El Magazín

Publicado el elmagazin

Energía pura

Wiesner Osorio

Wiesner Osorio fue el ganador de ‘Una idea para cambiar la historia’, de History Channel, con un proyecto que utiliza el agua para crear un gas inestable que genera energía eléctrica. Crónica de la premiación y de su vida.

Por Juan David Torres Duarte / Ciudad de México*

1

Hace años, Wiesner Osorio viajó a Ecuador en bus. El recorrido tomó sólo dos horas hasta que llegó a Tulcán, se apeó y visitó los alrededores. Aquella fue la primera vez que salió del país. La segunda fue el 9 de diciembre en el vuelo AV72, de placas N724AV, con destino a Ciudad de México, para participar en la ceremonia de premiación de Una idea para cambiar la historia, un concurso de History Channel. El vuelo —con turbulencia moderada— ya sumaba cuatro horas cuando el piloto anunció el comienzo del descenso. Desde la silla 16E, con vistas al cielo, Osorio levantó los brazos en celebración, chocó su copa de plástico —había pedido whisky con hielo—, sonrió y tomó fotos de la cabina, de las nubes y el ala, de él mismo.

—¡Salud!

A su lado estaba Angélica Maya, su esposa desde hace un lustro, de 25 años. No había dormido en todo el viaje aunque se habían despertado a las 3 de la mañana para viajar desde Armenia —donde viven— hasta Bogotá y de allí a Ciudad de México, y se sostenía nerviosa de la cabecera del puesto delantero cada vez que el avión vibraba. Para pasar el tiempo, escuchaba música, hablaba con su esposo con brevedad y jugaba ‘¿Quién quiere ser millonario?’ en el sistema de entretenimiento. Entonces, Osorio intervino en una de las preguntas del juego: ¿Cuál de estas es una emanación tóxica?

Osorio ha recabado en los archivos de noticias y en los estudios, que le llegaban a través de amigos, sobre el cambio climático. Sabía qué consecuencias tiene el carbono en la vida diaria, cómo se producen toneladas de él a diario y cómo, a través de ciertos mecanismos, es posible frenar su efecto. Sabía, también, que la máquina que había presentado para el concurso era una solución que, potenciada, podría ayudar a las comunidades a tener una vida más plausible. El mecanismo es sencillo: separar el hidrógeno y el oxígeno del agua —un proceso llamado electrolisis, a través de paneles solares—y obtener un gas inestable llamado oxihidrógeno. Ese gas puede impulsar un motor cuando entra en combustión: es una energía alternativa eficaz. Aplicó el proyecto en su auto —un Renault Symbol— y en cuatro motos. Tiene una escala de precios que ha compartido entre sus amigos para instalar el sistema en sus vehículos. Durante cinco años, desde que empezó el proyecto con recursos propios, Osorio ha pensado que una variación tan simple puede determinar un efecto mayor: eliminar o disminuir, por lo menos, los gases que son lanzados a la atmósfera.

Por eso, con seguridad, respondió a la pregunta del juego: monóxido de carbono. Erró: era dióxido de carbono. Abrió los ojos, sorprendido. Tenía la bandera de Colombia amarrada al cuello con un nudo simple y tres mil pesos en el bolsillo.

—No, pero no puede ser —miró a Maya—. Entonces son ambas —y se arrulló de nuevo en su puesto.

 

2

Wiesner Alfonso Osorio Ocampo nació en marzo de 1982 en Cali y ha pasado toda su niñez y juventud en el barrio Floralia, de la comuna seis: un barrio donde la gente prefiere estar en silencio. Su madre es de Medellín; su padre, de Bogotá. Hace un año tuvo que trastearse a Armenia porque no encontraba trabajo, y desde entonces es instructor del Sena. Osorio tenía 18 años cuando su padre, que era despachador de buses en la empresa Blanco y Negro, se quedó desempleado: estaba empeñado en llenar las planillas al modo antiguo, a mano y sobre papel, y se resistía a los sistemas informáticos. Por entonces, Osorio apenas salía del colegio y de repente se vio forzado a sostener a su familia. Encontró un patrocinio para estudiar y trabajar al mismo tiempo en Goodyear: con radio al hombro, supervisaba el manejo de las máquinas, encontraba que cada minuto de producción perdido valía miles de dólares, que las máquinas determinaban el éxito de la empresa. Desde ese tiempo, sus padres están en casa:

—Mi mamá está como ama de casa. Y mi papá, también. ¡Jajaja! —dice volcando el cuerpo hacia delante, abriendo sus manos, afiladas y largas.

