Fabián Mauricio Martínez *
Gaspar pone vaselina y masa blanca en su rostro. Con un lápiz delinea y agranda las cejas. No dibuja la boca feliz de su acostumbrado acto, sino traza líneas de tristeza que ocupan el mentón y parte de las mejillas. En camisilla y calzoncillos se dirige hacía el armario. Descarta los atuendos de colores y escoge el traje pintado con rostros trágicos. Elige un par de zapatones púrpuras y al amarrarse los cordones, Marcus abre la puerta del camerino:
– Payaso, tu turno.
Gaspar va hacia el espejo y abre uno de los cajones del tocador. Veintenas de pelucas rojas y verdes. El payaso acomoda una en su cabeza y enseña los dientes. Con un puño brutal quiebra el espejo. Arroja la peluca y en la telaraña de vidrio, el payaso, con la cabeza afeitada, sonríe a su nuevo y definitivo personaje.
Avanza por el pasillo y aguarda en la oscuridad. El Niño Raquítico, La Condesa y su perro esponjoso esperan también. Marcus, en la boca del túnel, está atento para dar la señal de ingreso. El ruido sordo del público le anuncia a Gaspar que el circo está lleno. La Condesa masca chicle y hace globos blancos.
– ¿Sabes tus líneas Gaspar?
– ¿Qué si sé mis líneas?, Santa María de los Condenados, qué pregunta es esa.
– La pregunta es que si sabes tus líneas.
– Pues claro, yo las escribí.
– Sólo preguntaba payaso- La Condesa se pone de medio lado y suspira con fastidio. Sin embargo, la pregunta de La Condesa pone nervioso a Gaspar.
– Y tú niño… sabes lo que tienes qué hacer – El niño levanta el rostro y asiente – y tú Marcus, ¿está todo listo en el escenario?
– Todo listo payaso- contesta Marcus que mira con atención la cabina metálica encima de los espectadores.
– ¿El pequeño armario está del lado derecho? es importante que el armario vaya del lado derecho.
– Sí payaso, todo está en su sitio.
– Y el monociclo, ¿dónde está el monociclo?, Santa María de los Condenados… yo sabía que algo faltaba… el maldito monociclo.
– Aquí está el monociclo- y alcanzándolo de cualquier parte, Marcus lo estrella contra las rodillas de Gaspar.
– Puta madre – grita Gaspar.
– Silencio – ordena Marcus- Tyranus va hablar.
Y en nuestro segundo acto de la noche… tengan ustedes el placer de experimentar una de las experiencias más agradables del Circo de la Carpa Negra, con ustedes… el gran… el único… el delirante y estupendo… ¡Gaspaaarrrr!
Una música compuesta de trombones y platillos coordina con las luces que rebotan sobre el público y el escenario. En un monociclo ingresa el Payaso. Detrás, el Niño Raquítico y la Condesa que lleva entre brazos al perro esponjoso. Luces, euforia y movimiento. Hay un sofá rojo donde la Condesa se sienta y en el suelo, el Niño empieza a jugar con el perro. El Payaso da tres vueltas al redondel y se detiene haciendo equilibrio. La música estrambótica desaparece. El violín melancólico de Romanek, El Violinista de la Sangre, empieza a colmar la atmósfera. Las luces se apagan, salvo la que sigue a Gaspar, quien arruga la boca y continúa haciendo equilibrio en el monociclo. En sus manos lleva una pipa y un vaso, mete la pipa en el vaso y sopla creando espirales de jabón en el aire. Gaspar juega con las burbujas y con cada estallido su rostro se pone muy triste. Hay exhalaciones de pesar en el público. El Payaso baja del monociclo, acaricia el pecho del Niño que está acostado bocarriba con la lengua afuera; se sienta junto a la Condesa en el sofá rojo, intenta abrazarla pero ella lo aparta con asco. Gaspar va a un extremo de la sala, toma un banquito que lleva a la mitad del escenario y se sienta. El violín se torna agudo, como una lluvia de cuchillas. El Payaso se lleva las manos al rostro y gimotea. El Niño Raquítico da un salto y queda de pie, corre hacía Gaspar, grita:
– ¿Por qué lloras Payaso?
Del público llegan dos aplausos indiferentes. El Niño vuelve al suelo y el esponjoso canino le olisquea las piernas.
