
Mauricio Salas
¿En que se parecen el boxeo, los reinados, las corridas de toros y la organización ambiental más grande del mundo? En que si se trata de gustos y querencias, las opciones frente a ellos tienden a ser solo dos: de acuerdo, en desacuerdo; me gusta, no me gusta. La razón parece ser simple: por su esencia, cada uno genera sentimientos encontrados, intensos, primarios y difícilmente conciliables. Así, lo más fácil es ser o no ser amigo de ellos; los puntos medios no funcionan. Al hablar con María Eugenia Testa (MET), directora de campañas de Greenpeace Andino –Argentina, Chile, Colombia– y Consuelo Bilbao (CB), coordinadora de la Campaña de Páramos en nuestro país, uno se da cuenta de que Greenpeace sabe de sentimientos encontrados desde hace tiempo y no le preocupa; igual, muchos la quieren también (la organización opera en 45 países). Tras las caras agraciadas, los gestos amables y las voces suaves de estas argentinas, se disimulan dos mujeres firmes, convencidas, dispuestas y entrenadas a poner en jaque a representantes de gobiernos y corporaciones multinacionales, sin miramientos, temor ni duda. Lo de ellas y lo de su organización es de extremos y rápidamente se nota que están acostumbradas a hablar clara y directamente, sin pelos en la lengua. A continuación, van algunas de sus respuestas en una conversación de hace pocos días:
¿De dónde surge el interés de Greenpeace por la situación en Colombia?
MET: Si uno mira el mapa de los conflictos ambientales en América Latina y de las empresas que están ocasionando daños ambientales y las políticas de gobierno que permiten generar esos daños, son muy similares; más allá de la cultura, los factores sociales y la estructura de cada país. Esto nos llevó a pensar en una forma de trabajo, de impactar sobre esos conflictos que nos permita tener una visión más regional. Hace tres años más o menos iniciamos nuestro primer desembarco en Colombia, con temas internacionales, con una campaña de páramos, pero con el tema básicamente del cambio climático y de las cumbres sobre el clima. Decidimos allí, por la riqueza ambiental de país y por una cantidad de variables que tuvimos en cuenta, abrir una oficina. Tenemos una estrategia de trabajo común en Argentina y Chile y una vez desarrollemos más nuestra entidad aquí en Colombia, buscaremos que podamos trabajar desde los tres países, reforzando nuestras potencialidades, para resolver determinados conflictos. Nos interesa trabajar en lo que tiene que ver con minería, semillas modificadas genéticamente, extracción de petróleo, contaminación del agua, con la cuestión de los residuos y las realidades y los factores sociales vinculados a esos problemas ambientales. La idea es que los propios colombianos puedan estar, desde Greenpeace, definiendo y dando soluciones y respuestas a estos problemas.
¿Qué campañas adelanta la organización en el país?
CB: La primera campaña local es la Campaña de Páramos, que ha empezado en el páramo de Pisba, en donde llevan 13 años luchando para lograr que se prohíba la minería de carbón. Hoy se encuentran con una nueva amenaza, mucho más grande: un proyecto de mega-minería de carbón, al que se le ha otorgado las licencias ambientales en completas condiciones de irregularidad. Insistimos que no sirve la revocatoria de las licencias ambientales; queremos dar un paso más, al igual que la comunidad, y es la revocatoria de los títulos mineros.
Páramo sin minería: a eso le apuestan, ¿correcto?
CB: Creemos que no puede haber un derecho privado preadquirido por una empresa que vaya por sobre el derecho de la comunidad a gozar de un ambiente sano. Buscamos trabajar a largo plazo en los ecosistemas, en este caso los ecosistemas de páramos, para dar una protección definitiva a lo que representa hoy la amenaza de la locomotora minero-energética del Gobierno Nacional. Hay muchos grises en las normativas y las políticas mineras –que van por encima de la política ambiental–. Hay una debilidad importante en la política ambiental en Colombia; pareciera que la Constitución de los colombianos está regida con base al código minero.
MET: Parte del trabajo de Greenpeace es empezar a ponerle límites territoriales a la minería, decirle acá no. Hay otros países y otras legislaciones que están poniéndole límites a las sustancias que utilizan para el proceso.
¿Es posible la minería sostenible? ¿Vale la pena apostarle a esta opción?
MET: Debe haber un debate abierto en el que participen las comunidades, en el que participe el Gobierno, pero no podemos partir de la falacia de la minería sustentable. La minería extrae un recurso en determinadas zonas hasta agotarlo. De ahí no existe sustentabilidad alguna; ese recurso ya no va a estar disponible para las generaciones futuras, por ende, no hay sustentabilidad. Además, los procesos químicos que genera la minería son incontrolables. Otra discusión es qué sustancias utilizas para la extracción del mineral; si hablamos de minería responsable, la que tiene que ver con el manejo de sustancias, debemos tener en cuenta que todo proceso de minería genera una aceleración de procesos naturales que causa una contaminación incontrolable. Se debe discutir qué desarrollo minero queremos o qué desarrollo minero no queremos, pero no se puede partir en ese debate de una mentira que es la minería sustentable. Si la sociedad colombiana tiene que dar el debate de la minería, se tienen que poner todas las cartas con la verdad sobre la mesa y sobre esa verdad la sociedad tiene que elegir.
