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El sofá

Das rote Sofa, Flickr, dierk schaefer
Das rote Sofa, Flickr, dierk schaefer

Miguel Castillo Fuentes *

Necesito el dinero, repetía una y otra vez. El taxi se detuvo frente a una casa blanca de dos pisos; las dos muchachas uniformadas descendieron del auto y entraron en ella.

Cruzando por un pasillo angosto de la casa, Alicia midió por primera vez la estatura de Juana, e inevitablemente se imaginó a sí misma como una jirafa acompañada de un enano. Ya vuelvo, seguramente debo despertar a mi tía y para que sepas está bastante enferma. Alicia no dijo nada y prefirió dejarse caer sobre el sofá. Miró el lugar y pensó que era horrible, pero aún así se sentía extrañamente bien. Lo que le gustaba era el sofá; en el de su casa, o el de cualquier otra, ella se sentía más como una rama extendida por el cielo, desproporcionada ante su realidad de 12 años. Pero ahí las dimensiones de sus piernas, brazos y cuello se habían encogido.
Echó una hojeada para no encontrarse con nadie. Tal vez la señora de verdad está enferma, pensó momentáneamente, pero lo olvidó prefiriendo verse a sí misma como una criatura pequeñísima hundiéndose en un sofá de gelatina. 

Dos pies diminutos descienden por la escalera; Alicia cierra los ojos con fuerza y finge dormir, esperando inocentemente que la dejen acostada allí, como una pequeña niña en medio de la noche.

Separación 

Se aleja esperando que ella estire su brazo y lo agarre antes que sea demasiado tarde. Pero eso no sucede, así que empieza a encogerse y se asusta porque sigue caminando sin saber a dónde.

Una apuesta segura

En 1968, después de haber sido goleado 5 – 1 por parte del Santa Fe y dejar cualquier oportunidad de ser campeón del fútbol colombiano, la ciudad de Bucaramanga intentó incendiarse momentáneamente. El equipo amarillo jugó tan mal que el “Choclo” Martínez volvió anotar un autogol y Julio “El Loco” Asciolo fue aplaudido por el público santafereño, no tanto por los goles que recibió, sino por las sorprendentes atajadas que se vio forzado a realizar durante los noventa minutos.

Aún así, la reacción violenta de los bumangueses no fue resultado de la goleada, o de la resignación de otro título perdido; dos días después del partido, un grupo de hombres que salió de El mesón de los búcaros, gritando e incitando a la gente, se transformó rápidamente en una turba furiosa porque la radio se encargó de propiciar el rumor de que “Andarín” Barbieri, técnico del equipo Búcaro, y que llegó al Campín sólo diez minutos antes del partido contra

Santa Fe, apostó a última hora contra su propio equipo. La turba, acompañada de gritos, machetes, botellas de aguardiente y cerveza, avanzó al Hotel Bucarica, lugar donde se alojaba “Andarín” Barbieri.

Pero Barbieri no estaba en su habitación, ni siquiera en la ciudad. El autobús en el que regresaron desde Bogotá sufrió un desperfecto, y el equipo no tuvo otro remedio que pasar la noche en San Gil. La turba de bumangueses furiosos, al no encontrar a nadie en la habitación 402, se disolvió a las 8:30 de la noche. A las 8:35 de la noche siguiente, Barbieri regresó al hotel, y treinta minutos después, con una valija negra en la mano, volvió a salir para no regresar.

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(*) Colaborador.

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