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El hincha más apasionado que he conocido por Nacional y por el fútbol tuvo que gritar su delirante felicidad tras unos barrotes

 

barrotes

Luisa María Rendón

A veces, cuando la vida empieza a titilarme en el alma, pienso en cómo voy hacer para disimular mi inocuidad ante el mundo. Es cuando decido, como en muchos de los días, ponerme algo que disimule lo anterior. Escojo mis «pantalones felices”, como dice mi mejor amiga, que son de colores. Y así paso desapercibida –o eso es lo que creo- ante los demás.

La pasión, eso de lo que tantas personas dicen sentir por ciertas cosas, por circunstancias de la vida que no se entienden, por gestos del viento que transforman las palabras de las personas y hacen que entre sus actos y sus palabras haya una distancia profunda entre lo verdadero y lo mentiroso.  Por estas pasiones, como en muchas de las historias de la vida humana, se han creado disputas, enfrentamientos de miles de personas contra ochenta mil naciones. Por defender un algo, por creer en un aquello, por hacer de las ilusiones del amor un buscar algo que defender y por luchar con cada espacio de la piel.

Tengo la oportunidad de conocer de una manera muy profunda una de esas pasiones de la vida, haciéndome parte muchas veces de sus actos y de sus silencios, de sus palabras de desdicha y la fortuna de seguir de pie. Esa pasión, hoy, la llamo hermano, quien no sólo hace parte de mi sangre, sino también de mi insistencia con las letras y su manera de desnudarme el alma ante cualquier lector.  Él es uno de esos hinchas apasionados que he conocido por Nacional, y hoy por el fútbol tuvo que gritar su delirante felicidad tras unos barrotes.

Por sus mismas pasiones, por sus deseos más intensos y hasta los más ocultos, por sus tristezas no entendidas y su dicha de despilfarro, llegó a desconocer lo que su alma le había dictado desde lo más profundo de su corazón: “Ser un buen hombre, permanecer con esa sonrisa de mono afortunado”. Esas pasiones, que se creían más buenas que malas, fueron haciendo de este hombre, por su salud, el mármol más fuerte de todos los otros árboles de su familia.

En todo caso, en estos treinta años , esta pasión ha tenido que pasar por momentos en los que el tiempo pareciese pararse y reproducirse simplemente para  hacer repetir la misma historia de todas las otras veces, cometiendo error por error y logrando  empatar con más dolor que felicidad. La historia de su vida ha pasado entre lágrimas y sufrimientos, no sólo para él, sino también para los suyos, que en cada acto de su vida, esperan que encuentre ese bastón para que su forma de hacer las cosas se transforme en buenos actos, en saludables, en reconfortables para todos.

Por estrategia de la vida, como amenaza del tiempo, como lección de los dolores causados, como interrogante de superación, o por lo que el destino o Dios, o el que sea tenga preparado para este hombre, hoy se encuentra detrás de los barrotes de una prisión, con la desesperanza de tener la obligación de pensar a diario en sus errores, sus pesares y sus momentos de obsesión ante la felicidad.

No quisiera lamentar o dejar la desdicha en estas letras porque él se encuentra allá. Al contrario, hoy por hoy le puedo agradecer a la vida porque mi sangre se encuentra por lo menos protegida de las excusas del mundo para pegarle cada vez que hace algo malo, porque pese a la tristeza de mamá, ella sabe en dónde se encuentra, y porque en medio de ese sangriento frío de las prisiones, él está a salvo de la calle, que lo condena todo el tiempo a seguir con sus pasiones más estúpidas.

El escribir estas letras hacen espacio en mi alma para llenarme de nuevas impresiones sobre la vida y así confesarle al lector, sin remordimiento, que estas letras fueron pensadas ante una pasión muy grande ante el mundo, como lo es el fútbol. Claro, es que la pasión de mi hermano por los placeres del mundo empezaron en un estadio viendo ganar una Copa Libertadores…

Mi augurio en estas letras es tener la esperanza de que debajo, o por encima, o por un lado, a la luz de cualquier televisión o cualquier aparato electrónico haya llegado la sensación de un «Goooool hijueputa», o por lo menos la vibración de su alma al querer saltar y alentar a los jugadores. Que la vida  no te derrote hermano, y que en la soledad de tu tiempo puedas conocer lo que a ti también te titila en el alma.

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