César Augusto Arango-Dávila (*)

Entre los personajes de Cien años de soledad, pocos tan
fascinantes para la psiquiatría como José Arcadio
Buendía. Ese “poeta de la ciencia”, como el propio
García Márquez bautizó a los alquimistas en sus reportajes
sobre los países de la Cortina de Hierro, no solo fue el artífice
de la estirpe de los Buendía que da vida al libro, sino
el gran “patriarca juvenil” alrededor del cual se construyó
la monumental historia de Macondo. Eso sí, al precio de su
propia locura, que es la que analizaremos a continuación.
Dotado de un entusiasmo y una imaginación desbordados,
José Arcadio Buendía se echó al hombro la responsabilidad
de fundar un pueblo; aunque más tarde, maravillado
por la ciencia que le prodigaba a puchos el gitano Melquíades,
se entregó a empresas imposibles motivado por intuiciones
bárbaras que lo separaron poco a poco de la realidad
hasta sumirlo en un mundo propio del que ya no volvería
nunca.

Quizás donde se percibe mejor ese tránsito es en el pasaje
en el que José Arcadio Buendía nota cierto desvarío en el
tiempo. Entró al taller de su hijo Aureliano, le preguntó
qué día de la semana era, y este le respondió que era martes.
Sin embargo, al advertir que el cielo, las paredes y las begonias
eran las mismas de la víspera, insistió en que seguía
siendo lunes. Como la sensación se repitió el miércoles, el
jueves y el viernes, el personaje “no tuvo la menor duda de
que seguía siendo lunes” (GGM, ibídem, p. 96).

Esta es una de las manifestaciones frecuentes de un trastorno
mental que implica la pérdida del contacto con la
realidad. La vivencia angustiosa de extrañeza en la cual se
percibe algo intangible, es, casi siempre, una señal de desrealización,
un fenómeno relacionado con la desestructuración
del yo que consiste en una “alteración de la percepción de
la experiencia del mundo exterior del individuo, de forma
que aquel se presenta como extraño o irreal”.
La comprensión actual de la enfermedad mental permite
inferir que la desrealización resulta de una perturbación
química del cerebro, de tal manera que la percepción y la
vivencia del sí mismo y del entorno se manifiestan como
algo nuevo, como algo diferente, usualmente incomprensible,
que obliga al individuo a examinar los objetos en una
búsqueda engañosa de lo novedoso: “Pasó seis horas examinando
las cosas, tratando de encontrar una diferencia
con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de
descubrir en ellas algún cambio que revelara el transcurso
del tiempo” (GGM, ibídem, p. 96).

De hecho, en estos padecimientos es posible encontrar
una manifestación clínica denominada signo del espejo, en la
cual la persona se ve en la necesidad de mirar permanentemente
su reflejo para no perder la noción de sí misma.
La desrealizacion, por constituirse en una vivencia de
extrañeza, genera miedo, un miedo que adquiere gran intensidad
hasta convertirse en lo que se conoce como una
ansiedad psicótica o ansiedad flotante. Esta experiencia, con características
de aniquilación, de pérdida de la noción del
sí mismo o de la noción del entorno, puede desencadenar
severas alteraciones de la conducta, como las experimentadas
por José Arcadio Buendía:
Entonces agarró la tranca de una puerta y con la violencia salvaje de su
fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos de
alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller de orfebrería, gritando
como un endemoniado en un idioma altisonante y fluido pero completamente
incomprensible. Se disponía a terminar con el resto de la casa
cuando Aureliano pidió ayuda a los vecinos. Se necesitaron diez hombres
para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta
el castaño del patio, donde lo dejaron atado, ladrando en lengua extraña
y echando espumarajos verdes por la boca (GGM, ibídem, p. 96).

Un destino inevitable

Antes de expresar estas señales de locura, José Arcadio
era un hombre emprendedor y obstinado. Sin embargo, ese
emprendimiento y esa obstinación tuvieron un origen que
explican muy bien sus síntomas. En su adultez joven, se casó con su prima Úrsula Iguarán.
Pero su matrimonio no fue consumado por más de un año,
por el temor a tener hijos con cola de cerdo. Dentro de los
antecedentes familiares había existido un Buendía casado
con una prima, de cuya unión nació un hijo con una cola
“cartilaginosa y en forma de tirabuzón con una escobilla de
pelos en la punta”, que “pasó la vida con pantalones englobados
y flojos” y que a la edad de cuarenta y dos años murió
desangrado cuando un carnicero amigo se la cortó de un
tajo (GGM, ibídem, p. 30).

