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El color, expresión obsesiva en la poesía de Fernando Denis

Fernando Denis, poeta

José Luis Garcés González[1]

Poeta es el que logra captar una mirada diferente del mundo, y, luego, posee la capacidad de transmitir ese asombro al texto escrito, musicalizado, dramatizado o pintado. Aquel que en donde alguien ve agua, él ve, como Pitágoras, la presencia de la geometría; o en donde otro percibe sólo palabras, él capta que de la curvatura de las palabras manan, silenciosas, unas visibles y lentas lágrimas de vino rojo.

Para Tales de Mileto el agua era el origen de todas las cosas. Todo partía del agua, y el agua podía parafrasear su propio misterio: podía ser líquida, y de líquida pasar a sólida, y de sólida a vaporosa. En estos poemas de Fernando Denis [2] podríamos colegir que el agua configura un plano, o un espacio, y sobre él, por sortilegio o por forma diferente de expresar, aparece escrito el poema. Geometría de lo fundamental para Tales. Esencia de cualquier conocimiento para Pitágoras de Samos. Agua y geometría, dos principios básicos de todo lo existente para estos dos pensadores presocráticos. Geometría y agua, precisamente, son dos palabras fundamentales del título del más reciente poemario de Fernando Denis.

Tengo como lector la pavorosa posibilidad de devorar los libros y transformarlos en añicos o en alaridos de victoria. O de estacionarme en sus aristas predilectas; o de eludir las más obvias o las menos cautivantes. Como lector, puedo ser lápiz o lucero: puedo tachar, resaltar o dar brillo.

Pero para no pecar por excesos, tengo que aceptar que el poeta es un ser escindido. Uno es el que se cree; otro es el que es. Uno es el que va por fuera; otro es el que va por dentro. Tal vez uno es el que recibe los aplausos; otro es el que padece la diatriba. Como ciudadano, el poeta casi nunca carga ningún destello especial; como hombre de la masa es una cifra del censo, un número de cédula, un tipo de sangre. Cuando es capaz de percibir la luz que queda después de que la vela se apaga, como decía Roque Dalton, ya es otro ser, y ya le es permitido expresar de otra manera lo que para el lenguaje cotidiano es normal y correcto. El poeta, pues, es un traductor: lo denotativo tiene que traducirlo a lo connotativo. El lenguaje rutinario tiene que convertirlo en lenguaje excepcional. Tiene que traducir la realidad real a una realidad estética, intuitiva, metafórica o irracional. Quizá por eso William Ospina escribe en el prólogo a El vino rojo de las sílabas, que Fernando Denis posee ”el don de un lenguaje espléndido, de una imaginación irresponsable, de una sensibilidad que la música hiere, y hiere hondo”.

El vino rojo de las sílabas, por ejemplo, antología de Fernando Denis, está dividida en tres partes, a saber: La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner, Ven a estas arenas amarillas y Alguien enciende las lámparas de octubre. Como se notará, todos los títulos son cromáticos. Su relación con la luz, con la sombra, con los colores, no admite duda. Nicolás Suescún en el texto introductorio a la recopilación mencionada, afirma que a Denis “lo obsesionan ciertos temas- los elementos, el fuego en primer lugar, la pintura, los colores, el infierno, los espejos…”. Yo, para abordarlo, selecciono su profunda admiración por los colores.

Es sólido y narrativo su verso poético. De referencia culterana. No se debe llegar a Denis manchado de ignorancia o de inocencia. En la generalidad de su poesía, perviven los colores en sus diversas manifestaciones; pueden ser la tinta, el sol, la sombra sobre el lienzo, el crepúsculo, el fuego, la noche profunda. En el caso del primer libro, que ya había sido publicado en volumen aparte, por algo se llama La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner. Turner, un destacado paisajista inglés del siglo XIX, tiene aquí su merecido y sostenido reconocimiento.

