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Gallinazos danzantes

 

Martina Acosta

“Los gallinazos son especialmente hermosos. Cuando niña podía durar horas acostada en el balcón viendo gallinazos diminutos dando vueltas por encima de las nubes. Me imaginaba que subían tanto que podían llegar a la exosfera y luego regresar a reunirse con su familia de gallinazos. Siempre, en las mañanas, veía cientos de gallinazos saliendo de la montaña con la aurora. Se paraban en la cúpula de la iglesia y extendían sus alas en un saludo sagrado al Sol. Luego no sé qué hacían. Creo que volaban, merodeaban, visitaban mataderos, perros muertos, basureros, satélites, iglesias.  Lo que Jaime decía de los gallinazos, era que ellos saben desde siempre el momento exacto en que van a morir. Una vez, vimos uno bajo la plataforma del tren esperando paciente la llegada de su hora. Digno, tranquilo. La muerte no le asustaba, porque se alimentaba de la muerte. Era testigo fiel de la vida después de la muerte”.

Esa fue la nota póstuma de Olga Martínez, después de pasar cinco meses en el hogar Montecarlo, para pacientes geriátricos, sentada frente a una ventana de cortinas azules, que daba a un patio lleno de gente vieja. Sus dos hijos no esperaban nota póstuma. Hace tiempo no pronunciaba palabra, por lo que no imaginaban que en su cabeza hubiera algo de razón ni de coherencia para escribir siquiera una línea. Sin embargo, les parecía macabro que ella dejara, como últimas palabras a los hijos de sus entrañas, una reflexión sobre la vida de los gallinazos, que eran animales, a su parecer, tan sucios  y vulgares.

Para evitar protocolos innecesarios, y pese a que había insistido en que cuando muriera quería ser enterrada debajo de un almendro en la vereda donde vivió hace setenta años, su cadáver diminuto, de unos 20 kilos, consumido por la enfermedad, fue cremado. Aséptica, espera en una urna del osario de la iglesia de Santa Rita, un accidente, una ventisca, una catástrofe, el apocalipsis o cualquier cosa, que la libere de la quietud y la lleve volando entre corrientes de aire frío y caliente sobre las nubes, por encima del mundo, como a los gallinazos.

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