CB: Los daños de la minería son irreversibles. ¿Cómo sanear un pasivo cuando se explota una montaña entera? Ese pasivo no se puede sanear de ninguna manera. Y luego, los drenajes ácidos o los estériles; hablamos de impactos para toda la vida. Un proyecto de 30 o 40 años que genera un daño que es irreversible, que tiene que ver con impactos que pueden estar cientos de miles de años, de eso se trata.
¿Cree Greenpeace que el conflicto del uso del suelo y el subsuelo de los páramos se resuelve con la redelimitación de estos ecosistemas?
MET: No, pero es un primer paso para resolver el problema. La delimitación de cualquier ecosistema no solamente tiene que servir como una barrera para el ingreso de las actividades productivas; debe servir para el conocimiento, sobre todo el de ecosistemas que están siendo alterados por el cambio climático y eso es obligación de los gobiernos en el contexto de crisis climática en la que vivimos. Estos ecosistemas de alta montaña son los que están siendo más afectados por el calentamiento global, y el Estado debe conocer cuál es la situación de esos ecosistemas para generar políticas públicas y para generar posiciones en las negociaciones internacionales de cambio climático, esto es fundamental.
CB: La delimitación de páramos no tiene que ser solamente una delimitación técnico científica, también se tiene que tener en cuenta el componente social y cultural. La delimitación tiene que ver con el ordenamiento del territorio; hay que entender que no todas las actividades productivas son las mismas, que no todas las actividades tienen el mismo impacto. No es lo mismo el impacto que puede generar un cultivo de papa artesanal que un monocultivo que arrase con todo el páramo usando transgénicos, usando agrotóxicos. Los ordenamientos territoriales deben incluir necesariamente la participación de la comunidad, de personas que tienen relación directa con el territorio; sin participación social y desde arriba hacia abajo ese ordenamiento no es posible, porque es un ordenamiento arbitrario que muchas veces puede no tener sentido.
¿Hay alguna entidad en el Gobierno trabajando en cambiar lo que ustedes denuncian? ¿Hay alguien haciendo algo en este aspecto?
CB: El equipo de la delegada ambiental de la Contraloría (General de la República) está haciendo un trabajo de control magnífico. El trabajo de la Contraloría lo último que devela y deja en evidencia es que el desarrollo o el crecimiento de la minería es el crecimiento de unos pocos, no es el crecimiento de la comunidad, ni es el crecimiento de un país; y lo han develado con números y datos exactos. El trabajo del Instituto (Alexander) Von Humboldt, trabajo técnico, es un buen trabajo también.
Según Greenpeace, ¿qué está pasando con el tema de minería en Colombia, por qué el revuelo?
CB: Pareciera a veces que la Constitución hoy para el Gobierno es el Código Minero. Nosotros, en la última reunión que mantuvimos con el Ministerio de Minería (sic), estuvimos pidiendo la revocatoria de los títulos mineros del caso de Pisba y todo el tiempo nos decían que ellos se acataban a la norma, se acataban al derecho. Pero, ¿qué derecho privado, qué derecho preadquirido puede tener una empresa, un privado, por fuera del derecho de la comunidad de gozar de un ambiente sano, que es, nada más y nada menos que tener el derecho a la vida? ¿Cómo puede ser eso? ¿Y cómo el Ministerio de Minería lo puede decir tan livianamente, que ellos no pueden hacer nada ante eso porque hay un código? El Ministerio de Minería tiene que velar por el cumplimiento no solamente del código de minería, sino velar por una política que preserve zonas estratégicas para el desarrollo de todo un país. Algo está fallando, hay algún vacío.
MET: Ante la falta de cumplimiento de la ley y el avance de las empresas por los grises de la ley o por la falta de control del Estado, el control lo tienen que ejercer la comunidad y el ciudadano. Lo que se busca además de empoderar a una comunidad, de ayudar a una comunidad, es confrontar contra las empresas, confrontar con el gobierno por políticas públicas. El ciudadano de Bogotá debe ser tan responsable como la comunidad de Pisba en proteger este ecosistema, por los servicios ambientales que prestan esos ecosistemas y la conservación del ecosistema, eso es vital. Uno de nuestros objetivos es traer el problema de Pisba a Bogotá para que aquí se conozca, para que la gente de acá se comprometa. Es muy importante un conocimiento sobre sus derechos y el derecho de sus conciudadanos a vivir en un ambiente digno.
¿Por dónde es la salida del embrollo? ¿Qué puede hacer Greenpeace para alivianar el problema?
