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Herejes. Inquisidores

INQUISICION

Leo Castillo

El 21 de mayo de 1559 fueron quemadas públicamente catorce personas en la plaza Mayor de Valladolid a manos del tribunal de la Santa Inquisición, junto con los huesos, incluso estatuas, de algunas otras. El ocho de octubre, en este mismo escenario y año, se incineraba otras trece personas y los huesos de una más. En ambos casos fueron penitenciadas dieciséis hasta conseguir su reconciliación con el credo ortodoxo. Desde entonces se sucedieron en todos los países del ámbito de la cristiandad, así en el Viejo Continente como en América estos espectáculos barrocos que pretendían, mediante el terror y la intimidación, reprimir la libre opinión acerca del dogma. En el último episodio célebre de esta saga (Valencia, 1826), Cayetano Ripoll sería condenado a la horca para luego ser quemado. Pero corrían otros tiempos, la humanidad evolucionaba, así que el cadáver fue colocado en cubo con llamas apenas pintadas, salvándose así de ser incinerado.

Para ser digno de este tipo de homenajes que la intolerancia tradicional rinde a ciertos espíritus rebeldes es preciso en ocasiones llamarse Sócrates, Arrio o Bruno. La lista de estos dolorosos consagrados a la memoria histórica es larga, si bien la de los ajusticiados sin recuerdo hoy día no lo es ciertamente menos, sino sumamente extensa y ya para siempre irrecuperable. No todos contribuyeron a la historia de la filosofía, ni fundaron escuelas ni tradujeron la Vulgata. Pero un honor sí que no les podrá ser arrebatado a ninguno de ellos: el de haberse hecho matar por sus ideas. Se los suele llamar herejes. Hagamos un raudo paneo.

El año 1337 el papa Gregorio XI declaró que John Wickliffe, catedrático de la Universidad de Oxford,  era el Anticristo, conque fue expulsado de la corte y de su cátedra en Oxford. Para suscitar la atentísima preocupación de Su Santidad, Wickliffe negó «la conversión maravillosa y singular de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre» gracias a una operación del Espíritu Santo, permaneciendo sólo la especie (sabor, color, cantidad, olor,etc.) del pan y del vino.

Si bien la Iglesia se apoya en Marcos (14:12-16;16:22-26); Mateo (26:26-28) y Lucas (22:14-20), otros cristianos se mostraron suspicaces al respecto. Así Lutero y Calvino, protestantes -léase herejes desde la óptica de la iglesia de Roma. De hecho a los judíos les está vedado por su credo beber sangre, bien que, con mucho, no se inhiban, como todos los pueblos, de derramar la ajena.

Calvino hizo otros méritos, tales como propugnar la justificación del hombre no por sus obras, sino por medio de la gracia y mediante la fe…

Los herejes de antaño son los inquisidores hogaño. Sébastien Châteillon (Castellión) conoció a los denominados humanistas de su época en el Colegio de la Trinidad en 1535, en Lyon, adonde había ingresado. Leyó Las instituciones cristianas de nuestro Juan Calvino, para adherir pronto a las ideas de la Reforma protestante. Se unió a este en 1540, y lo acompañó en los célebres incidentes de Ginebra, y se acreditó como director del College de Rive. Hasta aquí hacen buenas migas los clérigos…

Solo que Castellión incurrió en una impresentable boutade al afirmar que Jesucristo, después de su muerte, descendió literalmente a los infiernos.Y ahí fue Troya, pues Calvino tenía esto por una alegoría alusiva a la angustia. Por si fuera poco, aseguró que el Cantar de Cantares es un poema erótico. ¡Habráse visto! Calvino no lo pensó dos veces y acusó a su compañero de denigrar la imagen del clero. El antaño hereje, hogaño inquisidor.

De resultas al pobre Castellión, hereje de él, se encontró atrapando listones de madera arrastrados por las inundaciones del río para poder sobrevivir, luego de haber sido flamante director del College que tengo dicho.

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