El Payaso suspira, mira al público:
Mi cuerpo está lleno de pececillos (algo se mueve dentro de la ancha ropa de Gaspar) los pececillos que alguna vez te regalé hermosa mía. ¿Los recuerdas?, me dijiste aquella noche que te fascinaban los peces y yo te prometí una casa y te compré un gran acuario que llené de peces para ti amor. Pero tú dejaste de alimentarlos y lo que era tan vivo y tan lindo aparecía muerto en la cama, sobre la mesa, en el interior de la crema dental; apretabas el tubo y salía un pececillo molido y esos peces que tanto adorabas son los espectros que me habitan ahora. ESCUCHEN SUS DIENTECITOS ASERRÁNDOME LAS TRIPAS (el violín suena filosamente desafinado. Alguien del público solloza.) Te llevaste el color de mis ojos y las líneas de mis manos, agotaste la sangre de mi gracia… Ya nada queda de ese roble robusto, nada de ese maestro de la carcajada fácil. (Gaspar toma el banquito de madera y lo destroza contra el suelo) Cómo explicar que el espíritu me abandonó, cómo explicar que todo aquello a lo que me consagré es ahora un tumor en mi corazón (Se lleva las manos a la cabeza) ¡AY DE MI ALMA!
La Condesa se levanta del sofá y corre hacia él. Lo abraza y le besa la mejilla. El Payaso intenta acariciar a la mujer, pero ella se aparta tapándose la nariz.
– Apestas Gaspar, hueles horrible.
– Espera mujer… no digas eso.
– Hueles peor que los animales… hueles a tristeza payaso, a melancolía; no hay calor en tu sangre y tu corazón está helado como la luna.
La Condesa, crispada por el fastidio, regresa al sofá rojo. Hace formas con sus manos: un corazón, una boca que mastica ese corazón y lo escupe. La Condesa barre con sus pies los restos invisibles del corazón y ladeando su cabeza, se paraliza como una estatua. El Payaso mira a la Condesa, al público, a la Condesa, al público; camina de aquí para allá y se detiene, mira la luz del reflector que lo sigue y por primera vez sonríe. Salta encima del banquito, va donde la Condesa, le muestra una flor que tiene prendida al pecho, la lava con un chorro de agua, el público ríe, la Condesa inmóvil gotea su rostro. Gaspar conduce el monociclo y hace malabarismo con cinco pelotas amarillas. Del público llegan algunas carcajadas, La Condesa permanece insensible, el Payaso intenta divertir al Niño Raquítico, pero el Niño lanza un chillido y sale del escenario en cuatro patas. Gaspar arroja el monociclo lejos de las luces, corre por el redondel sin ninguna dirección. La Condesa mueve los labios y una voz grave sale de ellos: payaso descongela tu podredumbre… payaso libéranos de tu penosa presencia.
El Payaso tapa sus orejas con las manos, pero la voz de la mujer y el violín son ahora hojas de acordes desafinados que cortan la piel de Gaspar. Las luces se disparan en un orgasmo de colores. Gaspar sacude la cabeza, se golpea la cara con las manos. El violín y la voz dicen al unísono no nos hagas reír, no nos hagas reír, no nos hagas reír.
El Payaso va hacía el pequeño armario, saca una pistola y se vuela la cabeza. Cae al suelo y los gritos de la Condesa acallan al circo por completo. Se apagan las luces. El público no alcanza a ver a un grupo de tramoyistas arrastrando el cuerpo de Gaspar. Tampoco, el pozo de sangre en el suelo, ni a Marcus limpiándolo con premura.
Sólo una pareja de abuelos sentados en la segunda fila comenta:
– Qué cosa tan espantosa.
– Eso se vio muy real…
– Ajá… muy bueno. Espectacular.
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(*)Colaborador. Fabián Mauricio Martínez González, nació en Bucaramanga la madrugada de un sábado 14 de junio. Estudió Literatura en la UIS y en el 2008 ganó por tercera vez la Mención de Reconocimiento del Concurso Nacional de Cuento de la Universidad Externado de Colombia y además, el II Concurso Nacional de Cuento RCN y MEN Homenaje a Tomás Carrasquilla. Es director del taller de literatura RENATA-UIS y este año publicó para Editorial Norma el libro “Me llamo José Antonio Galán” de la colección juvenil “Me llamo…”.
Su primer libro se titula “Una ciudad llamada Bucaranada” y será lanzado en noviembre de este año. Gaspar, el payaso triste hace parte de un libro en proceso titulado “El Circo de la Carpa Negra”.
• Anotación de El Magazín: El crédito de la foto corresponde a Toys Never Forget, Flickr, Alyssa L. Miller