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El «Indio Jaramillo». Biófilo en el Amazonas

Mi amor a todo lo que tiene vida (…)

No creo ni afirmo nada. Vivo.

La vida es una especie de agradecimiento mutuo

Biófilo Panclasta

Marco Tobón

Tiene una hermosa piel cobriza, el cabello negro y largo recogido en una “cola de caballo”. Pocas veces lleva camisa, tiene en su rostro diseños uitotos pintados con achiote, en su pecho descubierto exhibe un collar de dientes de macaco y en su cabeza  una corona de plumas azules y amarillas de guacamayo.  Muchas veces lleva puesto un jean, unas botas de caucho y un machete –oxidado- al cinto.  Tiene los atributos físicos de un guerrero. Muchos de los turistas que llegan a Leticia-Amazonas, su ciudad, lo confunden con un misterioso sabedor llegado de lo profundo de la selva.  Adalberto Jaramillo Soto, conocido entre los leticianos como el “Indio Jaramillo”, desborda esa capacidad polifacética de los indígenas amazónicos. Siempre andaba en su triciclo de carga, después de que se lo robaran, se consiguió una bicicleta en la que recorre Leticia y sus alrededores cargando unas veces leña, otras veces arcilla, fibras vegetales, estufas destartaladas, por momentos se anima a trabajar como deshierbador de jardines, reparador de goteras, ha sido actor protagónico del filme leticiano “Despierta Juan” y ferviente lector de poesía, de la que dice que “leer poesía es parte de mi vida, es mi pastilla, mejora mi salud, me hace dormir bien”. Admirador del peruano Ricardo Palma, del mexicano Amado Nervo, de Porfirio Barba Jacob, del “Tuerto” López, de José Asunción Silva, del santandereano Ismael Enrique Arciniegas, con el que me agarró un día por sorpresa con su poema  “A solas” declamándolo de memoria.

“La primera poesía que me aprendí –afirma “Jaramillo”- dice así: ¿Quieres que hablemos? Está bien empieza:/Habla a mi corazón como otros días…/¡Pero no!… ¿qué dirías? /¿Qué podrías decir a mi tristeza?/…No intentes disculparte: ¡todo es vano! /Ya murieron las rosas en el huerto; /el campo verde lo secó el verano, /y mi fe en ti, como mi amor, ha muerto (…)”. Fue la primera vez en mi vida que escuché estos versos, con la fascinación de escucharlos de la boca de un indígena amazónico. Los indígenas gozan de una profunda sensibilidad poética, contemplando los sentidos trágicos, eróticos, fúnebres, alegres, fatales contenidos en toda existencia, y que se hallan presentes en sus propias habilidades narrativas, en sus mitos, en sus pensamientos, en las experiencias humanas que viven frente a la naturaleza, ante los animales de la selva y frente a los encuentros desafiantes con la historia de los no – indígenas.

Recuerdo que un día lo vi forcejeando con una boa de cuatro metros en la carretera Leticia-Tarapacá, fue uno de esos encantadores sucesos amazónicos que maravilló a moto-taxistas, conductores de buses, ciclistas, transeúntes, turistas despistados, hasta la policía ambiental que llegó al lugar no dejaba de tomar fotografías sintiendo cierta peligrosidad. La congestión vial aquella vez fue monumental, “Jaramillo” arrastraba de la cola a la gran boa, una señora gritaba, otro decía que entre todos la lleváramos al monte, todos expresaban su impresión y por unanimidad gobernaba la convicción de que aquel animal fantástico merecía seguir viviendo en la selva. En medio del alboroto un señor conmovido dijo que se sentía orgulloso del Amazonas, y una turista, a todas luces paisa por su acento, afirmó que “eh!, ustedes aquí pa’ qué “Animal Planet” si lo tienen al frente todo el tiempo”. Finalmente la policía ambiental llevó a la gran boa a su estación de comando asegurándonos que en “en próximas fechas el respectivo animal retornará a su respectivo hábitat”.

