
David Potes
Inmersas en la noche nadamos por entre las luces de los autos…
Annie y yo somos bien rateras, tanto, que el exceso de mala conducta nos ha llevado a pensar que necesitamos un cambio de comportamiento en nuestras vidas. Ella y yo nos reunimos en el bar La T.P., que fácilmente podría ser La Torre de Papel, pero que estrictamente significa La Trucha Peluda. No vamos a cualquier lugar porque somos mujeres de olfato agudo, y a decir verdad, ni las esencias de la India, ni el aroma a frutos tropicales tiene algo que ver con nosotras, lo nuestro son los neones y todo lo que huela a new wave, como Annie y yo, como Wert y Pepper, quienes estrictamente se llaman Walter y Astrid.
Walter y yo tuvimos algo, mejor dicho, Wert y yo tuvimos algo hasta que eso empezó a oler muy mal. Él abrió un bar que a riesgo de fracasar llamó La trucha peluda, estaba decidido a demostrarse a sí mismo, más que a cualquier otra persona sobre la faz de la tierra, que había crecido y ahora era independiente.
Todo en la relación iba bien; todo era manoseo y emociones fuertes, cuerdas de acero y solos de batería. A decir verdad todo era cogidas de culo hasta que una vieja amiga me llamó para contarme que se vendría a vivir a esta ciudad. Astrid siempre fue mi heroína, la mujer que soñaba ser algún día, alguien en quien confiar en un mundo empañado por el vaho de la desconfianza. Rápidamente nos metimos en este mundo nocturno y no tardamos demasiado en encontrar un alias para las noches de fiesta; tal vez “Pepper”nos gustó como sonaba, pero pienso que apenas refleja una parte del carácter de una mujer como Astrid, con un aroma y una esencia de personalidad tan fuerte, que cualquier mujer se siente abrumadoramente infantil a su lado.
Jamás sospeche nada hasta que los encontré en nuestra cama, bañados en sudor y sin respiración, con los ojos fuera de órbita y a punto de colapsar en un ataque de euforia. Ni siquiera mi olfato sirvió para advertirme de lo que se estaban cocinando esos dos. <<Todo bien>> dije, cerré la puerta sin hacer escándalo y me mande a la mierda por ingenua, a agarrarme el culo sola, a patear piedras y a maldecir al presidente, a emborracharme por ahí dando vueltas para al final de la noche terminar en La trucha peluda viendo a esos dos juntos; El zorro y Gatubela ¡malparidos! El zorro y la zorra más bien.
***
Annie y yo planeamos uno o dos asaltos por noche cada quince días; dos armas colt 45, dos trajes de cuero negro que se nos pegan al cuerpo y nos aprietan la entrepierna y las tetas durísimo, una motocicleta Ducati y ahora sí que todos tiemblen de pavor.
Antes de conocer a Annie yo era una víctima de los caprichos de mi existencia, buscando hallarle el rumbo a un barco que se negó a tener capitán. Recuerdo que por esos días me uní a los Pulpos, a los hijuepulpos. Ellos eran amigos de Wert y me relacioné porque me iban a enseñar acerca de la vida y un poco de eso que llaman calle. Pero no pasó nada, eso sí, hubo mucha cerveza, uno que otro robo y mucho Sex pistols para comenzar las noches; nada agravado. Buscaba acabar con la monotonía de mis días y me encontré fantaseando, casi alucinando con la idea de tener una familia o al menos un hogar. Pensaba también en cómo la vida se encargaba de poner ante mis ojos menudas experiencias que me daba el lujo de rechazar de la forma más displicente, era un paréntesis en mi vida que no quería cerrar hasta que la realidad me obligó a hacerlo. Primero, mataron a Tito, líder de los Pulpos, quien permaneció en coma dos días antes de morir a causa de los golpes. La delincuencia se estaba monopolizando y ahora sus nuevos jefes se encargaban de ordenar el vecindario. Después de lo ocurrido con Tito, algunas pandillas quisieron dar la pelea, otras se vendieron y a nosotros simplemente nos pusieron a dar vueltas en círculo. De los otros Pulpos, como Metralla, no volví a saber nunca más, mientras que Carequeso, alguien que siempre había sido dispendiosamente indeciso como para tomar sus propias determinaciones, un día huyó de la ciudad en un acto de valentía con la intención de reconstruir su vida. Así, con el paso de los días, nos volvimos una historia olvidada, un recuerdo que se me enterró bajo la piel y que aún se retuerce allí dentro. Sin darme cuenta, una vez más caminaba sola, sin rumbo fijo, sin saber si la luz del día me alcanzaría dando vueltas por ahí.