Por esta razón, Úrsula se negó a consumar el matrimonio
y usaba un pantalón de castidad. Los encuentros de la pareja
se limitaban a forcejeos, y la gente comenzó a rumorar que
ella seguía siendo virgen porque su esposo era impotente.
En una riña de gallos, cuando el animal de José Arcadio
Buendía le ganó al de Prudencio Aguilar, este le gritó ante
16 12 personajes en busca de psiquiatra
todas las personas de la gallera: “Te felicito. A ver si por fin
ese gallo le hace el favor a tu mujer” (GGM, ibídem, p. 31).
José Arcadio se sintió profundamente ofendido, lo retó a
duelo y varios minutos después le atravesó el cuello con una
lanza. Esta muerte fue interpretada como un duelo de honor.
Sin embargo, dejó en José Arcadio Buendía y en Úrsula
Iguarán un remordimiento que los obligó a emigrar del
pueblo con un grupo de seguidores. Al no encontrar la ruta
del mar, tras haber pasado la noche al lado de un río, José
Arcadio suspendió la travesía influenciado por un sueño.
“Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto
al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la
aldea” (GGM, ibídem, p. 35). No era otra que Macondo.
En este relato hay varios aspectos que afectaron de forma
importante las condiciones psicológicas de José Arcadio
Buendía:

1. La experiencia de ver vulnerada su sexualidad y la noción
de su masculinidad. Ante la negativa de su esposa, requirió
reprimir durante mucho tiempo su pulsión genital,
su necesidad de copulación. Es significativo que el arma
utilizada por José Arcadio para matar a su agraviador
haya sido precisamente una lanza, referente fálico que
le clavó de forma certera y contundente, para después,
esa misma noche, blandiendo la misma lanza, obligar a
su mujer a no ponerse el pantalón de castidad y copular
agresivamente con ella. Queda así establecido un complejo
de sexualidad y muerte, muerte y copulación, descarga
agresiva y descarga sexual, penetración a un hombre
para penetrar a una mujer. Distorsión para siempre de
la sexualidad que se asocia a la muerte y, finalmente, a
la culpa.

2. Si bien el suceso en el que murió Prudencio Aguilar se
definió como un duelo de honor, el resultado en José
Arcadio Buendía fue un sentimiento de culpa desborEl
hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño 17
dado que lo siguió acompañando el resto de su vida. El
fantasma de Prudencio Aguilar comenzó a aparecerse de
manera reiterada en la casa a pesar de las amenazas de
José Arcadio para que se fuera. La tristeza que el muerto
manifestaba lo privó de dormir bien, hasta que decidió
irse del pueblo con los suyos.

3. El destierro de su propio pueblo, con el consiguiente
desarraigo de sus orígenes, es la expresión más clara de
la culpa de José Arcadio Buendía. Esta ruptura implicó
generar una nueva identidad sobre un antecedente nefasto.
Así, como se ve en la novela, la distancia geográfica
no fue suficiente para desprenderse de las consecuencias
del suceso.

4. Si bien lo ocurrido alteró la función erótica y copulatoria
de la sexualidad, la función reproductora del sexo
también quedó rarificada por el miedo de tener hijos
con cola de cerdo, por el temor de ser partícipe del engendramiento
de seres imperfectos que serían el reflejo
del sí mismo, por la presunción de ser autor de la degeneración
de la especie.

Los anteriores sucesos definieron en la vida psicológica
de José Arcadio Buendía una sensación de incertidumbre
que deslegitimó para siempre sus actos, su vida personal,
en pareja y en familia. Durante toda la novela es claro el
distanciamiento emocional y de facto que tuvo José Arcadio
Buendía de su esposa Úrsula. En la continuidad de su
existencia, ambos vivieron más de la culpa, el temor y la adversidad
que del acompañamiento, el afecto o el goce. La
sexualidad, que pudo ser un acto de amor, pasó a ser más
un acto agresivo y de honor, amenazado por el fantasma de
la muerte.