La primera  impresión que tuve cuando conocí a Adalberto Jaramillo, un día de diciembre de 2002 en Leticia, fue que era un hombre feliz. Es un hombre dicharachero, sociable y expresa abiertamente sus sentimientos, muchas veces cuando me lo encontraba después de sus múltiples labores, bañado en sudor y con sus manos untadas de todos los colores de la tierra, se bajaba de su bicicleta de carga, la misma que fue robada y en la que llevaba un letrero que decía “Soy indio ¿y qué?”, y me daba unos amigables y gigantescos abrazos que más allá de las prevenciones, escurrían  humanidad. El día que aceptó esta entrevista “Jaramillo” nos estaba esperando a Enric Cassú –un querido amigo catalán que le ha declarado su amor a la Amazonia – y a mí en la panadería en la que suele desempeñar “oficios varios”, como diría un formulario del DANE, desde proveedor de leña, hasta estucador de paredes rotas. Aquella vez Enric pidió un jugo de mora, yo seguí la misma ruta anti-etílica con maracuyá y  “Jaramillo” decidió pedir un “pintado con un pan redondo”.  Al preguntarle sobre sus orígenes, afirma con orgullo que “de la unión de un paisa y una paisana uitota, nació este paisano”. “Jaramillo” fue fecundado por un paisa andariego y una mujer uitota igualmente aventurera que hoy vive en Chile junto a uno de sus hijos. “Jaramillo”, como todos, es hijo de los azares de la historia, pero con la particular condición de ser resultado del encuentro entre andinos y amazónicos, germinado de  los viajes por ríos y trochas, hijo de la frontera, parte del substrato cultural indígena sobre el que se erige la Leticia contemporánea.

“Jaramillo” tiene una misteriosa fuerza provocadora, se presenta en sociedad según su parecer, con su corona de plumas y sin camisa, enfrenta los prejuicios racistas con toda alegría y honor. Digo esto porque hoy predominan los necios reclamos a las culturas indígenas a quienes se les exige como pruebas de identidad todo un repertorio museográfico, trajes rituales, máscaras, cuerpos desnudos, lenguas intactas. Esto es querer ocultar el curso cambiante de la historia, querer reproducir las imágenes dominantes de turistas ilusos, funcionarios confundidos y antropólogos estúpidamente románticos que tienen en mente la conservación del exotismo. La identidad indígena se construye en las transformaciones de la historia, ésta no depende de las imágenes exigidas por los forasteros que aún creen en los “salvajes”. Cuando el “Indio Jaramillo” exhibe, como un caso excepcional en las calles de Leticia, su corona de plumas, sus pinturas en el rostro y su collar de dientes de macaco, no lo hace por complacer a alguien, menos a extraños turistas, lo hace porque simplemente le da la gana y se siente bien.

-“Yo me siento incómodo cuando no me visto así. Yo me pinto, me pongo mi corona, ando sin camisa, me pongo mis collares, así me siento feliz. Vea, un día me fui a votar en las elecciones a la gobernación, y llegué allá, y la policía no me quería dejar entrar. Yo estaba sin camisa, con mi corona, con mis collares y mi pintura. El policía era un leticiano. Yo le dije, ‘usted hermano es de acá del Amazonas, pero usted ya no es indio, ¡usted es de la raza policía!, entienda que yo tengo mi cultura, mi tradición, yo no puedo ser lo que no soy, yo soy lo que soy. ¡No tengan pena!’”.

“Jaramillo” –le pregunté –alguna vez me habló de su concepto de “grindio”, una reflexión que usted hacía sobre la situación de los pueblos indígenas. ¿Qué es un grindio?

-Resulta que yo muchas veces me siento insatisfecho de ver cómo mis paisanos, de todas las etnias, de todos los países, no practican su cultura, aunque sepan su lengua dicen que no saben, mi gente se niega a ser como es, o como somos. No son indios, son grindios. Yo los veo con el cabello pintado de rojo, por acá amarillo, por acá otro color, eso se puede admirar, pero ¿por qué no admiran lo de acá? Ellos no quieren ser indios, quieren ser grindios.

