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El rodar de las piedras por América Latina

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Por: Andrés Gómez Morales
@dresnapolux

Vudú y teoría del Big Bang

No se puede saber lo que habría pasado si el Tour de las américas de los Rolling Stones hubiese llegado al cono sur en 1975. Tal vez habrían contado dentro de sus invitados con  Ray Barretto en la percusión y  Richie Ray en el piano, junto a los habituales Billy Preston y  Ollie Brown,  para tocar  Sympathy  for the devil. Mick Jagger llevaría un adorno de plumas en su cabeza y sus manos agitando las  maracas convertirían la canción en el eslabón perdido entre el rock y la salsa.

La gira no se concretó por el azar —era y no era el momento—: coincidió con la salida del guitarrista Mick Taylor y la llegada de  Ronnie Wood, quien tenía compromisos pendientes con su grupo The Faces. Por otro lado el rock and roll no estaba dentro de los planes de la Operación Cóndor, la que tenía a los dictadores de Suramérica alineados contra la juventud. Solo hasta 1995 con el Voodo Lounge Tour en una de sus tantas reinvenciones, los Rolling Stones se encontraron con un público que los escuchaba desde  hacía más de 20 años.

Voodo Lounge, el disco de 1994, fue el primero de los Stones sin el bajista Bill Wyman y con la producción de Don Was, quién les dio un aire retro dejando atrás el barroquismo de sus discos de finales de los ochenta. Tuvo acogida en la atmósfera grunge  y les sirvió para captar nuevas audiencias. La gira desembarcó en México en enero del 95 con un escenario ultramoderno que aprovechaba nuevos recursos multimedia y el auge de internet. El escenario era precedido por una cobra de acero gigante que escupía fuego cuando empezaban a tocar. La música salía por delgadas columnas a ambos lados del escenario, evocando los primeros años de búsqueda a través del beat de Bo Didley, junto a la armónica de Brian Jones en la versión de Not Fade Away.

El setlist de esa gira incluyó cuatro canciones del nuevo disco, You got me rocking, Sparks will fly, I go wild, The worst, Love is Strong y Brand New Car, además de sus clásicos de rigor, también estrenó al nuevo bajista Darryl Jones. Luego de grabar el video de I Go Wild en el templo de San Lazaro del barrio de La Candelaria con Kevin Kerslake, los Stones partieron para Brasil. Allí se presentaron en Sao Pablo, realizando tres shows. Luego hicieron dos presentaciones en Rio de Janeiro de las cuales una fue transmitida por  televisión nacional. En Argentina fueron recibidos por la ciudad más stone del mundo, en el Estadio River Plate, durante tres noches, colmando las entradas y satisfaciendo a rolingas iracundas. Finalmente, le llegó el turno a Chile dándole una noche que estremeció hasta a los muertos de la dictadura en el Estadio Nacional.

México, Brasil y Argentina recibieron de nuevo a los Stones en el 98, durante el Bridges to Babylon Tour que abría con Satisfaction y terminaba con Brown Sugar. Está vez presentaron canciones nuevas como Flip that Switch, Saint of me, Anybody seen my baby, Out of control…Bob Dylan fue invitado de honor, teloneando en Brasil e interpretando en Buenos Aires una versión no muy memorable de Like a rolling stone. Para hacerse una idea de como sonaban por esos días se puede consultar el disco No Security que registra la gira del 1999 con el mismo nombre.

En el 2002, los Rolling Stones celebran los 40 años de su fundación con el disco recopilatorio 40 licks, respaldado por el Live Licks Tour que no llegó a Latinoamérica, pero dejó 4 canciones nuevas: un nuevo himno Don´t stop y las discretas Keys for your love, Stealing my heart y Losing my touch, interpretada por Keith Richards. También dejó el box set de cuatro dvds, Four Flicks con el registro de conciertos en Nueva York, Londres y París. La banda se ve aquí como una máquina perfectamente ensamblada que despeja la pregunta de hasta cuándo puede seguir tocando.