MET: Cambiar las políticas estatales es algo a lo que estamos acostumbrados. En Colombia es la locomotora minero-energética, en Argentina hubo también un avance importante de la minería y tuvimos la Ley del Glaciar y lo primero que se hizo fue empezar a ponerle límites a la minería, decirle: acá no. Tratar de influir y de modificar políticas de Estado es nuestro trabajo, a eso nos dedicamos, es evidente, es explícito. Somos un actor más en un escenario muy grande de actores, todos con diferentes intereses; nosotros venimos a aportar en la defensa del ambiente, en el apoyo a las comunidades de su territorio. El objetivo no solamente es buscar que el Estado modifique políticas de estado, sino también que las empresas modifiquen sus sistemas de producción, que las empresas modifiquen su relación con el ambiente, a esto nos dedicamos.
En cuanto a la inaplazable relación Estado-empresas privadas, ¿qué sucede con ella, hay que replantearla?
CB: Nuestro foco de trabajo es fortalecer estas políticas públicas, fortalecer las normativas ambientales para poder poner un freno a este modelo de aprovechamiento que tienen las empresas, justamente por la falta de controles.
MET: Nosotros buscamos ser una especie de contrapeso de la presión y del avance que estas empresas pueden generar y eso hacemos en todas partes del mundo. Lo estamos haciendo en Indonesia, lo estamos haciendo en África, lo hacemos en Argentina, en China, en la misma Europa, en Estados Unidos. Buscamos meternos en el medio para hacer ese contrapeso. Que sea una ley no significa necesariamente que esté bien desarrollada y para ‘torcer’ y para empezar a poner límites a ese avance, es que nosotros hacemos nuestro trabajo.
¿Sirven para algo los esfuerzos de responsabilidad social emprendidos por gran cantidad de organizaciones?
MET: Tal como está planteada en general por las empresas —no sé si habrá algunos casos específicos—, es una estrategia únicamente comunicacional y de marketing. Consideramos que una responsabilidad social empresarial debe ser: adoptar sistemas de producción limpios, es decir, que no tengan vertidos contaminantes, que no impacten sobre ecosistemas; que tengan políticas del trato de recursos humanos progresistas; que tengan una trazabilidad de aquella materia prima que están comprando o consumiendo para realizar sus productos y para minimizar su proceso productivo; la autogestión de los residuos; el consumo de energías renovables, etc. No existe responsabilidad empresarial por fuera de ese sistema. A la comunidad la ayudan si no la contaminan, no la ayudan construyéndole un hospital; construir un hospital para la población que uno está enfermando a partir de la contaminación que genera no sólo es hipócrita, sino también que es de un cinismo importante.
¿Dónde empieza y dónde termina el trabajo de Greenpeace?
MET: Empieza generalmente en un caso concreto de una comunidad concreta, un problema muy específico y chico. ¿Dónde termina? En el mundo actual en el que vivimos no termina nunca; podemos finalizar campañas específicas para retomar otros problemas, pero seguimos teniendo que trabajar para que se cumpla esa legislación, entonces es un trabajo permanente.
¿Cómo ha sido su relación con los medios de comunicación en Colombia?
MET: Nosotros tenemos nuestra forma de trabajar y es con mucha relación con los medios, dependiendo de a qué sector social y económico o político pertenezca el medio. Nosotros conocemos cuál es el la lógica de los medios y hemos trabajado siempre con ellos; siempre buscamos la forma de poder comunicar lo que queremos.
CB: Hemos tenido la posibilidad de hablar de la locomotora minera y en lo que hemos sacado hemos tenido una muy buena cobertura. Veremos más adelante, de acuerdo con los intereses que uno va tocando.
Greenpeace tocará intereses en Colombia y algo pasará. A eso vino. La organización hurgará heridas, hablará de cosas que se supone es mejor mantener en silencio, levantará costras, preguntará por temas larga y cuidadosamente cubiertos y encubiertos, se parará en callos y juanetes, hablará en voz alta exigiendo respuestas y hará llorar a más de uno, sin pena y gloriándose de hacerlo. A esto se dedica alrededor del mundo y sabe cómo. Algunos medios responderán con su silencio mudo o contratacarán como boxeadores vapuleados, reinas sin corona o toreros revolcados. Y el público seguirá dividiéndose entre quienes apoyan al uno o a la otra, con fervor y convencidos de que su matador es el mejor y tiene por qué, cómo y con qué triunfar. Los empresarios –en los tendidos, fuera del país, casi siempre– seguirán a cargo del show; ganarán las más de las veces y perderán otras. Algunos incluso lo harán por primera vez y probarán a qué saben la sangre, las lágrimas y la tierra. Greenpeace seguirá en lo suyo, aplicado, por convencimiento y costumbre: denunciar, presionar, esculcar, indagar, incomodar, sacar, exponer, defender, mover y también, perder, porque no siempre se gana. Una cosa es segura y es el hecho de que sin cuadrilátero, tarima o ruedo no se puede montar la fiesta. Y todos perderemos. Precisamente eso: la plaza, el local, el escenario, el medio, el ambiente, el medio ambiente, es lo que está en juego, lo que estamos arriesgando. Piénselo, porque ante esa realidad tarde o temprano tendrá que tomar partido y hay solo dos opciones: de acuerdo o en desacuerdo; me gusta o no me gusta. Y cuando llegue el momento, más vale que hable en voz alta y no tenga pelos en la lengua.