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EL ESPEJISMO DEL COLIBRI

Por: Claudia Quintero

Nota: mientras lee, recomiendo escucharlo:

La arena fría se mezclaba con el espesor del aire, los árboles inquietos agitaban sus ramas ante los enormes ojos cafés, que no cesaban de maravillarse ante tanta hermosura. Era como estar dentro de un cuadro; incluso sentía los brochazos que deshacían sus trazos en las manchas grises que sugerían una tormenta próxima. Cómo olvidar aquellos nubarrones de oscura belleza; sin duda alguna, eran casi negros, pero de una tonalidad que sus ojos jamás habían visto. Existía algo inquietante en ese color, como si no se limitara a las nubes, como si quisiera colarse dentro del viento y los árboles, extendiéndose hasta las raíces de la tierra y deteniéndose en el hermoso, aunque fúnebre, canto de las aves. ¿Qué la había llevado hasta ese bosque desconocido? Todo había sucedido muy rápido, y de una forma tan irreal, que a duras penas podía retener los vestigios de lo que fue su pasado. Se veía a sí misma corriendo a través de las sombras; ensordecida por los hondos quejidos de aquellas voces resquebrajadas que le hacían una súplica; tal vez una advertencia; quizá una advertencia vestida de súplica: ¡No te vayas; si lo haces, no habrá regreso posible; si te marchas, todos los caminos se cerrarán a tus pasos; la tierra se encargará de borrar tu huella; no serás más que el rostro de un extravío! ¿Era posible que hubiese corrido tanto? Debía tratarse de un sueño; uno claro e igualmente difuso. Trató de ponerse en pie, pero la fuerza de sus extremidades parecía haberse desvanecido. Se sentía diminuta, minúscula en medio de todos esos árboles, tan altos como nunca los vio antes, cuyos colores debían haberse escapado de la paleta del más atolondrado pintor. Como salida de la nada, apareció entre los helechos y las rocas una mujer de aspecto mayor; sus labios estaban completamente secos y su mirada, aunque fija y despierta,parecía habitar en un lugar distinto al que observaba, era como si contemplase una realidad diferente a la que se mostraba frente a sus ojos. Para su insólita sorpresa, aquella mujer andaba en una sola pierna, y su gesto amenazaba desbaratarse entre la bruma del bosque.

-¿Quién es usted?-

– Soy Sibila, quien todo lo sabe pero nada ve. Anda niña, pregúntame lo que quieras.-

– Sibila, ¿quién soy?-

– Vaya, vaya, sé que lo has olvidado pero no puedo responder a tu pregunta antes de que hayas hecho aquello a lo que estás destinada.-

-Sibila, ¿a qué estoy destinada?-

– A despertar, eres artífice de tu pesadilla-

– Sibila ¿dónde estamos?-

-En todas partes y en ningún lugar-

Después de aquella conversación, algo tan maravilloso como aterrador sucedió. De repente, el color negro bajó del cielo y se impregnó en el bosque, los colores salieron de donde pertenecían para unirse a un deforme torbellino que absorbía todo cuanto había. Trataron de correr, de huir hacia otro lugar que no hubiese sido engullido por el voraz apetito de aquella presencia que succionaba lo que encontraba a su alrededor. Fue en vano, sus piernas se congelaron y su paso se hizo pesado, como si se vieran obligadas a empujar el aire. No encontraban refugio en ningún lugar, sólo una enorme fuerza que devolvía su caminar. Ya era inmensa su desesperación, cuando divisaron, a lo lejos, una manada de bestias, ciertamente no eran las más grandes que habían visto, pero en sus ojos se reflejaba la firme determinación de hacer daño. En cuestión de segundos se vieron acorraladas: tras de sí el torbellino, por delante las fieras. De repente, el suelo  comenzó  a desvanecerse, ellas mismas se desvanecían entre el rugir de las bestias y el feroz soplo del remolino. Cerraron sus ojos y todo lo visible, pronto careció de color.