Hace 10 años pasaron por Latinoamérica dentro de la gira A Bigger Bang Tour,  tocaron de nuevo en México, cumplieron con creces en Argentina y dieron un concierto gratuito ante un millón de personas en la playa de Copacabana. Esta vez la sorpresa la dieron en el Coliseo de San Juan de Puerto Rico. Dentro de su repertorio habitual presentaron nuevas canciones como  Rough justice, Infamy (interpretada por Richards), Rain fall down y Oh no, not you again.

50 y contando

Aunque aparezcan y se despidan envueltos en pirotecnia, son los mismos de hace 50 años, de cuando tenían peinados de trapero y jugaban a incendiar ciudades antes, durante y después de sus conciertos. Son aún la banda de rock and roll más grande del mundo, influyentes en la moda y las costumbres, como las que dictan que después de los 27 años se está demasiado viejo para el rock.

Los Rolling Stones regresan a un lugar donde nunca habían tocado, pero en el que su música está latente como la memoria de los hoteles que esperan con ansia para que destrocen sus habitaciones. Todas las ciudades los vieron y vivieron de alguna manera antes de verlos, por ejemplo Colombia, donde su icónica lengua adornaba los altares de las cabinas de los buses  al lado de la imagen del Divino Niño, un zapato de bebé y un escudo de cualquier equipo de fútbol.

Eran los ochenta y el riff de guitarra de Start me up opacaba los lánguidos acordes de Angie, reviviendo algo que los Stones casi pierden a finales de los setenta: a Keith Richards.  Eran los días en que no había conciertos en Bogotá y el rock se escuchaba en pocas emisoras y en algunos tocadiscos de buhardillas donde la aguja se salía de sus surcos por los golpes en el piso de un chico que imitaba los bailes locos de Mick Jagger.

La música de los Rolling Stones no pierde vigencia, la voluntad de  permanecer como grupo haciendo sonar lo mismo como si fuera lo otro, tocando el mismo riff, tejiendo acordes sobre una batería que persigue el ritmo de la guitarra, hace que  todo el mundo se entere cuando van a llegar y las ciudades se paralizan y los padres esconden a sus hijas, aunque  ya sean abuelas.

Están de vuelta, pero no de la edad de piedra ni de la era paleolítica. Nunca han dejado de tocar desde el mítico encuentro entre Jagger y Richards en la encrucijada de los trenes de la estación de Datford (tan parecido al de Robert Johnson con el diablo) cuando intercambiaron discos de Muddy Waters y Chuck Berry. Vuelven de un breve receso después de una gira por Estados Unidos, el Zip Code Tour, que entre mayo y junio del 2015 abarcó 14 ciudades incluyendo un festival en Quebec, Canada. Fue también pretexto para conmemorar los 45 años de Sticky Fingers interpretado en su totalidad en algunas ciudades.

En el 2014 estaban en la carretera, la gira 14 on Fire abarcó diferentes ciudades desde la capital de Emiratos Arabes, pasando por Tokio, Shangai, Macao y Singapur; 14 ciudades europeas incluyendo a Tel Aviv; 8 ciudades de Oceania. Claro que la gira tuvo un trágico intervalo por la muerte de L’Wren Scott, la pareja de Jagger, que se suicidó en marzo de ese año.

Con la gira 50 & Counting del 2012, empezó el segundo aire de la banda, la celebración de medio siglo que todavía no trae nuevo material excepto dos canciones incluidas en la recopilación Grrr: Doom and gloom y One more shot. En el 2013 retornaron al Hyde Park de Londres con un concierto gratuito, redimiendo el espíritu de 1969, a Brian Jones, el verano del amor y el virtuosismo de Mick Taylor.

Olé, olé, Stones

El anunció de la primera gira latinoamericana en el 2015 avivó el affaire que los Stones tienen con el continente. Quizás el más cercano a la región ha sido Mick Jagger, quien además de tener un ex-esposa nicaragüense, Bianca Moreno de Macias, visitó la selva del Perú en 1980 para grabar con Werner Herzog, Claudia Cardinale y Klaus Kinsky, la película Fitzcarraldo.