José Arcadio Buendía tuvo que asumir inevitablemente
su vida sexual en función de afianzar su masculinidad y
paliar su frustración. Sin embargo, al afrontarla, lo perseguían,
por un lado, la culpa y el remordimiento, y por
el otro, el temor de engendrar hijos defectuosos. De esta
manera, tanto el hecho de evitar la sexualidad como el hecho
de acceder a ella desembocaban en la adversidad. Esta
vivencia, en la cual ninguna de las acciones asumidas puede
ser reparadora, es lo que en psicología se denomina ambivalencia,
la cual consiste en una sensación de contrariedad
que deja al individuo sin posibilidad de resolución. El concepto
de ambivalencia se refiere a una acentuada condición
emocional en la que coexisten impulsos contradictorios que
derivan de una fuente común y, por lo tanto, son interdependientes.

Se trata de una constante oposición del tipo
sí-no, en la que la afirmación y la negación son simultáneas
e inseparables. El estado psicológico ambivalente, por
no tener un desenlace satisfactorio por ninguna vía, genera
una ansiedad y una tensión nerviosa que perturban de forma
significativa la estabilidad del individuo.

Los diferentes componentes traumáticos desencadenaron
en José Arcadio Buendía una secuencia de movimientos
psicológicos inicialmente adaptativos, pero que muy pronto
evolucionaron hacia manifestaciones enfermizas cada vez
más graves.

Un emprendimiento sospechoso

Al principio, Macondo floreció rápidamente gracias a la
iniciativa descomunal, el sentido del orden y el trabajo de
José Arcadio Buendía. El trazado que diseñó para el pueblo
permitió que todas las casas tuvieran un acceso igual de fácil
al río, y recibieran el sol de manera equitativa a la hora
de mayor calor. Macondo se convirtió así en la “aldea más
ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta
entonces por sus 300 habitantes” (GGM, ibídem, p. 18).
La loable organización que planteó ya era la exteriorización
de su psicopatología. Algunos movimientos psicológicos
defensivos para evitar la pérdida del juicio y
del contacto con la realidad (psicosis) implican ordenar
afuera como compensación del desorden interior. Esta
fue su reacción inicial. En la novela hay varios ejemplos
de esta tendencia obsesiva y perfeccionista. Sin embargo,
mientras pudo intervenir y generar un control, este
incluía un exceso de orden y equilibrio; pero tan pronto
la complejidad requirió tener que aceptar cierto grado
de desorden, su juicio empezó a perturbarse, obstinándose
por proyectos magníficos e irreductibles que eran
más el reflejo de su imaginación que el resultado de la
confrontación con la realidad. Esta creatividad, esta necesidad
de hacer descubrimientos salvadores, de encontrar resultados
espectaculares, no fueron más que la consecuencia
de su vivencia personal desestructurada, de su culpa, de su
incertidumbre, de su ambivalencia, reflejadas en una necesidad
inconmensurable de actuar para reparar.

Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo […]. De
emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre
de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje
que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No
faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio (GGM,
ibídem, pp. 18-19).

A pesar de las disuasiones de Melquíades, el gitano que
llevaba los avances tecnológicos del mundo externo a Macondo,
José Arcadio Buendía se obstinaba en sus propósitos
de una manera irreflexiva y algunas veces riesgosa, como se
observa en los siguientes ejemplos: Después de convencer a Úrsula para que le cediera sus
ahorros de toda la vida, compró los imanes ofrecidos por los
gitanos, convencido de que atraerían el oro. Utilizó el principio
de la concentración de los rayos solares por la lupa
para plantear un sistema ofensivo de guerra, el cual perfeccionó
y quiso someter a las autoridades. Como resultado,
sufrió quemaduras y estuvo a punto de incendiar la casa.
Emprendió estudios de geografía y astronomía con la ayuda
de instrumentos de navegación que le regaló Melquíades y
casi se insola en la búsqueda de un método para encontrar el
mediodía. Más tarde, sorprendió a sus hijos al contarles que
había descubierto, por su propia especulación, que la tierra
era “redonda como una naranja” (GGM, ibídem, p. 13).
Utilizó las monedas de oro de Úrsula en su laboratorio
de alquimia pretendiendo multiplicar mediante reacciones
químicas el peso del oro, hasta convertir la herencia de
Úrsula en un “chicharrón carbonizado” (GGM, ibídem,
p. 16). Se ilusionó con las posibilidades urbanísticas que
otorgaban las propiedades físicas del agua y pensó que era
posible construir casas con bloques de hielo.

