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El lente a las migraciones en América

Bolivia podría convertirse en una superpotencia económica con la reserva de litio más grande de la Tierra. Foto: Kadir Van Lohuizen / Agencia Noor, kadir@noorimages.com
Bolivia podría convertirse en una superpotencia económica con la reserva de litio más grande de la Tierra. Foto: Kadir Van Lohuizen / Agencia Noor, [email protected]

DESDE LA PUNTA SUR, en Puerto toro, hasta el extremo norte, en Alaska, el reportero gráfico holandés Kadir van Lohuizen recorre la vía Panamericana, investigando los principales factores de las movilizaciones humanas en el continente.

Daniel Salgar Antolinez (*)

Frustrado porque no lo aceptaron para estudiar fotografía en la universidad, Kadir Van Lohuizen guardó su cámara, inició estudios de ciencias sociales y tuvo la idea de crear la ‘Snurkhuls’, Casa de roncar, donde había desayuno, baños y techo para los pobres, drogadictos, prostitutas y destechados de Utrecht, Holanda, su ciudad natal. Cuatro meses después abandonó la universidad, convencido de que en el albergue adquiría mayor conciencia social. Pero pronto su creciente intriga por el mundo se hizo incontenible, se desprendió del proyecto, trabajó como marino en las costas holandesas y juntó ahorros para tomar un tren que en diez días lo llevó a la China de 1985.

Ese sería el primero de cientos de viajes por casi todo el planeta. Hoy, van Lohuizen pasa por Costa Rica, en una travesía destinada a estudiar las migraciones humanas en el continente americano a través del lente de su cámara, con referencia a las zonas de influencia de la vía Panamericana.

Aunque desempolvó su cámara para ir a la China de 1985, donde tomó algunas fotos del Tíbet antes del levantamiento chino de 1986, no fue allá donde se decidió por la reportería gráfica. Pasados seis meses se le agotaron sus ahorros y rebuscó trabajos en Hong Kong para seguir viajando, entre ellos actuó como extra en una película de Jackie Chan («necesitaban que un europeo comiera huevos fritos en un tren mientras la pelea transcurría en el fondo”: Van Lohuizen es un viajero de película) y juntó lo suficiente para ir a Manila, Filipinas. Allí escuchó que comenzaba la revolución contra el dictador Ferdinand Marcos. Fue entonces cuando sintió el llamado a fotografiar la historia.

«Ver tanta gente forzando un gobierno a renunciar y comprender el poder de la cámara como testigo de la historia, fue una experiencia que ha influenciado mi labor», cuenta. Vendió sus primeras fotos  en febrero de 1986.

Las travesías que desde entonces ha realizado dan para escribir libros gordos, aunque sus fotos lo dicen todo. Entre otros, ha hecho reportajes sobre el levantamiento palestino en el estado de Israel en 1987; la historia de los diamantes que se encuentran en África y van a dar a las joyerías de lujo en París y Nueva York; los efectos del Huracán Katrina en Estados Unidos y ahora las migraciones en América.

En 2006 estuvo en la Patagonia haciendo pruebas  del proyecto para estudiar las migraciones, aunque no consiguió  patrocinio. «Cuando uno habla de migraciones  a  pocos les interesa. En Estados Unidos y Europa muchos ven la migración cómo  una amenaza,  algo que debería eliminarse». Parte de su proyecto está encaminado a reafirmar su convicción: que las migraciones, legales o ilegales, no son una carga, que los inmigrantes son piezas clave del crecimiento económico y cultural de los países, que las migraciones son necesarias.

¿Pero por qué en América? «Es un continente formado por el colonialismo y la migración, que atraviesa tiempos políticos, sociales y económicos de coyunturales. Quiero mostrar por qué se mueve la gente,  por qué los inmigrantes son importantes para los países que los rechazan».

El holandés perseveró y consiguió la oportunidad de hacer el viaje.  Comenzó el pasado 17 de marzo en Puerto Toro, Chile, el punto más al sur de Suramérica, donde viven apenas 10 familias -algunas remanentes de la etnia indígena Yagan, disminuida después de la llegada de Fernando Magallanes en 1520- y hay sólo un pescador. Después de recorrer 25 mil kilómetros y 15 países, planea  llegar al último paraje de la Panamericana, en Alaska.