También en el 69 Jagger estuvo Lima, antes de la muerte de Brian Jones, junto a Keith Richards, Marianne Faithfull y Anita Pallenger; luego del incidente de  Redlands donde fueron atrapados por la policía de Londres en un festín de sexo y drogas que casi los lleva a pasar un largo periodo tras las rejas. El libro de Sergio Galarza y Cucho Peñaloza, Los Rolling Stones en Perú, documenta la experiencia.

Finalmente, 41 años después del fallido Tour de las Américas y 10 de no tocar en el continente, el América Latina Olé Tour  promete y cumple con nueve conciertos que incluyen seis países: Chile, Buenos Argentina, Uruguay, Brasil, Perú, Colombia, México. Luego llegaría el anuncio de un concierto gratuito en La Habana. Ya nadie especula que ésta será la última gira.

Chile repitió 21 años después de su primer concierto en el Estadio Nacional y fue como la primera vez, porque los Stones llegaron más grandes. La entrada de Start me up fue más espectacular que la de Not Fade Away en el 95. Aunque los más veteranos extrañaron que el setlist no trajera ninguna canción del Voodo Lounge, que diera pie para la nostalgia, sino 19 canciones como caballos salvajes:

It´s only rock and roll, se parece cada vez más a una versión de Chuck Berry; Let´s spend the night together, un guiño a la memoria de David Bowie; Tumbling dice, una sinécdoque del disco Exile to Main Street; Out control, una exhibición del carisma de Mr. Jagger. Hubo un espacio virtual antes de cada concierto para que el público mundial escogiera si iban a tocar, en este caso: She´s a rainbow, Like a rolling stone, Anybody seen my baby o She´s so cold. Tocaron She´s a rainbow como una primicia de lo que fue y pudo haber sido; mientras que la extrañísima Anybody Seen my baby, no fue elegida en el resto de la gira, a pesar de su actualidad del video donde baila una joven Angelina Jolie y hay un cameo de William Burroughs.

Wild horses, aparece con el romanticismo de canción de carretera, sin nostalgia, recordando que el hogar de los Stones son las giras; Paint it black, anacrónica hizo temblar las gramas y las gradas de todos los estadios; El riff de Richards en Honky Tonk Woman, sigue intacto y mejorado acompañado de la guitarra de Ronnie Wood. Luego se abrió en todas las ciudades un paréntesis para que Jagger presentara a la banda que mantiene  casi  la misma alineación de los últimos años:

Bernard Fowler y la chica nueva Sasha Allen en los coros (el reemplazo de la monumental Lisa Fisher que en este momento se encuentra de gira con Tina Turner, una ausencia notable); Tim Rice en los vientos junto al debutante Ken Denson, experimentado saxofonista de free jazz (quien no trata de sonar como el eterno Bobby Keys, fallecido en 2014, en el solo de Brown sugar); Matt Clifforf en los teclados, Darryl Jones en el bajo, funky desde que se retiró Bill Wyman; Chuck Leavell oficiando desde los teclados como director musical.

El público ovaciona a Ronnie Wood, a Charlie Watts, el baterista de jazz que mantiene vivo al rock and roll. El escenario se congela porque le toca el turno a Richards. Jagger abandona discretamente el escenario. Es un ritual que se repite desde los ochenta o desde los tiempos del Exile to Main Street. En Chile cantó You got the silver, un blues country que apareció en 1969 en el Let it Bleed y que interpretó con dramatismo en la película de Martin Scorsese, Shine A Light de 2008; junto con Happy, su canción de batalla. La primera noche en Buenos aires trajo a cuento la bailable Can’t be seen with you; en la segunda noche argentina, tocó con su voz de tarro la delicada Sleeping away, también de los tiempos del disco Steel Wheels y Before they make me run del Tatto you; en la tercera de La Plata, de nuevo volvió a las canciones de la primera, pero en Montevideo juntó Sleeping away con Can’t be seen y en Rio You got the silver con Before They make me run, al igual que en Bogotá, y así sucesivamente hasta llegar a Cuba.