La vocación escénica innata en “Jaramillo”, como es lógico suponer, lo llevó al cine. A causa de un evento fortuito que conspiró con su habilidad histriónica, apareció en el momento preciso para ser fichado para protagonizar en el 2006 el primer filme leticiano, “Despierta Juan”, bajo la dirección del amazonense Julio Cueva. “Yo estaba en la bicicleta vendiendo tortas en la calle –narra “Jaramillo” – , y dije, me voy por acá, después me meto por aquella calle, luego por allí, y de repente vi en la esquina de Inravisión, ahí por donde hay un supermercado, yo vi un montón de gente, y dije ¿y esto qué paso aquí?, ¿hay un muerto, un velorio, quién sabe? Me acerqué ahí, cuando yo miré a “Terremoto”, ¿conoce a “Terremoto” o no?, Julio Cueva se llama él. Es un muchacho muy indio, muy amazonense, quiere mucho a este territorio. Yo llegué ahí y “¡a la orden, a la orden, a la orden, tortas, tortas, torticas!”. Cuando Julio dijo, “huy indio, venga p’acá, venga p’acá”, y yo ¿qué pasó?, y dijo “indio, yo lo necesito. Es que aquí están los muchachos esperando para ver quién puede hacer el papel para una película”, ¿para una película?, le pregunté. Y yo ¿para qué le puedo servir?, ¡para cargador de maletas será! Y dijo, “no indio, usted tiene talento y vamos a cultivarlo”. Y yo le respondí, hermano pues a mí me gusta el teatro, la poesía, yo estuve en un concurso de declamadores en el Banco de la República de Leticia y yo me lo gané con el “Brindis del Bohemio”, popular ¿no?, del indio Duarte. Y a Julio le gustó mucho mi forma de expresión y conocedor de la cultura ¿no? Y me dijo, usted va a desarrollar este trabajo cinematográfico. Y de los sesenta que estaban buscando el papel protagónico para la película, quedé yo. Y ahí me quedé en “Despierta Juan”. Rodamos durante 22 días. Después estuvimos en Barranquilla, en Medellín, en Cali, en Bogotá, por supuesto, y después me mandaron otra vez para acá.

¿Y en qué consiste la historia de “Despierta Juan”?

“Despierta Juan” trata de cómo los indígenas llegan a la ciudad desde su comunidad sin ningún proyecto de vida, sin conocer a nadie. Viendo que los trabajos que él sabe hacer no le sirven a la ciudad, él sabe sembrar, él sabe cazar, pero ¿quién va a necesitar un cazador en la ciudad?, ¿quién va a necesitar un sembrador de yuca? ¡Nadie! Entonces el indígena llega a la ciudad y fuera de eso, es maltratado, es despreciado, es discriminado, y se olvida de su cultura, su idioma, todo se le está olvidando. Entonces el indio se convierte en un pordiosero, en un habitante de la calle, un vagamundo, es ultrajado. Y maltratado no solo verbalmente, sino con la forma de actuar del hombre de la gran ciudad. Fuera de eso si se enferma no lo atienden porque no tiene ningún seguro. El político lo explota, lo engaña. Como yo digo, el indio, cuando hay política, engorda, el indio de la ciudad, porque le dan comida gratis en las sedes políticas, pero se acaba la política y el hombre se queda sin comer, entonces enflaquece. Y eso es lo que se critica en “Despierta Juan”.

En una ciudad de 39.000 habitantes, como Leticia, resulta probable encontrarse con “Jaramillo” en algún momento del día. Además es un personaje conocido, cuya importancia cultural va más allá de ser una figura pintoresca en la que muchos creen hallar un pretexto para bromear. “Jaramillo” es un hombre autónomo, rebuscador de su sustento, algunas veces explotado por los que siempre se quieren aprovecharse de la bondad ajena y consecuente con su idea de “vivir siempre alegremente”. Una charla con “Jaramillo” en la calle es permanentemente interrumpida por transeúntes que lo saludan, niños que le dicen “qué hubo indio”, y que reciben de él la misma respuesta con toda festividad “¡Ole, qué hubo indio!”. “Jaramillo” tiene una notable presencia en la vida de las calles de Leticia, se le ve con toda autoridad viviendo su ciudad mientras trabaja en su bicicleta, sin camisa, con botas de caucho y una sonrisa emplumada. A mi modo de ver, “Jaramillo”, nacido de las entrañas de la Leticia indígena, tiene más méritos para ser exponente de la vida amazónica que el mismo Kápax. Sé que las comparaciones son odiosas, pero Kápax ha recibido todos los reflectores como símbolo amazónico, apenas granjeándose el cariño mediático de toda Colombia. El “Indio Jaramillo”, a fin de cuentas, representa otra historia, el desafío de forjar su respeto cultural en una Leticia extraviada entre el egoísmo de comerciantes, militares y políticos racistas. Su vida es la metáfora de esa historia amazónica de indios que se debaten entre la defensa de su vida cultural en medio de la seducción dominante del mercado. “Jaramillo” ha sido testigo de la transformación y crecimiento de Leticia, una ciudad que él mismo vive y construye sintiéndose indio, una ciudad compartida por indígenas de varios pueblos y otros pobladores venidos de Bogotá, de la Costa Caribe, paisas, peruanos, brasileños. Con “Jaramillo” uno empieza a comprender aquello de que dime con quién compartes la ciudad y te diré quién eres.

