
Juan Carlos Piedrahíta (*)
La música nunca volvió a ser la misma. Cuando Michael Jackson deslizó sus pies por primera vez se supo que con ellos arrastraba todo lo que se había creado hasta el momento. Con el izquierdo dejaba atrás el pasado, mientras que con el derecho escribía la historia con su propia letra. A ese paso de baile se le conoció con el nombre de ‘moonwalk’, pero más que una suerte de acrobacia terrenal condimentada con zapatos negros, calcetines blancos y pantalones botatubo, fue parte de un concepto escénico que logró vincular el sonido con una propuesta visual contundente.
Seguro no fue una creación espontánea y menos en el caso de un ser que, como él, tenía el rubro de artista desde antes de haber sido bautizado como Michael Joseph. Sus hermanos mayores y algunos amigos del barrio en su natal Indiana conformaron, a comienzos de la década del 60, una agrupación de corte juvenil a la que la estrella se unió en 1964 asumiendo roles secundarios como la interpretación de la pandereta y algunos golpes de la percusión menor. Sin embargo, una figura de ese calibre no se sentía cómoda con una asignación tan básica y comenzó a llamar la atención sin mayores esfuerzos. Con lo que en castellano denominamos carisma y con un ángel sin antecedentes, el pequeño se convirtió en la pieza fundamental de la banda The Jackson Five cuya propuesta sonora se basó, entonces, en sus capacidades y en las indicaciones del sello Motown, especializado en soul y funk.
De esta exitosa aventura familiar, Michael Jackson se dio la licencia de interpretar a un espantapájaros en una versión para entonces (1978) moderna del clásico musical ‘El mago de Oz’. Allí conoció a Quincy Jones, con quien tuvo una unión artística singular en la que el cantante, bailarín y compositor aportó todo lo que había en sus entrañas, mientras que el reconocido productor elaboró el diagnóstico de lo que marcaba el interés de las multitudes. El dueto funcionó de tal manera que el artista fue rey en un tiempo caracterizado por la ausencia de grandes figuras. Cientos de músicos con intenciones de protagonismo colmaron las pantallas de los recién consolidados videos musicales pero todos, a excepción de unos pocos y entre ellos Jackson, marcaban diferencia. Sin duda, muchos eran buenos pero les faltaba talento, constancia o suerte para cambiar la historia.
Michael Jackson tuvo eso y mucho más. Su ‘Moonwalk’ evolucionó y el video clip ‘Billie jean’ fue prueba de ello. Sus zapatos negros y sus medias blancas no eran los únicos elementos que relucían, pues el piso se encendía conforme a su paso. Después de dos años de su muerte, ocurrida el 25 de junio, a él se le puede criticar el abandono a algunas generaciones que en su madurez (tanto del artista como del público) esperaban mucho más, pero no se puede desconocer que después Jackson la música no volvió a ser la misma.
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(*) Periodista de El Espectador.