Siempre tocaron Midnight rambler, esa canción que le da voz a un asesino; también Miss you con el inolvidable solo de bajo de Darryl Jones; también Gimme Shelter, donde la voz de Sasha Allen se intenta elevar como la original de Marry Clayton en el disco homónimo; luego aparecía Jumping Jack Flash, si el concierto  abría con Start me up o viceversa.

Con Sympathy for the devil las noches de la gira llegaron a su clímax, el escenario se ponía rojo por las luces que dibujaban en las pantallas estrellas de cinco puntas, calaveras con cuernos y cabezas de macho cabrío. El remate venía con Brown sugar. Unos minutos de espera y la sublime You can’t always get what you want, siempre acompañada de un coro local (en el caso de Bogotá el de la Universidad Javeriana), convirtió los estadios en templos góspel. El cierre estuvo a cargo de atemporal Satisfaction, donde el riff de Richards hacía al público levitar con él.

Fue lo mismo y lo otro en todas las ciudades, renovando el repertorio con improvisaciones, con guiños secretos, a veces tocaban Angie en lugar de Wild horses, la segunda noche en La Plata, la rompieron con el jam de Can’t  you hear me knocking. En Rio no pudo faltar la evocación dylanesca de Like a rolling stone, en Sao Paulo la sorpresa fue Worried about you y en Cuba una perla llamada All down the line.

 El país menos stone del mundo

Desde el concierto de Paul McCartney en 2012, el estadio El Campín no se  aprovechaba en toda su capacidad para algo diferente que el fútbol. Las 60 mil personas que colmaron el estadio la noche del 10 de marzo, conmemoraron los conciertos de los Rolling Stones que vendrán, a pesar de los prejuicios  de la opinión: que envejecer ganando dinero en una banda de rock  no es algo digno, que a pesar de su calidad los Stones no traían nada nuevo, que el público que accedería a las costosas boletas iría más por esnobismo que por gusto, que en su mayoría ninguno de los asistentes conocería otra canción distinta a Paint it black o Satisfaction.

Nada de lo anterior importó esa noche en que El Campín se convirtió en un milenario templo del rock y los asistentes fueron iniciados en los misterios de la diferencia en la repetición, el eterno retorno, la juventud que no conoce el tiempo, la comunión dionisiaca que hace a la multitud el uno y al uno, la multitud. Los Rolling Stones hilaban con las guitarras el camino que conduce al grito primario del primer africano en pisar América: el blues que habla con la voz del rock and roll y de los viejos que nunca dejan de ser jóvenes dioses.

Los Stones jugaron de locales contra la vanidad de los que no tienen nada de que alardear, excepto su nacionalidad y el haberlos visto en todas partes del mundo menos en Bogotá.  Mick Jagger se ganó al público recordándole sus regionalismos (oblea, güaro, guayabo)  y su producto nacional (¿café?), como lo hizo en los demás países de la gira. Lo mejor fue sentir igual a los rolos que a los causitas peruanos y los cabros chilenos. Pero tenía que pasar algo que pagara la entrada de los vanidosos espectadores que pagaron las mejores localidades para escuchar Angie.

Luego de anunciar al parcero de todos, al de la camisa negra, al único músico local invitado a tocar con sus majestades en toda la gira, sonaron los primeros acordes de la despechada Beast of Burden. Los menos conocedores de las influencias stonianas pasaron por alto el legado de Robert Johnson y Muddy Waters. Los más puristas entraron en shock como si hubieran visto al mismo Fonseca en el escenario, como si Jorge Velosa o Andrea Echeverry lo hubieran hecho mejor.  Pero los Rolling Stones no son una banda underground.  En la gira de los 50 años, invitaron sin pudor a Lady Gaga, Gwen Sthefani, Taylor Swift y muchos emergentes del country. Incluso se vio a un Bruce Springsteen tocando Tumbling dice fuera de tiempo a diferencia de Juanes que lo hizo bien.

