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Esos raros remedios nuevos

08-08-08's Morning sun, Flickr, emrank
08-08-08's Morning sun, Flickr, emrank

Para Aston Martin

Patricia Stillger *

Tengo para heridas viejas remedios nuevos. Las heridas no existieron siempre. Antes fue el Paraíso. Ni mi madre podía intuir que ese malestar, esa inquietud de niña eran la madre de mi desasosiego de hoy. Ahora soy madre y sé en qué momentos mis hijos echan raíces de dolores que no conoceré, pero que nacen ahora. No he aprendido a curarlos a tiempo.

Yo era un sol cuando el sol es hermoso. Nada menos que eso. Pero ese sol ya soñaba con cositas raras. Tenía cabelleras de colores de distintas sirenas y con ellas jugaba a la orilla del agua. Un día vi mi imagen reflejada en el agua extrañamente inquieta y nítida. Enfundada mis piernas en una toalla de cola de pescado y esa cabellera colorada de algas y – no seas obvio- no nació mi narcisismo, pero siempre he sido presuntuosa.

Si pudiera ser más clara…… No te quedes con lo primero que lees. No seas ingenuo, no pongas el primer rótulo, no te quedes tranquilo: “Allá va la vanidosa y esta es otra historia de otra vanidosa”. Incorrecto. Te toca leer, imaginar. ¿Puedes?

Cuando se terminaba la siesta y la sirena, o la siesta duraba todo el día (eso significa que tus padres no te vigilian), me arrastraba fuera de la vista de las lagartijas y llegaba a la tapera de un enano. El enano era hijo de……No, eso no es relevante ahora. El enano vivía solo y tomaba más de la cuenta. La tapera estaba rodeada de maleza y sus muchos perros no me ladraron; conocí tempranamente que la sumisión o su apariencia gusta a los perros. Agujeros. Unos mejores que otros, dependiendo del ángulo que quería alcanzar; la cama o  la silla junto a una mesa. Lloraba para adentro para que el enano no me descubriera. Me moría de pena por él, de compasión. Me juraba salvarlo. Estaba segura de lograrlo. De compasión lloraba; cuando los cristianos son sinceros, cuando les agarra la pasión transitoria en Pascuas. A mí, todavía me agarra en Navidad y eso que hace rato que no creo en nada. Será lo último en abandonarme, justo antes que el alma.

Bien, así lloraba yo por mi pequeño Cristo si quieren. ¿Hasta aquí no es rarito? (Nunca escucharán “bizarro” de mi boca).

Pasan los años y se me fue la sirena. Nadie la llora. Llegaron otras mitologías para reemplazarla. Nunca he dejado de jugar. No veo más al enano, pero empezó a erotizarme su recuerdo. No me hagan contarles más. Sí…. Todo eso que una se vuelve cuando está sola.

El enano fue el primero. La lista es larga. La llamo “mi galería”.

Imaginen ahora, otra vez el principio. La niña como un sol  en la escuela. No molestaba. Digo, la escuela no le molestaba. Leía más que sus compañeros y sabía que leía más que sus compañeros. Todavía hoy una maestra recuerda a la niña como un sol que leía la biografía de María Antonieta de Stephan Zweig a los 11. A las niñas que leen no les dan la bandera. A una niña que lee eso no le importa. Así nació el orgullo en la niña como un sol.

Estoy muy grande, pero sigo jugando. Sólo sé jugar, menos amateur quizás; más peligroso quizás; jugada quizás. Pero a mí me cura. A mí me ayudan a llevar esas heridas de la niña como un sol a buen puerto. ¿O acaso no estoy escribiendo? ¿O acaso  no me estás leyendo? ¿Vanidosa, desviada, orgullosa? No seas tonto. Yo jamás  elegiría a una víctima como tú.

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(*) Colaboradora y escritora argentina.

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