Si, ella se acercó, traía lentes oscuros y ropa negra, como quien desea pasar desapercibido y solo logra llamar más la atención. Me dijo<<Hola nena, supe lo de los pulpos>>. Se me ocurrió pensar que me había llegado la hora, que habían enviado a alguien para matarme, y empecé a temblar mientras ella continuaba diciendo <<ellos creen que te mataré esta noche ¿sabes? pero he decidido que no lo haré, entre otras cosas no me parece que representes un peligro para nadie; ¿Cómo podría hacerlo una niña que apenas ha pasado de los veinte?>>. La circunstancia me asustó mucho, nos encontrábamos en el metro y en cuanto el movimiento brusco de los vagones anunció la próxima parada, me puse de pie con la ayuda de un par de piernas que flaqueaban ante la mirada de aquella mujer. <<Calma, nos bajamos un par de paradas más adelante y vamos a beber una cerveza juntas, yo invito>> se quitó los lentes, guiñó el ojo, movió sus labios para decir <<Me llamo Annie>> y una hora después hablábamos como un par de viejas amigas; yo mencioné a Wert y a Pepper, lloré un poco y de pronto cantábamos a coro alguna de las canciones que sonaban de fondo.
Las noches que sucedieron a esa fueron cada una más excitante que la anterior. Annie y yo nos hicimos grandes amigas, tal vez por solidaridad, o… por amor, quién sabe. Ella me enseñó a disparar, a robar, y otras cosas también. Había de por medio mucho industrialy new wave, neones y asaltos a corazón armado. Cada quince días nos íbamos de serenada de muslos, a lo que diera la motocicleta de Annie y después, mucha cerveza y coca; blanca piel la de Annie que empezaba en La trucha peluda y terminaba en las sábanas de una cama. Fue un salto al vacío, al exterminio temporal de la soledad de mi existencia, a la escena nocturna, al delito agravado, a las cosas hardcore y al asfalto. Allí estaban Annie y las noches con lluvia torrencial bajo los puentes elevados y sobre las autopistas desoladas. Todo en uno, todas dos como tendidas sobre una playa, casi capaces de arropar al mundo entero.
Fue una noche después de hacer el amor, cuando a Annie se le ocurrió la idea de robar una de las mejores tiendas del boulevard, estábamos fuera de control, habíamos quebrado nuestra propia regla, llevábamos más de tres robos en menos de quince días y yo ante la propuesta solo fui capaz de decir <<hágale>>.Pero algo no estaba bien, allí estaba ese olor a pólvora que no sabía de dónde provenía ni mucho menos por qué no pedía permiso para penetrar mis poros.
Inmersas en la noche nadamos por entre las luces de los autos hasta llegar a la escena. Hacía frio, habíamos hablado de que sería uno de los últimos robos que cometeríamos, no dejamos nada al azar. Annie pensó que perdonarme la vida no era una falta grave para quienes le dieron la orden, pero se equivocó. Esa noche y desde hace un tiempo estaban tras su cabeza, la mía y la de quien intentara desafiarlos. Estábamos en la boca del lobo, desenfundando nuestras armas y exigiendo todo el dinero de la caja registradora mientras afuera un grupo de asesinos preparaban sus armas para disparar. Solo recuerdo que protegí mi vida detrás de uno de los mostradores del lugar mientras las balas destrozaban mis esperanzas de salir con vida, mis esperanzas de un amor fuera del delito. Solo recuerdo eso y a Annie tirada en el suelo a unos cinco metros protegiendo el dinero y disparando sin descanso.
Al parecer salimos por la puerta trasera del lugar cuando llegó la policía con la tímida intensión de capturar a los responsables. Cuando desperté tenía dos impactos de bala en el costado derecho y flores de Wert al lado de mi cama, no sé por qué piensa que aún puede haber algo entre nosotros, tal vez siente algún tipo de remordimiento o tan solo las cosas no marchan bien con Pepper. En eso entra Annie con el desayuno, con nuestro desayuno. Y al terminar, bajo las sábanas blancas todo fue vértigo; saltar y dejarme caer. Un juego entre su cabello y mis senos redondos, sonrisas y luego todo otra vez desde el principio. Allí estaba Annie, frente a mí, mientras sus labios y sentimientos encuerados me hablaban de la sensación de ahogarse y volver a salir a flote, y de nuevo siento el olor, el olor a pólvora de la noche anterior mientras saltábamos juntas a la acción, pura llanta quemada y todas nuestras canciones acompañándonos de fondo. Annie me dijo que me quería y yo no dije nada, sólo la miré como quien dice voy a estar allí siempre. Luego se sentó en el borde de la cama y me dijo <<tengo que hacer una vuelta>>. No sé a qué vuelta se refería, tal vez venganza, no puedo saberlo, solo me siento contenta de lo que estoy viviendo, a lo mejor no me llevó porque estoy herida. Y ella que se pone el traje y yo que la llamo cuando está en la puerta ¡Annie! Entonces se voltea y me dice con una sonrisa hermosa: qué pasa Mardensita. Y yo que le mando un beso y le digo: ¡Good luck Annie, good luck!