento-, sentí que estaba frente a un escritor de verdad. Cercas lucía un pequeño abdomen de caballito de mar, y tenía los ojos negros, saltones e inquisitivos: me asombró que pese a los casi cincuenta años a cuestas, sobre su pelo no asomara una cana.  Mirando a Cercas de cerca, me di cuenta de que es imposible que un escritor serio guarde su figura: o cultivas la imaginación o cultivas el cuerpo, pero no se puede servir a dos Señores al mismo tiempo.

Javier Cercas es quizá uno de los novelistas españoles más importantes del siglo XXI. De seguir como va, en una década seguramente será candidato al Cervantes. Su novela Soldados de Salamina ha sido traducida a casi medio centenar de lenguas. Esto requiere de una aclaración: un escritor serio ha de pagar con la importancia de la obra que ha escrito su vanidad literaria. Es casi una especie de harakiri que debe propinarse. Cercas como hombre público debe ser inferior a su obra porque todo buen novelista aspira a ello. Un escritor que sea más grande que su obra es, irremediablemente, un escritor malo. Lo mismo sucede a un actor que anhela ser reconocido, más por algún personaje que haya encarnado que por su persona misma: si uno piensa en Laurence Oliver, por ejemplo, se le viene a la cabeza de inmediato la figura de Otelo. A Vito Corleone es imposible no asociarlo con Marlon Brando, del mismo modo que a Irene Papas coligarla con Helena, con Electra o con la mismísima Antígona.

Se trataba de una charla abierta que impartía  Javier Cercas a los alumnos del departamento de Literatura de la universidad de Stony Brook. El escritor se despachó a gusto. «La novela como género tiene futuro», vaticinó ante una pregunta de un estudiante barbado y por contraste calvo. Mientras la novela           -género caníbal- tenga de dónde comer, existirá como tal. «Cervantes funda el género con el Quijote… la novela es un género de géneros…También es un género degenerado, sin abolengo». «En vez del peñón de Gibraltar, los ingleses deberían devolvernos la novela». «Los géneros literarios se caracterizan por las preguntas que plantean y las respuestas que dan». «Para un escritor la forma es el fondo”. Frases que parecían engarzar un collar de perlas.

No hay de qué preocuparse por ahora -dijo más adelante, impulsándose en la silla con la punta de sus zapatos-: la muerte de la novela está lejana, y en este mismo momento, mientras tenga de dónde alimentarse, vivirá. En España, con el advenimiento de la democracia, la gente pensó que podía ser «rubia y de ojos azules» como en los EE UU. Luego vino el desencanto.

En lo que me pareció una postura políticamente correcta, Cercas dictaminó: «España también ha cometido el gran error de darle la espalda a América Latina y volcarse hacia Europa».  Más frases, cargadas de realismo: La famosa primavera árabe puede dar pie a feroces dictaduras, y Túnez tal vez pueda ser la primera que dé el ejemplo.

A cada rato, el novelista se mecía el pelo con su mano pequeña y casi traslúcida. Me fijé en sus uñas: las tenía recortada hasta la misma madre, con la cutícula tan pequeña que parecía que en secreto se la comiera. De ellas había desaparecido casi todo el cuerpo ungueal y sólo quedaba como un resto del festín, la lúnula.

Cercas siguió hablando: «Recomiendo a los escritores cuando tengan un bloqueo que se vayan de vacaciones con su familia». Dijo además que él no era un escritor español, sino un escritor en español. Aunque toda su tradición literaria –me di cuenta- era eminentemente española.  Alguien hizo una pregunta sobre el tema del Héroe en sus novelas, y Cercas trajo a colación el famoso poema de Kavafis. El héroe es aquel que es capaz de decir NO, así con mayúsculas, afirmó el novelista. Héroes para él son -a su manera-, Adolfo Suárez, el general Gutiérrez Mellado, y el comunista Santiago Carrillo, que se quedaron sentados en sus curules parlamentarias el día de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981. Sobre estos tres hombres -que en cierto momento de sus vidas habían despreciado la democracia-, recayó todo el peso de la continuidad democrática en España; y sobre este episodio Cercas basó su novela Anatomía de un instante.

Me llamó la atención su jersey deportivo, una chamarra ligera de color azul, de la que se despojó nada más entrar en el recinto. Pensé que un escritor famoso vestía de manera más formal, quizá me lo imaginaba de saco y corbata      -como Vargas Llosa-; pero no con ese jersey que imitaba la vestimenta casual de Mark Zuckerberg, o al menos al Steve Jobs de los últimos días.

«Flaubert dotó a la novela de poesía» aseveró, moviendo de un lado a otro la cabeza, alisándose el pelo con el canto de su mano  «y buscó elevarla a la altura del verso».  Quizá por esta necesidad de dioses que tenemos los seres humanos, yo haya elevado al Olimpo a ciertos escritores, me dije, mientras veía a Cercas gesticular ante un público eminentemente académico. Mi panteón personal consta de unos cuantos dioses: Coetzee, W. G. Sebald, Philip Roth, el Banville de El mar, Onetti, Juan José Saer, Arguedas, y claro, Borges.

Al final de la jornada, cuando Roncero -que actuaba en calidad de moderador- dio por concluida la charla, me levanté y fui hasta donde estaba el escritor.  Acto seguido, le estreché la mano. Él me miró a través de sus lentes. «De soldados de Salamina» le dije, desembarazándome de sus cinco dedos «hay una frase suya que tengo pegada con chinchetas en mi habitación» Sus ojillos saltaron. Retrocedió un poco, como un boxeador que esquiva un golpe. «¿Cuál?», me preguntó, interesado. «Un escritor de verdad es escritor, aunque no escriba», cité de memoria la frase. Entonces se acercó a mí: «Sí», dijo, mientras terminaba de ajustarse la chamarra deportiva: «Es verdad eso: un escritor genuino es aquel que es escritor aunque no escriba». Pero yo no estaba pensando ya en esa frase, sino tal vez en otra, en la de Margaret Yourcenar tomada del cuaderno de notas a las Memorias de Adriano: «hundimiento en la desesperación de un escritor que no escribe».

Me hubiera gustado preguntarle por sus manías a la hora de escribir, pero Cercas tenía que irse.

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(*) Colaborador.

 

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