Asegura  que los principales factores de la migración contemporánea en Suramérica son la economía y la violencia. En Ushuaia, su segundo paraje, se topó con la migración económica: «Es un pueblo de inmigrantes trabajadores, donde la población se duplicó en los últimos seis años. Unos piensan que los inmigrantes traen inseguridad, otros que enriquecen la cultura. Pero todos están de acuerdo en que la fuerza de trabajo es necesaria». Luego pasó por Puerto Edén, Chile, uno de los pueblos más remotos del continente, por donde estuvieron hace cientos de años los Kawéskar -rudos pescadores nómadas que navegaban en pequeñas canoas entre los fiordos de la Patagonia- , de los cuales quedan sólo nueve. El resto de los 171 habitantes del pueblo son inmigrantes.

En Chile también conoció la isla Chiloe, que fue uno de los principales productores de salmón a nivel mundial hasta 2008, cuando las crisis financiera y viral acabaron con la producción y miles de inmigrantes perdieron sus trabajos. Según Van Lohuizen, «son deprimentes las condiciones de trabajo en las plantas de procesamiento que sobrevivieron a la crisis, algunos reportes dicen que las mujeres trabajan en pañales para no afectar el tiempo de producción yendo al baño». El pueblo está en decadencia, el crimen  ha crecido al punto de que las chapas de bronce del monumento que simboliza el inicio de la vía Panamericana fueron robadas. Por la masiva extinción del salmón, los pescadores se cambiaron al alga, que era requerida por compañías japonesas para la industria cosmética, pero el tsunami del pasado marzo afectó las exportaciones al país asiático: «malas noticias para Chilao y sus pescadores».

A su paso por Bolivia se topó con una de las promesas económicas más poderosas en la época de la energía renovable: la reserva de litio (elemento que podría reemplazar al petróleo) más grande de la tierra,  hallada en el salar de Uyuni. Allá se adelantan pruebas  para una planta de procesamiento que, de funcionar, Bolivia podría convertirse en una súper potencia y miles de inmigrantes económicos vendrían al país indígena.

En el amazonas peruano llegó a un pueblo llamado Delta 1, donde antes había seis casas y ahora, por la fiebre del oro que se encuentra en sus ríos, hay más de cinco mil habitantes. En el pueblo  hay tiendas de electrodomésticos y clubes nocturnos donde mujeres nativas sirven a los mineros inmigrantes. Y entrando en lo profundo de  la manigua, “de repente aparece un desierto, como si hubiera caído una bomba: ahí están las minas”.

Además de la migración económica, la violencia fue otro factor de desplazamiento que le salió al paso. Estuvo con los mapuches, el mayor grupo indígena de Chile, que durante la dictadura de Pinochet perdieron sus tierras y fueron a dar a Saranabia, un barrio pobre y violento de la capital, del cual ahora están saliendo para recuperar sus territorios ancestrales.

Pero si algo le sorprendió  fue los miles de inmigrantes que pasan diariamente el borde desde Colombia hacia Ecuador (cerca de 1500 mensuales), porque todos son desplazados por la violencia. La situación de los inmigrantes colombianos, dice Van Lohuizen, se refleja en las condiciones de la vía Panamericana, que desde el sur hasta la frontera colombiana está en excelentes condiciones, pero al ingresar al país se degrada: hay huecos, altibajos, el viaje se convierte en odisea. Y no solo eso, para Van Lohuizen los caminos reflejan cuánto se preocupa un gobierno por atender las poblaciones remotas de su territorio: “si no hay buen camino,  es difícil que llegue la seguridad, la salud, la educación… La gente tiene que migrar en busca de estos servicios”.

Estuvo en Timbió, Cauca, fotografiando lo que queda de los indígenas Naza, después de la masacre perpetuada por los paramilitares en 2001, en la que al menos 27 miembros de la comunidad fueron asesinados. La violencia obligó a la mayoría de la comunidad a desplazarse a Santander de Quilichao. Tres años después, el Gobierno devolvió las tierras a los Naza para levantar de nuevo su comunidad.  También fue a Gramalote, Norte de Santander, el pueblo destruido por una falla geológica en 2010, donde habitan pocas familias entre calles y casas por las que “parece haber pasado una ola”. Allí, le llamó la atención el mercado de los fines de semana, donde llegan las familias que fueron desplazadas por la naturaleza. El mercado se ha convertido en reunión, en ritual de su memoria.

Lohuizen alza los brazos, abre más sus hinchados ojos, se agarra la cabeza antes de hablar: “no me explico este país, cómo puede ser que la gente más amable del continente sea a la vez la que tiene detrás una larga historia de masacres, crueldades, corrupción, pobreza…”

Su camino no termina. Faltará ver su paso por Centroamérica y los corredores de droga que hay allí, su tratamiento de los mexicanos que pasan a Estados Unidos diariamente, su llegada a Alaska… ¿qué recóndita historia capturará allí su lente?

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(*) Periodista de El Espectador.

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