
Fernando Araújo Vélez
Yo fui una sonrisa sin dientes, como dice una canción que oí el otro día, pero no vaya usted a creer que este va a ser un eterno lamento borincano, pues no vale la pena, ¿ve?, por mucho que uno se queje y por mucho que le duela el alma, la gente cree que no, que ni tenemos alma ni sentimos dolor porque nos robamos una billetera o porque le contestamos feo a la gente que no nos da una monedita.
Pero usted, que debe ser como ellos, no comprende que más que la moneda nos hiere la humillación, el no, ese no como de quien no quiere la cosa, ese no de me importa un carajo lo que usted haga con su vida, porque nunca, jamás, va a dejar de estar en la calle pidiendo, y nunca, jamás, va a ser una escoria, un gamín. Ese no que hemos soportado desde niños. No a los juegos, no a la escuela, no a la comida, no a los dulces. Y después, no a las novias, no a los carros, no, no, y no. Y porque todo es no, fíjese, el pegante es sí. Y porque todo es no, los atracos son sí. Y porque todo es no, la vida no vale nada, como la ranchera.
Ese soy yo, sí, un gamín, como nos llamaban antes. Un don nadie que anda al acecho de los descuidados, que huele el billete, que siente el peligro, que provoca el caos porque en el caos, del caos saca partido. Un gamín, sí, prefiero que me diga así a como nos dicen ahora, pirobo, gonorrea, y todo lo demás. Gamín es como más sonoro, de mayor categoría, ¿no le parece a usted? Limosnero, nos decían también. Qué tiempos aquellos. Limosneros… si hasta había canciones con nosotros, Limosnero de amor, canciones buenas, bonitas, con versos y todo. Yo crecí en esa época. Éramos pocos, nos conocíamos todos, nos dividíamos el territorio, hasta nos protegíamos. Después, de un momento a otro, comenzaron a aparecer cientos más, miles más, y las esquinas se volvieron patrimonio de uno que les cobraba a los otros, a mí, por ejemplo. Teníamos que darle billete a un tipo como nosotros para que nos dejara trabajar. Mafia, pura mafia, más mafia. ¿Y ya a los 40 y pico qué haces? Entregarte. Ni ánimos te quedan para pelear. Sólo para robar, si puedes. Para asustar. Para dañar los semáforos y en los trancones y raparte una cartera, un celular, lo que sea.