– “Jaramillo” -le preguntamos- usted qué piensa de cómo está Leticia, nosotros la vemos llena de huecos.

– Vea, ahora que dice hueco, ahí había un hueco grandote, ahí en toda la esquina de la panadería, medía como dos metros de hondo. Yo me sentía incómodo con ese hueco, entonces me fui y me conseguí una cartulina y empecé, “Atención”, en la cartulina, “Atención, soy madre soltera, tengo muchos hijos, cumplí 147 años de edad, madre soltera y viuda, busco marido responsable, si no pueden conmigo entreguen la llave. Atentamente, Leticia la Rota de Hoyos. A los días aparecieron seis obreros tapando el hueco. Pero ahora falta tapar aquellos otros, como ese que está frente al supermercado León, yo puse otro aviso, “Soy un hueco moderno, vivo en la ciudad, soy patrimonio turístico de la ciudad de Leticia y del Amazonas, bienvenido a Colombia les dice este hueco moderno, atentamente, alcaldía municipal”, ese lo taparon a los dos días de puesto el aviso.

Como buen indígena amazónico hace lo que le apetece y decide dónde, cómo y cuándo hacerlo. “Jaramillo” ha sabido burlar las presiones económicas con las que la ciudad suele desafiar la vida de sus habitantes; las relaciones patronales le generan repugnancia, le causa urticaria la idea de cumplir horarios, de consentir los caprichos de una autoridad ajena a su fuero de indio urbano. Es un espíritu indígena amazónico que anda suelto a su antojo por las calles de Leticia. Una tarde se encontró con un turista holandés con el que trocó algunas palabras, las suficientes como para derivar de ellas, súbitamente, un acuerdo para emprender una osada incursión a lo  más inhóspito de la selva. Es recordada en toda aquella triple frontera la algarabía que se armó cuando se supo que el “Indio Jaramillo” llevaba más de dos días perdido en la selva con un turista holandés. En aquel momento gravitaron mucha especulaciones, en las cafeterías se comentaba que los “habían asaltado”, que “el gringo se había enfermado en la selva y “Jaramillo” no supo atender la situación”, un amigo cercano llegó a comentarme con insistencia que “se perdieron porque el “Jaramillo” no conoce la selva, ese es un indio urbano, se le enredaron las trochas del monte”.  En la emisora local se anunció la situación de alerta por el extravío de un euro-ciudadano, natural de los Países Bajos; de “Jaramillo” no se dijo mucho, quizás por ese complejo nacional de actuar servilmente hacia el gringo y con desprecio hacia el indio, o bien por la contradicción que encerraba la idea de concebir a un indio amazónico perdido en su propia selva. Finalmente terminó por movilizarse una comisión de búsqueda conformada por la Policía Nacional, la Defensa Civil y cuatro indígenas uitotos del lugar, quienes a fin de cuentas eran los únicos que conocían el territorio y los entresijos en el monte. La policía y la Defensa Civil, auto-fumigados en repelente y con botas nuevas, marchaban tras ellos.

– “Jaramillo” –le pregunto- qué pasó en aquella aventura con el turista holandés, ¿es cierto que se perdieron?