Cuando abrió los ojos, Sibila ya no estaba a su lado; dirigió su mirada hacia abajo y se dio cuenta de que estaba desnuda. Nuevamente, se percató de que aquel misterioso pincel hacía su voluntad dentro del blanco lienzo en el que se encontraba. Esta vez no se trataba de un bosque; quien quiera que fuese el artista, la sumergía en un océano. Lo supo cuando vio el color azul en ascenso, desde la parte inferior del cuadro; luego, aparecieron los primeros peces que nadaban entre su cabello marrón. Inicialmente no se sintió objeto de amenaza alguna, pero después fue presa del temor más obvio: podría ahogarse. Ante aquella posibilidad, movió lo más rápido que pudo sus piernas y manos; no obstante, mientras más impulsaba sus extremidades, más se sumergía dentro de aquel mar, que de un momento a otro se tornó  escarlata. A medida que trataba de flotar, el océano parecía hacerse cada vez más profundo; el agua ya tocaba su barbilla, y desconocía lo que hizo que el mar cambiara de color. No tardaría en enterarse: cuando el agua ya la cubría por completo, lo vio, la criatura más bella que nunca antes hubiera contemplado. Se trataba de un pez plateado, sus escamas eran diamantes que brillaban y se apagaban alternando, completa, la gama de azules. A pesar de lo extraordinario de esta criatura, se le veía triste, no, más bien, un tanto inerte, como si aquellos ojos incandescentes se hubiesen petrificado. Fue entonces, cuando se dio cuenta de que el animal había caído en  la trampa de un pescador; el anzuelo se había clavado en su cuerpo, y su sangre se había mezclado con el agua del mar. De repente, ella misma estaba atrapada en una red de pesca, trató de liberarse por todos los medios, desde rasgar la malla de la red con sus dedos, hasta intentar cortarla con sus dientes. Fue inútil, la malla comenzó a ascender con ella y el hermoso pez dentro. Por una parte, le aliviaba el hecho de que podría respirar, pues sus pulmones no aguantarían mucho más; sin embargo, le preocupaba lo que pudiera pasar después.

A medida que la red subía, alcanzó a divisar un pequeño bote de madera. Ansiaba llegar a la superficie; de lo contrario, se ahogaría. Todo comenzó a hacerse difuso, se desdibujaba el cuerpo del océano y cada vez distinguía menos los ojos del pez que estaba a su lado. De repente, una luz amarilla se apoderó de su mirada, pensó que quizá se tratase del sol, entonces se dejó llevar por la llama que había acaparado sus ojos, sentía como si esa luz hubiese entrado bajo su piel para devorarla desde su interior. Estaba tan sumergida, tanto en el océano como en la luz, que no se dio cuenta de la ráfaga fulminante que envolvió su cuerpo y lo llevó hasta otro paraje.

Recuperaba poco a poco el sentido, se sentía aturdida, más de lo que había estado en todo ese tiempo. De pronto las escuchó, aquellos susurros de ronco acento solo podían pertenecer a las voces suplicantes que había oído antes.

– No escaparás de nosotros, somos la llaga que cubre tu cuerpo y el tormento que ahoga tus certezas.- Susurraban aquellas voces sin rostro, mientras se reían despiadadamente, entre palabra y palabra.

-Cuenta tres pasos y estarás muerta, no eres nada, ya nos hemos hecho con todo de ti, tan solo mírate, lloras ante nosotros mientras te atascas en la arena movediza.- Exclamó una de las voces que ahora cobraba un matiz poco humano.

¡Basta!- Gritó con la poca voz de la que su garganta fue capaz.

No entendía el motivo de aquella travesía: primero el bosque y la persecución que allí padeció, luego el océano y la muerte de lo más bello que nunca antes vio, y ahora; ahora ni siquiera podía contemplar su desgracia, la brocha había cubierto el lienzo de negro, y las voces que la habían amedrentado,  estaban de regreso.

En medio de su más profunda desesperanza, surgió de entre las voces, una familiar; la reconoció, era Sibila que se filtraba entre el ruido de las sombras.

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