Cuatro años después tuvo a su única hija. Estudió en el Sena y luego ingeniería mecánica en la Universidad Autónoma de Occidente, se especializó después en mantenimiento predictivo —ajustar las máquinas antes de que les suceda algo, “viene de predecir”— y encontró que había asuntos erróneos: que la curva de contaminación es ascendente, que son más los que nacen que los que mueren, que creamos carbono cuando respiramos y que hay carbono en todo lugar, que hay que crear energía renovable, que hay que tener una solución y no sólo un remedio, y fue más allá y pensó que los hombres olvidaron que somos humanos y se dedicaron a la competencia, a ganar más que el otro, y olvidaron sin remedio que hay que ayudar a quien lo necesita y que, en últimas, cooperar es el golpe que impulsa a una sociedad.

Fue entonces cuando una de sus alumnas le habló del concurso, le preguntó por ese proyecto que estaba desarrollando, le dijo que lo presentara, que nada perdía. Osorio envió algunas fotos y una descripción. Jamás adjuntó el video que se solicitaba. Meses después, recibió una llamada: estaba entre los diez finalistas. Con un megáfono, en carro, calle por calle, Osorio y su esposa anunciaron la noticia y pidieron a los habitantes que votaran por él en internet. Sumó más de 26 mil votos y quedó entre los cinco últimos participantes: dos chilenos, un mexicano, un peruano, él.

Horas antes de la premiación, Osorio fue al brindis que se ofrecía previo a la ceremonia, en uno de los salones del Hotel St. Regis en Ciudad de México, cinco estrellas, sobre el Paseo de la Reforma. Tenía un vaso de whisky y un vestido de paño oscuro recién comprado.

—Yo voy con esta actitud —dijo, arrugando la boca, como si fuera una apuesta irrevocable—: voy a quedar de quinto, ¿sí o no?

En un salón lleno de gente de esmoquin, blandiendo vasos de whisky y vino rojo y blanco, Osorio nunca se quitó la bandera de los hombros.

3

Después de que varios medios de comunicación, en radio y prensa, lo entrevistaron por los votos que había obtenido, Osorio comenzó a recibir llamadas de Haití y España para desarrollar su proyecto. La alcaldía de Cali lo citó para hablar sobre él. A todas las llamadas dio una respuesta lacónica pero respetuosa: hablamos después de la premiación. Había varias cosas que pensar antes: el contrato como instructor se acabaría —aunque será renovado en enero—, tenía deudas y el proyecto de crear su propia empresa con dos acuerdos listos para laborar. Y estaba, además, el concurso: quería ganarlo y demostrar que su idea podría ayudar a varias personas, y quería —a su modo— los US$60 mil dólares del primer premio, que invertiría en materiales y ensamblaje.

Voló a México sin cambiar un solo peso colombiano por pesos mexicanos. Sabía de antemano que no tendría tiempo para visitar la ciudad —estaría en ella apenas dos días— y que estaría ocupado atendiendo medios, viviendo las horas prematuras antes de la premiación. Se instaló en el hotel, bajó al comedor a almorzar. Pidió una hamburguesa. Cuando el mesero llegó a la mesa con el pedido, Osorio miró los cubiertos: había dos tenedores y dos cuchillos de distintos tamaños a cada lado del plato. Él prescindió de todos e inauguró la comida vespertina con un mordisco.

Habló con los jurados, habló con los otros participantes, siempre de manera atropellada, uniendo un tema con otro, reconociendo que ya se sentía ganador, que haber llegado hasta allí era un premio suficiente.

—Tengo ya un proyecto, una empresa y dos contratos —dijo durante la cena—, pero yo no me tengo que olvidar de la gente. No puedo.

En la noche, después de dar entrevistas a medios mexicanos, Wiesner se sentó en la mesa número uno del salón. Escribía en su celular de manera nerviosa, y le pidieron que parara, que se concentrara en la ceremonia, le dijeron que ya pronto lo llamarían para recibir la medalla y que pronto —después de seis meses de espera— comenzaría la premiación. Anunciaron a los puestos dos y tres: el chileno Hans Araya —con un proyecto para producir agua potable de manera económica— y el mexicano Gerardo Nungaray —su idea versaba sobre la utilización de basura plástica para crear combustible—. Entre tres empresarios nombraron al ganador. Osorio caminó hacia la tarima con una sonrisa incompleta, casi sin pestañear, seguro de sí, y dio un discurso breve —se lo habían pedido horas atrás: que hablara poco, concreto—, sin una sola pausa, con confianza pero al mismo tiempo aventando bendiciones y agradecimientos.

Rodeado de invitados y periodistas, Osorio sintió dolor de cabeza y después tuvo ganas de vomitar. La repentina rapidez de la noticia y la sensación de ser el centro de un evento que consideraba esencial produjeron en él un revoltijo primitivo: era una bruma en la boca del estómago. Fue al baño, volvió. Se quedó fuera del salón, atendiendo a quienes lo felicitaban, dando gracias.

—¿Qué va a hacer con las llamadas que aplazó?

Carcajeó. A su alrededor había periodistas, grabadoras, los invitados le sonreían de lejos.

—No sé. Ni idea.

 

*Este texto fue realizado gracias a la invitación de History Channel a Ciudad de México.

Comentarios