– El amigo holandés me dijo que quería conocer la selva, y estando dentro de la selva él me dijo “yo quiero caminar más, yo quiero conocer más al fondo”, y yo le dije, pues si usted quiere conocer, ¡vamos!, esta va a ser una aventura que usted nunca la va a volver a vivir, y me dijo “¿por qué?”, pues porque no tenemos comida, pero comida la conseguimos, no tenemos luz, no tenemos agua –se nos había acabado el agua-, podemos tomar agua de las quebradas, y nos fuimos. De la maloca de Gustavo Macuna nos metimos, caminamos dos días en el monte, no teníamos linterna, no teníamos nada. En esas dos noches ¡nos cogió un aguacero el verraco!, había un palo grueso, con un diámetro como de dos metros y medio, grueso, grueso, y en la raíz de ese palo escarbamos, pusimos unas hojas y ahí nos quedamos dormidos los dos. En esa oscuridad, cuando llueva y llueva, cuando vimos que el agua estaba ya cerquita, se nos perdió el camino, pero cuando el agua bajó vimos de nuevo la quebrada para donde corría. Y él me pregunta ¿cuándo salimos?, y yo le dije, hoy salimos, hoy es el tercer día y vamos a salir. Y verdad, nos vinimos, vinimos, vinimos, vinimos, cuando como a las 10 de la mañana debían ser, vi que salió un avión así, ñiiiiiuuuuuuu, y dije, por aquí es, y cortamos un tramo de camino. No vamos a ir por el camino por donde vinimos, le dije al amigo, y cortamos sin camino, cortando, pura malicia indígena. Y yo le decía, sígueme, sígueme y no te preocupes, no se sienta perdido, si por aquí viene el avión, hacia allá debe estar la carretera principal. Cortamos monte sin camino, y salimos de nuevo a donde partimos, a donde los macuna, ahí llegamos, llegamos a las 11 de la mañana, del sitio donde dormimos salimos a las 4 de la madrugada, ¡figúrese!, sin luz, con machete y ni qué culebra ni qué nada, nos vinimos raaan, raaan, queríamos ya salir porque mucho zancudo, frío y ya la comida se nos agotó, claro que en el monte encontramos frutas, castañas. Cuando llegamos vimos que venía un poco de gente, y yo dije, ¿pero toda esta gente qué es?, y era la Defensa Civil y la Policía diciendo que iban a buscarnos, y yo les dije ¿ustedes a dónde van?, y dijeron, “vamos a buscarlos a ustedes que están perdidos”, ¿nosotros perdidos?, les dije, ¡no!, ¿quién dijo que un indio se pierde en el monte? Nosotros no estamos perdidos, nosotros nos fuimos porque el amigo me dijo que quería más aventura, ahí está la aventura, aquí estamos. Oiga y el holandés me dijo “me gustó mucho, pero yo no lo vuelvo a hacer”.

Recuerdo que en esa noche amazónica de junio en la que hablaba con “Jaramillo”, en aquella panadería de mesas y sillas rojas, una televisión encendida a todo volumen emitía los mismos dramas planetarios de siempre, la corrupción, la proclividad de los políticos a juntarse con criminales, los desbordamientos previstos de los ríos y también de la vanidad. En algún instante en la televisión vimos al expresidente de Brasil Luíz Inacio Lula da Silva. “Jaramillo” me mira ansioso y me dice, “yo conocí al presidente Lula en Manaus”. Lo miro con sospecha, pues “Jaramillo” a fin de cuentas es heredero de esa habilidad oral uitota que algunas veces se utiliza para deslumbrar a antropólogos inocentes y de esa manía paisa de usar siempre la hipérbole. ¿En serio, cómo fue la historia?, le pregunto

-Yo tengo un amigo tukano, Manuel Moura, él tenía contactos con la FUNAI de Brasil –Fundación Nacional del Indio – y él ya me había visto por la televisión y en periódicos, y me llevó a un Foro Social Pan-Amazónico, primero en Manaus, y que después se realizó en Belém do Pará. En ese momento había muchas protestas de muchos pueblos indígenas del Brasil contra la FUNAI, y yo tomé la palabra en el foro y hablé, en portugués claro, “Desculpem amigos, vou mudar do tema porque nos temos uma coisa muito importante, as necessidades para nos como índios, nossos irmãos estão na luta, neste momento, aqui na sede da FUNAI, mais de trezentos índios estão ali, nos devemos unir-nos a eles, para acompanhar a luta a favor deles que é nossa luta também. Sim vocês não participam eu vou sozinho, muito obrigado”. Oiga y yo salí y toda la gente salió detrás de mí, se fue toda esa gente, cuando llegamos, eso estaba la policía, el ejército, y armamos tumulto respaldando a los indios que estaban ahí, y eso empezamos a cantar nuestros cantos indígenas, hasta la policía se emocionó y también se metieron a cantar con nosotros. Oiga y se logró que la FUNAI respondiera por los problemas de los indios. Ese día el presidente Lula llegó a Manaus, era la primera vez que lo encontraba, y yo le dije “sou indígena amazônico, do Alto Solimões, sou cocama”, pasé por cocama, que también hay en Brasil, y nos saludamos, le dijimos que había mucha corrupción en la FUNAI, y que los indios de la Amazonia precisábamos mucha atención, que teníamos muchos problemas. Así fue, son cosas de la vida.