El mundo es, quizá, para este autor, la esfera en donde se reparten los colores. O una amplia policromía. Así lo ve y lo poetiza Denis. Y para ello recurre a su propia mitología y a los creadores que le son consustanciales.

Libro: La geometría del agua
Libro: La geometría del agua

No hay duda: Denis está influido por la poesía en lengua inglesa. Rinde culto a T. S. Eliot, Robert Browning, Christopher Marlowe, Coleridge, Ezra Pound, a algún poeta siux, ése que sabe “dónde enterró su tribu el último crepúsculo”. La lee y la traduce. Para estructurar su discurso, Denis acude a personajes de la leyenda y de la literatura helénica (Tamerlán, es uno; Circe, es otro), a la oscuridad de los sótanos, a la policromía de las acuarelas, a hombres de la estética (Giovanni Piranesi es una de sus obsesiones, aquél que “trazó la arquitectura de los infiernos”), a seres del agua, del aire y del relámpago (Remedios Buendía es una muestra), al recuerdo de las personas que, aunque vivas, merecen su admiración. En fin, su temática se nutre de lo vigente, de lo que, aunque él no lo busque, le actualiza el corazón. Y él no experimenta reparos para convertirse en un tal Phileas Denis, “joven pintor del Caribe colombiano, viajero y ornitologo”.

Si acudimos al lenguaje de la plástica, puede decirse que el verso de Denis, por lo general, está hecho de largas pinceladas. Su poesía son amplios y fulgurantes trazos. Él, más que escribirla, la pinta. Su óleo son las palabras. Su aceite, los rumores que tienen nombradía en los infiernos. En sus propios infiernos. Y para probarlo, se puede echar un vistazo a poemas como Atrio, Paisaje interior, Enigma para siete colores, Sigue soñando, William Turner, Por favor, Aída, no vengas al jardín, Phoebe Caulfield en el mercado de los duendes, entre tantos otros.

En ocasiones la atmósfera de algunos poemas nos trae céspedes de otros lares. Entonces sus raíces se entrelazan y se disuelven en el discurso universal. Por allí menciona “una antigua melodía / del Caribe”. Y nos habla de Ciénaga, su pueblo natal, y de algún lugar que le quedó enganchado en el recuerdo que no duerme.

Cualquiera puede creer que la poesía de Denis es demasiado realizada para su juventud. Bueno, pero eso no es motivo de alarma. Hace rato Rimbaud (que es a la vez uno de los poemas más brillantes de La geometría del agua) dio el ejemplo. Ahora, este libro[3], lo corrobora. Pues es en él la que transita con desbordados pasos es una porción de la memoria de la pintura. Y con ella todo el cromatismo enciende su fogata.

En La Geometría del agua persiste su estilo narrativo. Denis canta y cuenta. Su estrategia es la de Antonio Machado, la de T.S. Eliot, la de Aurelio Arturo. El no sólo anuncia el poema, lo desarrolla. Lo agota. No es de su predilección dejarle una tarea complementaria al lector. Para Denis, el lector debe consumir el poema, no ser su coautor, como postulan algunas corrientes de la lingüística moderna. Denis se encarga de develar la parte secreta, oscura o tácita del poema; su dominio es total sobre el texto. Para este poeta, encender y luego apagar la antorcha del poema es su tarea. La de nadie más. Que otro u otros, atizados por diversos fuegos, establezcan su propio itinerario. Que callen o se desborden, ese es su asunto particular. Denis sabe cuándo inicia y cuándo finaliza su propio incendio.

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[1] Profesor de la U. de Córdoba. Pronto aparecerá su libro Montería a sol y sombra. E – mail: [email protected]

[2] Fernando Denis es el seudónimo del poeta José Luis González, quien nació en Ciénaga, Magadalena en 1968. Su primer libro fue La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner.

[3] DENIS, Fernando. La geometría del agua. Editorial Norma. Bogotá, 2009.

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