Cuando la peste del insomnio atacó Macondo, quiso defender
al pueblo de la enfermedad con la elaboración de un
instrumento que ayudara a recobrar el recuerdo. Imaginó
un diccionario giratorio, activado por una manivela. Logró
escribir cerca de catorce mil fichas antes de que llegara Melquíades
con la cura contra el olvido.

Pretendió, mediante el uso del daguerrotipo, comprobar
la existencia de Dios. Destrozó la pianola autónoma que
les había enseñado a usar Pietro Crespi, “para descifrar su
magia secreta”, y tras la muerte de Melquíades volvió a encerrarse
en su laboratorio para construir nuevos inventos.
“Vivía entonces en un paraíso de animales destripados, de
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño 21
mecanismos deshechos, tratando de perfeccionarlos con un
sistema de movimiento continuo fundado en los principios
del péndulo” (GGM, ibídem, p. 92). Y hasta tuvo éxito:
conectó una bailarina al mecanismo del reloj de cuerda, y
el juguete bailó durante tres días. “Pasaba las noches dando
vueltas en el cuarto, pensando en voz alta, buscando la manera
de aplicar los principios del péndulo a las carretas de
bueyes, a las rejas del arado, a todo la que fuera útil puesto
en movimiento” (GGM, ibídem, pp. 94-95).

Una imaginación demasiado voraz

Todas las desatinadas propuestas venían acompañadas de
manifestaciones psicopatológicas que fueron corroborando
cada vez más la presencia de un grave trastorno mental que
hoy podemos definir como esquizofrenia. Al tiempo que
descuidó su presentación y su aseo personal, José Arcadio
Buendía desarrolló una imaginación fuera de lo normal
cuando se entregó a sus empresas científicas. Así, mientras
practicaba con el astrolabio, la brújula y el sextante, en su
desaforado empeño por encontrar el mediodía, “tuvo una
noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos,
visitar territorios deshabitados y trabar relación
con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete”
(GGM, ibídem, p. 17).

Estas expresiones tan desfasadas de la realidad son experiencias
imaginarias sobredimensionadas que confluyen en
alteraciones del comportamiento. El soliloquio es una manifestación
de su vida mental perturbada, durante el cual responde
a voces irreales, esto es a alucinaciones auditivas, o a percepciones
visuales sin objeto, que son las alucinaciones visuales.
Tan abstraído por su alteración mental, José Arcadio adquiere
una de las características propias de la esquizofrenia:
la conducta autista, en la cual el mundo externo real
desaparece. En estas circunstancias, a las personas que lo
rodean les es difícil contactarse con el enfermo y no entienden
su comportamiento ni sus ideas: “No volvió a comer.
No volvió a dormir. Sin la vigilancia y los cuidados de Úrsula
se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado de
delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar” (GGM,
ibídem, p. 94).

En la medida que su enfermedad progresó, José Arcadio
Buendía se vio en la necesidad de redefinir su percepción
del mundo en lo que se denomina la interpretación delirante,
hasta hallar la respuesta que lo salvara de la irrealidad en
lo que se denomina la iluminación delirante, para, finalmente,
quedar atrapado en una idea delirante estructurada e irreductible,
un mundo propio de tipo alucinatorio. Todo su
esfuerzo de reparación a través de un Macondo perfecto y
después mediante sus empresas desaforadas dirigidas a resolver
los problemas del mundo, no fue suficiente para
tranquilizarlo. Abatido por la ambivalencia irreductible
que supuso la desestructuración de su yo hasta asumir un
comportamiento autista ininteligible, creó su vivencia para
abstraerse de la incertidumbre y de la ansiedad psicótica, es
decir, para salvarse de la desrealización y de la aniquilación.

El cerebro de José Arcadio Buendía fabricó una teoría
que le diera sentido a su existencia, sin percatarse, como les
ocurre a los esquizofrénicos, de que no tenía congruencia
con la realidad. Y lo hizo con lo que tenía a mano en su
biografía. Cumplió así el viejo aforismo psiquiátrico que
dice que el paciente delira con lo que tiene. José Arcadio,
amarrado al árbol de castaño, comenzó a ver a Prudencio
Aguilar, y a conversar con él. Si bien esta es una experiencia
psicótica, de desarraigo con la realidad, es una estructuración
psicológica que le da sentido a José Arcadio. La idea
delirante es la expresión creativa del pensamiento con el fin
de reducir la incertidumbre y el caos. Incluso, José Arcadio
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño 23
estradas dirigidas a resolver
los problemas del mundo, no fue suficiente para
tranquilizarlo. Abatido por la ambivalencia irreductible
que supuso la desestructuración de su yo hasta asumir un
comportamiento autista ininteligible, creó su vivencia para
abstraerse de la incertidumbre y de la ansiedad psicótica, es
decir, para salvarse de la desrealización y de la aniquilación.