La atmosfera del concierto estuvo colmada de electricidad, gracias al dialogo entre las guitarras afinadas con diferente tonalidad, inconfundibles en su matices, siempre el riff de Richards tejiéndose con el slide de Wood, un tiempo atrás siguiéndolos Charlie Watts y Daryl Jones colmando con pulso y melodía los vacíos. Jagger en todas partes, al frente, en la pasarela, corriendo, provocando, quitándole el cigarrillo a Wood y haciéndole guiños cómplices a Richards. Jagger derramando más sangre en el escenario que un ejército de diez mil hombres…Jagger conspirando.

Exilio en las calles de La Habana

A finales de los sesenta en la Cuba de la revolución, el rock, entre muchas otras manifestaciones culturales, era considerado un símbolo de la sociedad de consumo. Los jóvenes eran objeto de persecución por parte del aparato estatal, por llevar el pelo largo y ostentar actitudes “elvispreslianas”. El término es de Castro quien asociaba el baile y la música con la homosexualidad. Los Beatles y los Stones estaban vetados, pero no por ello eran desconocidos. Sus discos eran camuflados en las carátulas de los discos de Barbarito Diez. A pesar de la represión eran escuchados clandestinamente con el fervor de lo prohibido, lo que explica el entusiasmo de los jóvenes cubanos de todas las edades ante la noticia de un concierto gratuito en la isla.

La llegada de los Rolling Stones a La Habana revivió recuerdos en los cubanos que vivieron aquellos tiempos opresivos, aunque de bienestar social, dándoles la sensación de que los tiempos están cambiando, como lo expresó el mismo Jagger, citando a Dylan en medio del concierto. La visita de Barak Obama unos días antes acentuaba la sensación. Nunca se sabe, lo que puede pasar en la isla que se repite a pesar de haber sido el crisol cultural que invitó a toda América Latina a pensarse en sus propios términos, a través no solo de la revolución sino a través de la afirmación de su propio mestizaje, de su herencia africana.

La Ciudad Deportiva de La Habana, vio como se levantaba el gigantesco escenario adornado como una taracea barroca de formas alusivas a los Stones y a la cultura local. Mick Jagger venía preparando el camino. Visitó la isla buscando locaciones para producir una serie televisiva junto a la BBC sobre ciudades, para el caso un capítulo sobre la Nueva Habana. El encuentro entre los Stones y Cuba se llevó a cabo y no se pueden prever las consecuencias. La lengua diseñada por John Pashe ya adorna la boina del Ché y las fachadas de la Vieja Habana registran un evento histórico que para muchos significa un off beat en el tiempo.

Sin embargo, los Stones no son la primera banda de rock extranjera que se presenta en Cuba de manera gratuita, los primeros fueron la banda inglesa alternativa The Manic Street Preachers en 2001. Luego en el 2005 el turno fue para la banda post grunge,  Audioslave. Incluso el tecladista de Yes, fue invitado por el mismo Castro. Pero es la primera y la única  banda logró convocar a 400 mil personas que ya no le pueden dar la espalda al cambio ni al ocaso de una revolución que en palabras de Guillermo Cabrera Infante se convirtió en acoso, obligando a todo el que estuviera en su contra al exilio.

Es cierto que en apariencia no hay nada nuevo en los conciertos de los Rolling Stones, pero  los que asisten no vuelven a ser los mismos. En ellos se despierta algo relacionado con la duración y la intensidad de la vida. Hay un antes un después que invita a contar la historia, la de  un mito real. Por eso no importa volver sobre lo ya contado, escribir lo ya escrito, sus vidas y canciones son un paradigma que se actualiza cada vez que alguien asiste a uno de sus conciertos.

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