“Jaramillo” vive solo en una humilde casa de Leticia, asegura que en su vida intentó convivir en oportunidades distintas con dos mujeres, pero que “los seres humanos somos muy complicados, yo preferí vivir solo”. Los seres humanos, nosotros, estas caprichosas criaturas, tanto los condenados a un destino sin suerte económica, como los más potentados, resumen muchas veces la vida en buscar la satisfacción a sus deseos, en buscar con obsesión la riqueza, perseguir a toda costa el éxito, el prestigio, van tozudamente detrás del ego hecho a la imagen y semejanza del mercado, orientados por las expectativas de la vanidad, les cuesta admitir que su modo de vida ha derrotado, en franca lid y sin árbitro, las oportunidades de vivir libremente. Perseguir la falsa felicidad como fin en sí mismo, parece que eso a “Jaramillo” lo tiene sin cuidado. Seguramente como humano el “Indio Jaramillo” también está expuesto a resbalar en el terreno caprichoso del egocentrismo, pero lo que resulta más curioso es que “Jaramillo”, a diferencia de las búsquedas de otros engreídos, se siente feliz hallando en la calle, de modo fortuito, como si se tratara de la alegre visita de un pájaro, zapatitos de niños. El día que me contó que le gustaba coleccionar zapatos abandonados y perdidos de niños, me pareció una extravagancia demencial, pero totalmente respetada, pues para él hallar un zapatito extraviado resultaba ser un impensado encuentro con la felicidad. Admito mis preconceptos con los coleccionistas, habrá casas que tendrán colecciones de cuanta chuchería inimaginable, cual bodegas de reciclaje, pero que resultarán a fin de cuentas menos dañinas y peligrosas que ir acumulando aversiones y fantochadas.

“Jaramillo” – le pregunto- ¿cómo es eso de que a usted le gusta coleccionar zapatos de niños?

– ¡Ah! Sí, a mí me encanta. Vea, el viernes santo yo me encontré un zapatico hermoso, después me encontré otro. Y me gusta coleccionarlos, pero que me lo encuentro en la calle, no que me lo regalan, ¡que me lo encuentre! Y para mí es un hobby, un hobby bonito, los tengo guardaditos. Qué día me encontré, no le voy a mentir, me encontré un balde lleno de zapatos, eso fue por allá que me fui a limpiar el jardín de una casa, y yo miré y dije “doña ¿y estos zapaticos?”, me dijo, “¡ah esos zapatos bótelos!” y yo “¡ah bueno!”, mentiras yo los cogí y los lavé y ahí los están arreglando, ¡cómo están de bonitos esos zapaticos!

La faceta de la vida del “Indio Jaramillo” que conozco es la de un hombre con pocos conflictos, excepto los que supone vivir en este país. Pero contrario a lo que decía Onetti, que una persona feliz es una persona sin historia, “Jaramillo” pese a la felicidad que muestra, es expresión de la historia misma del Amazonas, seguramente también “Jaramillo” tendrá historias marcadas por la confusión, por la ira, por la desdicha, los gajes que siempre trae consigo el proceso de estar vivos. “Jaramillo” al menos siempre que me lo encuentro y comparto con él en esta excéntrica Leticia, se muestra como un ser humano que aún conserva la alegría de vivir, es un biófilo amazónico, que suscita en los otros, a veces insospechadamente y sin proponérselo, alegría. Simplemente vive, acepta el hecho de vivir sin la ansiedad por el reconocimiento o el protagonismo histórico, y esto ya es un aporte fundamental en un país habituado al trato inhumano y entretenido en derrotarse a sí mismo. Junto al “Indio Jaramillo” vale la pena repetir las palabras del anarquista colombiano Biófilo Panclasta: “la vida es una especie de agradecimiento mutuo”.

Fotos: Blanca Yagüe / José Miguel Nieto.

 

 

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