El cerebro de José Arcadio Buendía fabricó una teoría
que le diera sentido a su existencia, sin percatarse, como les
ocurre a los esquizofrénicos, de que no tenía congruencia
con la realidad. Y lo hizo con lo que tenía a mano en su
biografía. Cumplió así el viejo aforismo psiquiátrico que
dice que el paciente delira con lo que tiene. José Arcadio,
amarrado al árbol de castaño, comenzó a ver a Prudencio
Aguilar, y a conversar con él. Si bien esta es una experiencia
psicótica, de desarraigo con la realidad, es una estructuración
psicológica que le da sentido a José Arcadio. La idea
delirante es la expresión creativa del pensamiento con el fin
de reducir la incertidumbre y el caos. Incluso, José Arcadio
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño 23
estaba convencido de que Prudencio era el que lo consolaba
y lo asistía en sus necesidades, cuando en realidad era
Úrsula la que lo atendía, lo limpiaba y le daba de comer.
Es claro en este pasaje el fenómeno de la ilusión, durante el
cual el paciente esquizofrénico identifica los hechos reales
de acuerdo con su creencia.

Prudencio Aguilar, el personaje muerto y asesinado por
José Arcadio Buendía, quien lo avergonzó señalando su supuesta
fragilidad sexual, el generador de toda la tragedia de
su vida, de su destierro, de la ambivalencia de la sexualidad,
de la incertidumbre, finalmente fue el objeto de condensación
para su delirio; se convirtió en su respuesta, en la salida
a su fragilidad ambivalente; lo situó en la existencia, le
permitió vivir su realidad resolutoria.5 García Márquez expresa
magistralmente este fenómeno en el pasaje del sueño
de los cuartos infinitos. José Arcadio Buendía soñaba que
se despertaba en una habitación y pasaba a otra habitación
idéntica, y luego a otra idéntica y así sucesivamente, y luego
se devolvía al cuarto real, donde despertaba. Pero una vez
Prudencio Aguilar lo despertó en uno imaginario, y ya no
pudo regresar nunca al cuarto real (GGM, ibídem, p. 166).

Un lenguaje para él solo

En la reconstrucción de una realidad propia, ni siquiera
el propio lenguaje es suficiente. Con frecuencia el esquizofrénico,
en períodos avanzados de su enfermedad, acude
a neologismos, que son palabras y frases propias ininteligibles
para los otros, con significados únicos y propios que ya no
cumplen una función comunicativa. El Padre Nicanor, el
párroco del pueblo, descubrió que la jerga de José Arcadio
Buendía correspondía al latín y se percató de que, a pesar
de su trastorno mental tan severo, manejaba un sistema lógico
propio de un individuo consciente. Está definido que
la idea delirante, en su contexto, es lógica, pero no cumple
con el principio de la realidad, por lo cual se define como
un pseudosistema lógico. Por eso el padre Nicanor, “asombrado
de la lucidez de José Arcadio Buendía, le preguntó
cómo era posible que lo tuvieran amarrado de un árbol”.
“–Hoc est simplicisimun –contestó él–: porque estoy loco”
(GGM, ibídem, p. 104).

En medio de su condición delirante, la persona con esquizofrenia
es consciente. Usualmente no se desorienta en
espacio, en tiempo ni en persona. Su pensamiento responde
a un pseudosistema lógico. Muchos, incluso, alcanzan a
identificar que sus vivencias no son adecuadas y logran momentos
de introspección, como se observa en la respuesta
que le da José Arcadio al padre Nicanor.

