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Eureka, eureka, eureka!…y un suicidio

Flickr, jenny downing
Flickr, jenny downing

Néstor Solera Martínez (*)

El silencio del mediodía lo rompió en el poblado un hombre desnudo que gritaba eureka, eureka, eureka…  y que, doscientos metros adelante, se lanzó al mítico río Sinú con su descubrimiento y se ahogó. De inmediato buscamos el cadáver río abajo. Lo encontramos no muy lejos, enredado en la orilla de un manglar, con la barriga llena de agua y los ojos despepitados.  Adoloridos, sacamos el cadáver del río (“Se volvió loco”, comentaban todos) y lo llevamos en una parihuela –era Bruno Portillo, ese hombre que se parecía a Don Quijote de la Mancha- al rancho de techo de palma y paredes de bahareque en el que había vivido, la mayor parte de sus más de cuarenta años, siempre solo. Yo vi en esa casita  una hamaca, una mesita enclenque sobre la que había  libros,tachment_3718″ align=»aligncenter» width=»512″ caption=»Flickr, jenny downing»]Flickr, jenny downing[/caption]

Néstor Solera Martínez (*)

El silencio del mediodía lo rompió en el poblado un hombre desnudo que gritaba eureka, eureka, eureka…  y que, doscientos metros adelante, se lanzó al mítico río Sinú con su descubrimiento y se ahogó. De inmediato buscamos el cadáver río abajo. Lo encontramos no muy lejos, enredado en la orilla de un manglar, con la barriga llena de agua y los ojos despepitados.  Adoloridos, sacamos el cadáver del río (“Se volvió loco”, comentaban todos) y lo llevamos en una parihuela –era Bruno Portillo, ese hombre que se parecía a Don Quijote de la Mancha- al rancho de techo de palma y paredes de bahareque en el que había vivido, la mayor parte de sus más de cuarenta años, siempre solo. Yo vi en esa casita  una hamaca, una mesita enclenque sobre la que había  libros, revistas, cuadernos, periódicos, papeles, lápices y lapiceros; un viejo taburete,  un televisor y en  el patio una bañera casi llena de agua. Arquímedes, pensé angustiado y triste debajo de un árbol de mango. Sé que nadie más lo pensó y… De pronto, perplejo, descubrí, junto a la bañera, sobre el piso de arena unas palabras escritas, o con la punta de un palo o con el dedo índice. Decía el escrito que leí con cierta dificultad: “El sol está dentro de mí y, Patricia, la mujer que yo amo,  lejana e inaccesible”. Me pregunté entonces intrigado, detectivesco por cuál de las dos  cosas  Bruno gritó, eureka y, de igual manera, por cuál se suicidó. La cuestión era tan evidente que no había que ser Sherlock Holmes o un genio para dilucidarlo. Digo que Bruno gritaba eureka, eureka, eureka%

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