La esquizofrenia: una predisposición

La esquizofrenia es una enfermedad del neurodesarrollo,
es decir, un defecto de origen congénito que altera las
conexiones de las neuronas. Esta alteración hace que el cerebro
no se pueda adaptar a las circunstancias estresantes
del desarrollo. José Arcadio Buendía tenía posiblemente
esta predisposición, la cual hizo que se deteriorara significativamente
hasta el punto de pasar una importante parte
de su vida amarrado a un árbol de castaño en el patio de su
casa. No fueron los sucesos traumáticos los causantes de su
enfermedad, pero sí fueron estos sucesos los que facilitaron
o desencadenaron la patología. Es posible que una persona
con iguales traumas no desarrolle esquizofrenia si no está
predispuesta a sufrir la enfermedad.

La esquizofrenia corresponde a un grupo de trastornos
mentales crónicos y graves, caracterizados por alteraciones
en la percepción de la realidad. Causa, además, una mutación
sostenida de varios aspectos del funcionamiento psíquico
del individuo, principalmente de la conciencia de
realidad, y una desorganización psicológica compleja, en
especial de las funciones ejecutivas, que lleva a una dificultad
para mantener conductas motivadas y dirigidas a metas,
y una significativa disfunción social. Una persona con
esquizofrenia, por lo general, muestra lenguaje y pensamientos
desorganizados, delirios, alucinaciones, trastornos
afectivos y conducta inapropiada. El diagnóstico se basa
en las experiencias reportadas por el mismo paciente, en
los antecedentes personales y familiares, y en el comportamiento
observado por el examinador.

Si José Arcadio Buendía hubiera tenido la oportunidad
de tratarse médicamente, se habría beneficiado de las intervenciones
psicológicas y psicofarmacológicas modernas,
y no habría tenido el triste destino que le tocó asumir. En
primer lugar, una intervención psicoterapéutica que le permitiera
desculpabilizarse y paliar el temor y la ambivalencia,
habría sido beneficiosa. En segundo lugar, los medicamentos
antipsicóticos modernos no solo habrían mejorado los
síntomas positivos de la enfermedad (alucinaciones, ilusiones,
delirios), sino también los síntomas negativos (el retraimiento
social, la desorganización comportamental, el
deterioro cognitivo).

Los antipsicóticos actúan sobre cierto tipo de receptores
en el cerebro, mejorando los síntomas de la esquizofrenia.
Su efecto más definido se da por modificaciones en la
estructura cerebral, cambiando el número de neuronas y
sus conexiones, y cambiando, por lo tanto, las condiciones
funcionales del cerebro.Si José Arcadio Buendía hubiera podido usar un medicamento
antipsicótico, tal vez no habría llegado nunca a sus
vivencias de los cuartos sucesivos con Prudencio Aguilar, ni
a su aparatosa actividad delirante y alucinatoria. Habría estado
al lado de su esposa, trabajando, preocupándose no
solo por las condiciones emocionales de Úrsula sino también
por la educación adecuada y el acompañamiento amoroso
de sus hijos: José Arcadio, Aureliano y Amaranta.

Pero José Arcadio Buendía, en sus empresas disparatadas
y sus delirios alucinatorios, descuidó a su familia, no se
interesó significativamente por la educación de sus hijos,
quienes lo vieron casi siempre empecinado en sus proyectos
inverosímiles, retraído emocionalmente, con aspecto de
holgazán, y las más de las veces hablando de temas ininteligibles
en un lenguaje incoherente.

Este esquema de padre perturbado mentalmente deja
huellas en los hijos, quienes no cuentan con una figura
estructurada para identificarse. Si José Arcadio Buendía
hubiera podido tener atención psiquiátrica y hubiera tomado
medicamentos antipsicóticos, la historia de Macondo
habría sido diferente. Quizás su hijo José Arcadio jamás
se habría ido con los gitanos, ni le habría dado la vuelta al
mundo 65 veces para regresar a Macondo con todo el cuerpo
tatuado y con vicios de marinero; tal vez nunca se habría
casado con Rebeca, su hermana de crianza, en un acto de
perfil incestuoso. Aureliano Buendía no habría participado
en 32 guerras civiles, no habría tenido 17 hijos con 17
mujeres distintas, y no habría sufrido de su incapacidad de
amar. Amaranta, por su parte, no se habría vengado de su
único amor rechazándolo hasta llevarlo al suicidio, ni se
habría quemado su mano envenenada de la rabia, ni abusado
sexualmente de sus sobrinos. Tal vez no habría muerto
soltera y virgen, embargada por un odio inconce

Avatar de elmagazin

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.